Frente al panorama abrumador de esta fase neoliberal del capitalismo globalizado resulta crucial afrontar sin condicionamientos la discusión de ciertas premisas que actúan como obstáculos para pensar una alternativa de desarrollo sostenible con justicia social, que logre desandar el sendero de sufrimiento y privaciones que afecta a las mayorías populares en la Argentina.

Resulta imperioso abordar una discusión respecto a cuáles van a ser las ramas de producción industrial que se seguirán promocionando y protegiendo desde las políticas públicas. En términos técnicos, porque la distancia con los avances científicos y tecnológicos de los países centrales se agranda a la vez que las potencias quieren evitar que un país periférico como la Argentina incursione en sectores que forman parte de la confrontación tecnológica mundial en los próximos años.

Qué bienes y sectores industriales y a qué costos fiscales se seguirán sosteniendo es una pregunta que debería debatirse en el corto tiempo que resta hasta las PASO. De cara a la sociedad y confrontando con los representantes políticos y mediáticos del complejo agroexportador, que proponen un modelo de país conocido. Nos han llevado a este modelo por la fuerza del manejo de variables económicas claves de la economía y las acciones y omisiones de un gobierno condescendiente con los poderes fácticos. 

Aunque se intente negar con presentaciones técnicas, la dolarización de facto al valor del dólar ilegal de una parte importante de la economía es un hecho constatable por las grandes mayorías que tienen ingresos en moneda nacional. Por esto, las razones técnicas mencionadas líneas arriba se tornan más cruciales ante las extorsiones del complejo agroexportador que determina la oferta de divisas en la economía.

Industrialización inconclusa

Además de las restricciones que imponen las condiciones internacionales, discutir la “industrialización inconclusa” (Ferrer, 2012) es una obligación y no una opción para una propuesta nacional y popular, debido a la extrema debilidad del poder político ante los sectores que generan divisas a partir de su inserción internacional en el mercado mundial. 

El modelo agroexportador que una buena parte del espectro político pretende reeditar en clave de Siglo XXI tuvo un corto tiempo de disciplinamiento estatal en el marco de las regulaciones establecidas por el IAPI. Esto permitió la expansión del “Estado empresarial” (Ferrer, 2012) que rápidamente comenzó a debilitarse con la Revolución Libertadora de 1955 hasta su desmantelamiento casi definitivo a partir de 1976 y la profundización privatizadora noventista. Estas acciones reguladoras estatales no pueden recrearse fácilmente en la actualidad, pero pueden llamar la atención sobre el nudo de la historia económica argentina. 

El sector más dinámico de la economía nacional es (y ha sido) el complejo agroexportador. A diferencia de otras economías periféricas primarizadas, sus productos son alimentos y el desacople de los precios internos de los internacionales resulta crucial para la economía doméstica. Comparada con una experiencia regional como el caso chileno, el cobre no se come y el aumento de su precio internacional favorece a un desarrollo minero que – sin contabilizar el pasivo ambiental– impacta en la fortaleza de las reservas y la estabilidad de la moneda del país que, asimismo, no fabrica un centímetro de cable de cobre y tiene una apertura casi total de su economía frente a los productos industriales extranjeros. 

Eso que muchos proponen para la Argentina se ha puesto de manifiesto a lo largo de nuestra historia porque el sector agroexportador, a través de sus circunstanciales peones civiles, militares o judiciales, ha extorsionado los pocos intentos de llevar adelante modelos de acumulación alternativos que prioricen la distribución de una riqueza concentrada en sus pocas manos.

El momento más distribucionista de la historia argentina, el peronismo clásico, no logró revertir a fondo esta dependencia estructural que proviene de los momentos fundacionales de la economía nacional que a partir del modelo oligárquico fue incorporada a la primera fase del capitalismo global. Logró sí establecer legislaciones e instituciones protectoras de las relaciones laborales, un entramado de empresas nacionales que equilibraron la presencia de los intereses extranjeros en la economía y un conjunto de prestaciones sociales que, junto al crecimiento de la participación de los asalariados en el producto nacional, llevaron el bienestar de las grandes mayorías a niveles impensados para la actualidad. 

Los dólares de la minería

La historia de 1976 hasta nuestros días es conocida: la reversión del modelo de industrialización, la profundización de la extranjerización, el debilitamiento y cuestionamiento a las acciones estatales y la dependencia vital del funcionamiento de la economía ante las divisas del sector agroexportador privatizado se expresan dramáticamente en la actual coyuntura. Si las fuerzas políticas que dicen representar un futuro alternativo para los sectores populares no acumulan “densidad institucional”, los personeros de la burguesía agroexportadora van a conducir al país a conformar, a mayor o menor velocidad, una economía primarizada y dependiente. Es por esto que resulta clave una discusión a fondo y sin concesiones de los esperados superávits comerciales que supuestamente va a generar la economía argentina a partir de los próximos años debido a la maduración de inversiones petrolíferas y mineras.

