En el centro de la foto hay un niño que mira a la cámara. Parece enojado, tiene cara de disgusto. Está parado en una de las galerías de la calle Lavalle, en Buenos Aires. Es el año 1986. Alrededor suyo, vidrieras y personas que van y vienen. Hay unos chicos que se dicen cosas al oído. Otras personas miran la vidriera de un local que vende zapatillas y ropa de deporte. Cerca del niño enojado hay una mujer que parecería estar mirándolo, tiene en su cara un gesto de desaprobación, como si no tolerara el mal humor del chico a pesar de que no la puede ver porque él le da la espalda. Esa mujer lleva en su mano una bolsa que dice “snob” y por delante de todo esto –de la galería, las vidrieras, el niño, las personas, la bolsa de la mujer– hay un ojo que mira la escena y capta la energía del lugar. Y ese ojo, capaz de atrapar todas esas capas de sentido y todo ese color, es el de Alberto Goldenstein.
La obra de este artista fotógrafo captura desde hace cuatro décadas diferentes estadíos de la calle y de su mundo propio. En su trabajo se condensa, por un lado, el registro de distintas épocas –desde los años 80 hasta la pandemia–; y por otro lado, su vida íntima, o mejor dicho sus propias vivencias. Lo que hay en sus obras es el paso de una persona por un lugar y un momento determinado y a la vez la habilidad de reconstruir el camino entre un ojo y otro: Goldenstein es un artista que desaparece al momento de tomar la fotografía para que su lugar sea ocupado por un espectador, para que esa situación que él vio después sea vista –y experimentada– por cualquier persona que se pare delante.
Usted está aquí es el nombre de su última exhibición, inaugurada recientemente en la galería Nora Fisch. Esta muestra reúne tres series de momentos diferentes: la primera fue tomada en Buenos Aires en los 80 y copiada de manera analógica; otra fue hecha durante el último verano en San Juan con una cámara digital y la última tiene su origen durante la pandemia y son fotos sacadas con celular. Así, este artista recorre diferentes lugares, épocas y tecnologías con un poco más de 20 fotografías.
Esta muestra es Goldenstein en su máxima expresión. Estas obras permiten ver a ese artista que está siempre atento, buscando un encuadre imposible, moviéndose de aquí para allá. Usted está aquí funciona como un pequeño manifiesto a través del cual este artista exhibe su relación con la fotografía como práctica y como lenguaje. Y también la manera en la que habita este mundo.
Hay un hilo conductor que une toda la obra de Goldenstein: los viajes. La mayoría de sus series registran una geografía particular, en un momento específico. Incluso las fotografías tomadas en Buenos Aires –la ciudad en la que vive–, contienen un desplazamiento por distintos espacios y calles que permite dar cuenta de diferentes momentos, tonos y colores de una misma ciudad. “A mí me acomoda las ideas viajar –dice Goldenstein en diálogo con Página/12–. Yo soy un fotógrafo viajero. Así de simple. La cosa más previsible del mundo en un punto”.
Todo empezó con un viaje hace poco más de 40 años. Cuando estaba por cumplir 30, a comienzos de la década del 80, Goldenstein abandonó lo que hasta entonces había sido su vida: la carrera de economía, un trabajo en una financiera y hasta vendió el departamento en el que vivía. El objetivo era trasladarse a Boston y estudiar en la New England School of Photography. “Cuando estaba cursando Historia de la Fotografía me volví loco, sobre todo con la fotografía norteamericana. En ese momento me dije: ‘yo quiero ser un artista fotógrafo’. No tenía claro qué significaba, pero lo quería descubrir porque quería hacer fotos como esos tipos que admiraba, aunque no supiera cómo hacerlo, ni qué era ser eso, ni tampoco de qué iba a vivir si me convertía en artista”.
