“El periodismo es efímero, esa es la naturaleza del trabajo. Por eso, cuando un nombre resiste el paso del tiempo, sabemos que esa persona hizo algo verdaderamente extraordinario”, señala la norteamericana Brooke Kroeger con conocimiento de causa: durante más de cuatro décadas, ella ha sido reportera y editora de la agencia United Press International y el periódico Newsday, entre otros medios, además de trabajar como docente y escribir varios libros, incluida la biografía de la impar Nellie Bly, leyenda del periodismo de investigación. Conocedora del paño, su más reciente obra -que acaba de publicarse en su país- propone un ejercicio de memoria en más de 500 páginas: Undaunted: How Women Changed American Journalism, tal el nombre de este libro, traza los aportes valiosos de “reporteras estadounidenses que lograron tener éxito en un campo que los varones han dominado en los últimos dos siglos”, empezando por pioneras del XIX y continuando hasta el presente.
Kroeger comienza por la sensacional Margaret Fuller (1810-1850), que en sus columnas abogada por el fin de la esclavitud, defendiendo además la necesidad de llevar adelante profundas reformas sociales, especialmente asociadas al derecho a la educación de las mujeres y su acceso al trabajo. Prolífica ensayista, reportera y corresponsal extranjera, fue editora de The Dial, revista de Ralph Waldo Emerson y compañía, y más tarde editora literaria del New York Tribune, pero, dados los prejuicios de la época, su nombre solía mantenerse fuera de imprenta, obligada a firmar sus artículos con sus iniciales o un simple asterisco.
Gran precursora, Fuller abrió camino para otras notables que la sucederían; entre ellas, la afroestadounidense Ida B. Wells (1862-1931), periodista y activista social, mayormente conocida por su cruzada contra los linchamientos. O Ida Tarbell (1857-1944), que tuvo la valentía de denunciar las malas prácticas de la compañía petrolera Standard Oil, propiedad de Rockefeller, generando semejante revuelo con sus notas que tuvo que intervenir la Corte Suprema y ordenar disolver el monopolio. O Nellie Bly (1864-1922), a quien Kroeger celebra como madre fundadora del periodismo encubierto, y no solo por su famosa serie de artículos sobre los indecibles tratos que recibían las mujeres en los institutos psiquiátricos a fines de siglo XIX: también se infiltró en un taller clandestino para contar la difícil realidad de las obreras; se hizo pasar por corista para relatar qué atraía a las mujeres al escenario…
“Este no es un intento de crear un nuevo canon”, aclara BK en el prefacio de Undaunted, explicando que su propósito es contar cómo damas excepcionales desafiaron las probabilidades, aún cuando las normas sociales las relegaban a los márgenes. Y subsanar, con Undaunted, una carencia: según Kroeger, el último libro comercial, no académico, sobre la misma temática es un volumen que data de 1936, Ladies of the Press, exhaustiva obra de la autora y novelista Ishbel Ross. Dicho de otro modo: acorde a BK, durante casi un siglo no se había publicado ningún título que actualizara -en un mismo tomo- las contribuciones de las damas de la prensa estadounidense, que documentara el trabajo de generaciones de mujeres tenaces y decididas que hicieron aportes sustanciales.
Marca dejaron, por caso, las corresponsales extranjeras durante la Segunda Guerra Mundial: excluidas del frente de batalla, sentaron precedente en la retaguardia con sus crónicas que observaban con sensibilidad y empatía el impacto del conflicto bélico en la vida cotidiana del común de la gente. Martha Gellhorn es un claro ejemplo, conforme destaca el rotativo The Guardian, no sin antes recordar que “armada con una botella de whisky, un bolígrafo y un bloc de notas, MG se coló en un barco-hospital que se dirigía a la playa de Omaha, Normandía. Al amanecer del 6 de junio de 1944, se convirtió en la primera corresponsal estadounidense en llegar a la batalla. La revista Colliers la premió dándole gran despliegue a su cobertura, un total de cinco páginas. Pero como anota Kroeger, el nombre de Gellhorn no aparecía en la portada. Colliers otorgó ese honor a su esposo, Ernest Hemingway”.
Dicen quienes han leído el libro que, al compartir una vertiginosa variedad de hazañas, Kroeger pormenoriza tanto los momentos de gloria como los obstáculos machistas que experimentaron talentosas y motivadas periodistas que, según indica Brooke, solo en las últimas décadas dejaron de ser figuras secundarias atadas a secciones “menores” para convertirse en jugadoras centrales de la escena periodística. En esa línea, explica Kroeger que no es casual que las mujeres ganaran siete premios Pulitzer (de cientos) en la década de 1970, mientras que, en las cinco décadas anteriores, solo había recibido cinco. Dicho esto, subraya -análisis mediante- que “de las 10 noticias principales de esta última década, siete fueron investigadas y escritas por reporteras”, lo cual marca un cambio de época.
Oh, por cierto: la primera mujer que recibió un Pulitzer fue Anne O’Hare McCormick en 1937, a quien BK le dedica unas cuantas páginas, justificadamente. La sagaz y observadora O’Hare, de pluma clara y contundente, comprendió el complejo mapa internacional como pocos; a punto tal que, en 1921, advirtió el potencial peligro de una figura en ascenso: el fascista Benito Mussolini. Por esos años, no solo entrevistó al Duce, también hizo interviús con Winston Churchill, Hitler, Stalin, el papa Pío XII, Roosevelt, Eisenhower…. Aún así, trabajó como freelance durante 14 años antes de ser contratada full time por el New York Times, que acabaría invitándola a formar parte de su consejo editorial, logro que ninguna otra dama había conseguido antes.