Es aún más imprescindible una discusión descarnada sobre las condiciones de regulación de la explotación, extracción y distribución de los excedentes de los sectores que se espera van a reducir de manera significativa la dependencia del Estado nacional frente a las extorsiones de la burguesía agroexportadora. 

Los hidrocarburos, la minería y el “milagroso” litio son las actividades que podrán posicionar a la economía nacional de una manera diferente ante la escasez de divisas y permitirán el despegue de actividades industriales nacionales con alta presencia de desarrollo tecnológico y conocimiento local.

A este escenario optimista caben hacerle varias preguntas: una ya mencionada, es el control por parte del Estado nacional y provinciales de las condiciones de explotación en términos ambientales de todas estas actividades extractivistas. Ligado a lo anterior, resulta clave no repetir frustraciones pasadas y que sea el Estado el que determine los beneficios económicos y la regulación de los excedentes de estas actividades primarias. Esto no implica rechazar las inversiones extranjeras, pero si contar con un Estado fuerte que se asocie de manera inteligente al capital extranjero cuando éste resulte imprescindible para la realización de la actividad determinada. 

Por último y crucial, la conducción político estatal de la supuesta bonanza esperable de las producciones de estos sectores primarios no debería eludir la discusión de la variable federal y territorial de la distribución de la riqueza que estos recursos ubicados en territorios provinciales van a generar. La disparidad de desarrollo económico y social de las regiones del “interior” del territorio argentino es la verdadera fractura constitutiva del Estado nacional desde las épocas de su inserción a la globalización capitalista. No es una casualidad, sino una consecuencia esperable, que los proyectos políticos representantes de los intereses de las fracciones de clase ligadas al modelo agroexportador sean aquellos que se constituyeron - y mantienen plena vigencia - en el puerto de Buenos Aires devenido en capital de la República. 

Esta discusión de un modelo más armónico de desarrollo en su dimensión territorial fue una asignatura pendiente del periodo de expansión industrial del peronismo clásico y sigue siendo el tema central, junto a la distribución de la riqueza y la sustentabilidad ambiental, que deberá afrontar y abordar una alianza política nacional, popular y federal que se enfrente a los representantes actuales de los intereses agroexportadores. 

En el caso de triunfar en octubre es altamente probable que el “interior” continúe siendo la periferia empobrecida de una región pampeana inserta como proveedora de alimentos y materias primas a esta fase posindustrial del capitalismo global. El desafío de la distribución de la riqueza en el país no puede verse reducido a las acuciantes problemáticas del conurbano bonaerense, sino que debe contemplar imperiosamente planificaciones estatales tendientes a un desarrollo más armónico y equilibrado de todo el territorio nacional: si el valor agregado – en términos de desarrollo tecnológico y productivo - al litio proveniente de las provincias del NOA no se incorpora en esos territorios, seguiremos reproduciendo el modelo desequilibrado de desarrollo nacional inaugurado en 1880.

Estos elementos podrían estar presentes en la propuesta que enamore a todos los sectores de la sociedad argentina a lo largo y ancho de todo su territorio. No solamente debe mirar más allá de la General Paz, sino de la “frontera pampeana” y atreverse a soñar e imaginar un nuevo modelo de país con justicia social e integración territorial.

Para esto, el peronismo, núcleo central de la fuerza política que tiene que enfrentar en agosto y octubre a los representantes del modelo privatizador, primarizante y excluyente, debería abrir puentes a otros sectores que se encuentren más allá de algunas de sus fronteras doctrinarias. Es decir, es esperable – es nuestra última opción – encontrar ciudadanas y ciudadanos que adhiriendo a los objetivos de justicia social, ambiental y territorial no necesariamente se sientan interpelados por la liturgia peronista, en especial muchos sectores juveniles que solo conocen y han vivido los limites ideológicos del neoliberalismo imperante. 

Es crucial explicarles que no se trata de replicar acríticamente instituciones del siglo pasado, sino de recrear regulaciones estatales que permitan la consecución de los objetivos planteados mostrando, también, sin eludir la autocrítica, los logros y errores del periodo kirchnerista. El desafío es enorme y no se trata de convencer a los convencidos, los que ya acuden a la “misa ricotera”, sino a una buena parte de la amplia mayoría que se encuentra descreída, desorientada, empobrecida pero que debe sentir en algún lugar de sus corazones o conciencias que esos personeros de la derecha, ya sea en su versión tecnocrática o violenta, son el abismo para el futuro nacional. 

Una vez más la tarea política se presenta con características epopéyicas. Algunos proponen alternativas heroicas o reducidas a minorías esclarecidas, sospecho que la hora reclama apertura generosa, autocrítica severa y reducción de privilegios propios, todo ello explicado de manera lenta, a veces entrecortada, pero segura y certera porque sale del corazón y la mente de la generación diezmada.

* Sociólogo, Docente/Investigador UNCuyo