Su paso por esa ciudad norteamericana dio origen a lo que sería su primera serie, Boston ‘82. Estas fotografías –las únicas en blanco y negro de toda su obra– muestran un ojo inquieto y disperso, buscando en cada esquina, en cada habitación, en cada día algo para fotografiar –lo que sea–. Esta primera serie ya muestra la manera en la que este artista observa el mundo: sus ojos tienen una atención flotante, ponen todo a un mismo nivel de importancia, dejan que lo normal se transforme en extraño, lo insípido en algo carismático. Y por encima de todo esto aparece una capa de humor.
“A mí nunca me interesó hacer una buena foto, sea lo que eso signifique. Yo no tengo esa premisa. Ni siquiera la tuve cuando empecé e hice las de Boston. Es más, cuando querés hacer una buena foto lo que hacés es imponer una opinión diciendo ‘Esto es lo que está bien’. No tengo esa perspectiva –dice Goldenstein–. Aprendí, con la cámara, a correrme, a que mi ojo sea una ventana sin opinión: sólo te digo ‘mirá’. Que el espectador haga su trip. No hago una foto porque me parezca que está bien, ni siquiera porque me parezca bien hacerlo.”
Lo que se ve a través de las ventanas que crea Goldenstein es una experiencia. Las fotos de Boston son eso: el viaje de un chico que descubre un mundo, su sexualidad, una disciplina, una tradición, esquinas, vidrieras. Boston ‘82 es una serie sobre el frenesí, sobre la excitación de lo nuevo y la voracidad por conocer lo desconocido. Boston ‘82 es el salto al vacío que hace una persona con la confianza de que va a caer de pie.
Los viajes siguieron marcando el trabajo de Goldenstein en las décadas que siguieron, de hecho en su actual exhibición en la galería Nora Fisch no sólo hay imágenes de su visita a San Juan durante el último verano, sino también una que tomó a principios de los 90 en Cachi, Salta.
La idea del viajero perdido se hace presente a lo largo de toda su obra. Los ojos de este artista deambulan por diferentes geografías para convertir a ese tipo que lleva una cámara en un auténtico flâneur. No importa si el espacio en el que deambula es Mar del Plata, Boston, la bóveda celeste de San Juan o Nueva York: cualquiera sea la localidad, Goldenstein puede imprimir su mirada sobre ese lugar y trasladar a quien después mire sus fotos a ese mismo espacio, en ese mismo momento.
“Que la foto se convierta en una ventana es algo que aprendí con el tiempo. Y digo esto porque me interesa que la foto te ponga a vos, espectador, a ver lo que yo vi. Yo no sé cuándo una foto es buena, pero sí sé que vale la pena cuando estoy seguro que di todo haciéndola, que estuve completamente entregado. Cuando está en ese nivel de entrega, yo sé que es la foto que va. Sobre todo porque no hay más que eso: es lo máximo que tengo para dar. Si es poco, es poco. Si es mucho, es mucho. Pero no hay más.”
Perdido en technicolor
El regreso de Alberto Goldenstein a Buenos Aires, en la década del 80, significó más que el simple retorno a la patria. No volvió sólamente con un puñado de fotos sacadas en los Estados Unidos, sino también con el color. En aquel entonces, la escena local no estaba atravesada por el color de la manera que lo estuvo Goldenstein apenas volvió a la Argentina.
Esas primeras fotos que sacó cuando regresó, cuando salió a redescubrir la ciudad con sus nuevos ojos, aparecen en su actual muestra. Fueron tomadas en el 86, algunas en el ItalPark y otras en diferentes puntos de Buenos Aires: desde las galerías de la calle Lavalle hasta una cantina de La Boca, pasando por la estación de Retiro. Todo lo que veían sus ojos era una explosión de color en todos lados.
“Cuando volví de Estados Unidos, recién ahí empecé a ver Buenos Aires. Antes no la veía, tenía una distancia. Todo cambió para mí y yo me sentía distinto también –dice el artista–. Incluso entre los fotógrafos me sentía distinto y cada vez que le mostraba algo a algún fotógrafo ‘importante’ me decía: ‘Ay sí, sí, qué lindo’, ‘Ay que raro’, ‘Ay qué distinto’. Pero de ahí no salía. Una vez alguien me dijo ‘no entiendo para qué hacés estas fotos’. Y era entendible, porque ¿qué función estaban cumpliendo esas fotos en ese momento?”
La escena local de aquellos años no proponía una fotografía como la que proponía Goldenstein, más vinculada a la toma directa, a la calle, a la escuela norteamericana. En ese momento se extendía por Buenos Aires una especie de tiranía del tema, es decir, cada foto que se mostraba tenía que referirse a otra cosa, decir algo más que lo que se veía en ella. Y si esa “otra cosa” tenía que ver con lo social, mejor. Lo que había era una exigencia de dar cuenta de ciertas cosas, de acentuar a la fotografía no como práctica artística, sino más bien documental: una simple herramienta para dar cuenta de lo “real” –suponiendo que eso existe–.
Sin embargo, hay algo en esas primeras fotos a color que captan el humor de la época. Mientras que los fotógrafos y fotógrafas insistían con el blanco y negro, el registro documental y cierto tono solemne, Goldenstein logró captar el brillo y el color de la post-dictadura. Durante los 80, registró el fin de la represión, el destape y el comienzo de una nueva democracia. En esa defensa de la foto “no temática”, logró captar a la época de una forma más habilidosa que aquella otra fotografía que sí pretendía intentar registrar algo. Es en la sutileza de la imagen donde aparece ese sabor especial que tienen las fotos de este artista, un sabor que es más que la suma de los condimentos.
Recién en 1991 pudo realizar su primera exhibición. Fue en el Centro Cultural Recoleta y mostró 35 fotos sin tema. Hubo imágenes monumentos, del bar Bolivia, un retrato del artista Marcelo Pombo, de un amante, fotos de una pileta y de un viaje al norte, entre otras cosas. Todo estallado de color, algo que resultaba bastante disrruptivo en ese entonces. Por ejemplo: el artista Alejandro Kuropatwa –contemporáneo de Goldenstein– recién mostró a color en 1996, cuando presentó su muestra Cóctel.
“Lo mío, en aquel momento, no fue una postura anti tema, sino una fidelidad a mi vida y mis intereses y a dónde tenía puesto mi compromiso. Yo nunca lo tuve con el tema porque mi compromiso siempre fue con la fotografía. Mi tema, en todo caso, es la fotografía. Ya sea como lenguaje o como problema”, explica Goldenstein.
El flash por el color y el redescubrimiento de la ciudad se puede ver en la serie El mundo del arte, compuesta por retratos de artistas. Con esas fotos registró la escena de ese momento en diferentes lugares de la ciudad. Goldenstein buscaba un escenario que sirviera como metáfora de la percepción que tenía de ellos, de sus obras, y allí los fotografiaba. En esta serie convive la idea del flâneur, con la defensa del color y el desinterés por lo temático. En El mundo del arte aparecen, entre otros y otras artistas, Marcelo Pombo en medio de una vidriera multicolor, Sebastián Gordín con un look de detective privado rodeado de latas de gaseosa y Miguel Harte como si fuera un sex symbol de telenovela.
Entre los retratos y dos muestras individuales más, pasaron los años 90. “Cuando empezaron los 2000 yo quería hacer fotos, pero no se me caía una idea, ni tenía un proyecto. Después de las muestras sin tema me agarró el ataque del tema, de que para ser fotógrafo tenía que buscarme un tema. Se venía todo abajo y ya se empezaba a sentir lo que iba a ser el 2001 –cuenta Goldenstein–. Ahí se me empezó a aparecer Mar del Plata. Se terminaba el 1 a 1 e ir a la costa era como empezar a mirar para adentro. Se acabó Miami, así que hubo que volver a Mar del Plata, algo que yo estaba queriendo que pasara porque me resultaba vomitiva toda esa locura del 1 a 1”.
El fotógrafo viajero se hizo presente y Goldenstein fue en dos momentos del año (en mayo y noviembre) a fotografiar Mar del Plata. El resultado de eso fue una serie de un poco más de 20 fotos que retratan de una manera ambigua un ícono nacional: parecen fotos extremadamente caprichosas que hasta podrían parecer desechables, pero al mismo tiempo son inolvidables y quedan grabadas en la retina de quien las mire.
Las fotos tomadas en mayo parecen el registro de una ciudad mítica, pero olvidada, como si fueran el registro de la Atlántida o alguna otra ruina. En contraposición, las fotos tomadas a fin de año –calor mediante– son un estallido pop: toda la seducción de la fotografía, toda la potencia y la ilusión y el espejismo que puede generar una foto está en esas sombrillas de colores chillones y en ese lobo marino de cemento rodeado de gente con la piel naranja culpa del sol.
Sobre esta serie, la escritora María Gainza dijo: “Un lugar le pertenece para siempre a aquel que lo reclama con más fuerza, lo recuerda mejor, lo exprime, le da forma, lo ama tan radicalmente que lo reinventa a su imagen. En Mar del Plata, el estilo de Alberto encuentra esa relación entre la forma y el contenido, esa correspondencia entre lo que el fotógrafo quiere decir, su asunto —o él mismo—, y los poderes que posee. El ars poetica de Alberto se sintetiza: desarrolla una forma más zumbona, desintegrada y coloquial”.
La ambigüedad que apareció en las fotos de Mar del Plata después se trasladó a tres series posteriores: Flâneur –compuesta por fotografías de Buenos Aires–, Americanas –formada por imágenes de Nueva York hechas con camara digital y otras en blanco y negro de Boston, sacadas en los 80– y Miami –esta serie fue presentada en un formato de revista–.
En todos los casos, Goldenstein viajó y capturó el color propio de esos lugares. Además, afiló el ojo para poder encuadrar y disparar en el momento justo en el que el azar jugó a su favor, creando una superposición de situaciones, ángulos y colores que convierten en mágico ese instante intrascendente en la vida de estas diferentes ciudades. Es ahí, en el segundo que la cámara dispara, que la realidad deja de ser real y se convierte en algo más. Se convierte en obra de arte.
El mundo de hoy
Hay algunas preguntas que Alberto Goldenstein se hace desde hace décadas y a las cuales todavía no les encontró una respuesta clara. Uno de esos interrogantes es qué es la fotografía. Y otro es qué significa ser un fotógrafo hoy. Buscar algún tipo de respuesta posible a estas preguntas se transformó en un motor creativo. Abordar a la fotografía como problema, volver todo el tiempo a pensar el lenguaje de esta disciplina, es lo que hace convivir en su actual muestra tres series de fotos de diferentes momentos históricos, tomadas con distintos dispositivos e impresas con diferentes métodos. Con su exhibición, Goldenstein pone en evidencia la definición que él da de la fotografía: es la historia de la tecnología y la masificación.
Así como las fotos del 86 captaron el humor de la post-dictadura, la convivencia de esa serie analógica con fotos sacadas en San Juan con una reflex digital y otras durante la pandemia con un iPhone también retratan este momento del mundo, es decir, retratan la dispersión. La atención flotante de Alberto se escurre entre la Buenos Aires de hace 40 años, la cúpula celeste de Pampa del Leoncito y fotos de la calle sacadas con el celular.
“Yo trato de que mi dispersión no sea tal, es decir, intento que todo concluya en un lugar que, en general, tiene que ver con el interrogante sobre qué es la fotografía –dice Goldenstein–. Por eso me sigo preguntando para qué sirve la fotografía. Realmente, ¿para qué sirve? ¿Cómo se inserta en el arte? ¿Qué es lo que puede dar la fotografía en el contexto del arte? ¿Qué es lo propio que puede dar? ¿Cuál es la equivalencia entre la fotografía y las otras artes? ¿Qué es ser un artista fotógrafo? ¿Qué es? Yo creo que por hacerme estas preguntas sigo siendo un fotógrafo del Siglo XIX, pero con iPhone.”
La obra de Goldenstein llegó a un momento en el que no importa cómo se sacó una foto, ni con qué dispositivo. Ni siquiera importa tanto la foto en sí, por eso puede hacer convivir en un mismo espacio una copia analógica, copiada de manera analógica –el fetiche de la fotografía en su máximo esplendor– con una foto sacada con un iPhone de unos rollos de tela del Once o de una maceta de plástico fluo apoyada en la vidriera de una carnicería. La tradición y lo solemne al lado del chiste y la baratija.
Sin embargo, la actitud iconoclasta estuvo siempre presente en su obra. En su segunda muestra, titulada Tutti Frutti, ya había fotos hechas con cámaras pocket de plástico, con errores y aciertos, todo puesto al mismo nivel. Lo que subyace a lo largo de todo el trabajo de Goldenstein no es la búsqueda de la excelencia sino la manera de capturar una experiencia en una imagen. Sobre esto, Goldenstein dice: “Yo saco fotos para vivir cosas o vivo cosas para sacar fotos. La vivencia es todo. La foto es el resultado de la vivencia. Por eso la foto no me importa. No me importa la mía, ni la de nadie. A mí me interesa la vivencia que contiene una imagen. Por eso tampoco importan los dispositivos porque sino cómo sería ¿La cámara de placa sí y el iPhone, no? No me parece”.
La insistencia sobre esto a lo largo de los años es lo que construyó la mirada de Goldenstein. Su desapego por cierta idea de perfección y su obsesión por querer experimentar algo nuevo dieron origen a su marca personal, a esa manera de mirar el mundo que otro puede identificar en cuanto se enfrenta a sus obras. Como él mismo señala, “el fotógrafo aparece entre foto y foto”, en esa capacidad por sostener un punto de vista a lo largo del tiempo. El fotógrafo aparece entre foto y foto, en ese momento que una persona ve una foto de Mar del Plata al lado de una de Nueva York o Miami o Boston o Buenos Aires y dice: “Muy Goldenstein”.
“Para mí la fotografía es una manera de relacionarme con el mundo que va más allá de sacar fotos en sí porque hoy en día fotos sacan todas las personas. De hecho la gente habla con fotos. Es más, diría que actualmente la fotografía se parece mucho más al lenguaje oral que antes –explica Goldenstein–. Cuando miro fotos de otros lo que yo quiero ver es de qué está cargado eso, cuál es la experiencia que hay detrás, la energía de la imagen, las decisiones que se tomaron para llegar ahí. Después, el resultado puede estar bien, pero si no veo eso detrás me pueden mostrar algo espectacular y no se me va a mover un pelo. La experiencia es lo fundamental.”
Desde esas primeras fotos en blanco y negro de Boston, hasta las recientes que fueron tomadas con un teléfono celular, Alberto Goldenstein forjó un estilo que logró contener experiencias, momentos históricos y tecnológicos. Alrededor de la pregunta sobre su propia práctica y sobre el lenguaje fotográfico hizo confluir diferentes ciudades y personas en una obra que todo el tiempo transforma lo cotidiano, lo íntimo y lo absurdo en algo hipnótico. Tal vez por esto Alberto Goldenstein es de los pocos artistas que al mostrar una obra puede decir: usted está aquí.
Usted está aquí de Alberto Goldenstein se puede visitar hasta el 5 de agosto en la galería Nora Fisch (Avenida San Juan 701) de martes a sábados de 14 a 19. Gratis.