La Colección Estación Cine, del sello CGeditorial, suma nuevo título y continúa abriendo su catálogo a propuestas distintivas. Con Cuerpos, memorias, representaciones. Apuntes sobre el realismo en Carri, Guarini, Martel y Molina, de María Iribarren –volumen 36 de la colección–, inaugura la serie “Cine y Género”; y su presentación será hoy a las 18 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120). Estarán presentes la autora; el realizador Gustavo Postiglione; la Secretaria de Políticas Sexogenéricas de la Facultad de Humanidades y Artes (UNR), Natalia Cocciarini; y el director de la colección, Sergio Luis Fuster. A continuación se proyectará de manera gratuita la película Cuatreros, de Albertina Carri.

Docente e investigadora, Licenciada en Letras (UBA), María Iribarren escribe actualmente en el sitio web Con los ojos abiertos y es columnista de El desconcierto de Quique Pesoa. En su libro, Iribarren elige cuatro películas de problemáticas compartidas y ópticas diferenciales: Zama (2017, Lucrecia Martel), Ata tu arado a una estrella (2017, Carmen Guarini), Cuatreros (2016, Albertina Carri), Retratos del futuro (2021, Virna Molina). El nudo que las liga es el “realismo”, problemática que acompaña al cine desde sus inicios, aquí con la atención puesta en la voz (y mirada) de cuatro directoras de cuño autoral.

“De alguna manera, el libro continúa cierta reflexión sobre el cine hecho por mujeres, pero no por el hecho de que sean mujeres, sino porque no hay una reflexión sobre ese cine; de hecho, la historia del cine ni siquiera guarda un lugar para las realizadoras y productoras. Éste es un intento modesto de retomar algo que Paulina Bettendorff y Agustina Pérez Rial llevaron adelante con su libro Tránsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine en Argentina, de 2014”, explica María Iribarren a Rosario/12.

-Bettendorff y Pérez Rial prologan el libro, un gesto que marca la adhesión a un mismo proyecto.

-Es un poco eso. Tanto Agustina como Paula son también docentes, realizadoras y productoras; y fijate que su proyecto se anticipó al Ni Una Menos en un año. Muchas de las entrevistadas o consultadas para su libro habían sentido en ese momento que se les pedía algo un poco forzado, y ese libro hoy tiene una vigencia fenomenal, pasó a ser otra cosa, se acomodó solo y se anticipó a una agenda que iba a venir con una fuerza inusitada. En ese momento, ese libro fue muy importante para mí, también durante mis clases de cine en la UNPAZ; así que cuando los “Sergios” (Sergio Fuster y Sergio Gioacchini, director de CGeditorial) me llamaron para escribir un libro, decidí ir por ahí. Tenía algunas cosas escritas sobre las cuatro directoras, cuyas obras sigo, y quise que mi referencia fuera Tránsitos de la mirada; también desde cómo yo pienso el cine, al ponerlo en contexto con otras producciones culturales del momento en el que las películas fueron hechas. Quizás tenga una mirada un poco caótica y panorámica, pero nunca me gusta pensar el arte encerrado en sí mismo y creo que el cine, de todas las artes, es la que menos podría pensarse así.

-En este sentido, la escritura del libro evidentemente responde a un camino que venís desarrollando y está en curso.

-Las películas obviamente empiezan y terminan en sí mismas pero hay varias cosas en relación con eso. Cada espectador ve una película diferente, y esto es inexorablemente así. Pero a las películas las vemos según la memoria de nuestros ojos, y en este sentido cada uno tiene su propio recorrido. Los ojos te llevan a otros lugares también, a los libros que leíste, a las músicas que escuchaste. Cuando asocio a Albertina (Carri) con el punk es porque ahí hay, para mí, algo muy fuerte, que vincula a esa obra, a esa estética y esa potencia cinematográfica, con ese tipo de música, donde hay una búsqueda de belleza pero al mismo tiempo una ruptura permanente. Entre Los rubios (2003) y Cuatreros te diría que hubo un salto de un campo simbólico a otro, de repensar y reubicar la propia obra en otro lugar. Y eso para mí tiene mucho que ver con el punk, música que rompe con el canon incluso contemporáneo.

-Si bien el vínculo entre las películas lo cifra el título del libro, el interés aparece inevitable en cómo las relacionás y porqué.

-Hace unos días justamente vi El juicio, de Ulises de la Orden, y a pesar de haber sido contemporánea a esos juicios y militante durante la dictadura, vuelvo sobre esas historias y esos testimonios y me siguen pareciendo increíbles. El adjetivo me queda corto. En un país donde sucedió esto, ¿cómo situamos el arte cinematográfico?, ¿dónde lo ponemos?, ¿dónde ponemos el realismo? Y además, ¿qué es el realismo en el cine cuando tuviste un presidente de facto que te dijo que los desaparecidos son entidades, apelativo que la sociedad adoptó durante décadas? No podíamos hablar de asesinados, de muertos, no podíamos decir lo que había sido. En ese desajuste con el mundo real, ¿dónde ponés el cine realista?

-En al menos tres de las películas elegidas, las voces e historias personales de las directoras se entrelazan con lo que narran.

-Pensá además que son mujeres, si hay voces de mujeres es porque también es necesario que aparezcan. El realismo –y esto es así desde el cine clásico– es una matriz patriarcal. El modo de representación institucional puso a la mujer en roles muy específicos y acotados. Es un poco lacaniano lo que te voy a decir, pero al no tener nombre, porque el nombre es el nombre del padre, no tenemos lenguaje y no tenemos una función por fuera de esa matriz realista; no estábamos contempladas, no éramos parte del proyecto realista más que para cumplir funciones. Cuando estas cuatro directoras impugnan al realismo, lo discuten, lo corren de lugar y te muestran otra cosa, le meten otras estructuras. No se trata de contenidos. Para mí, los contenidos en el arte históricamente son finitos –la madre, el padre, el amor, la belleza, la soledad–, no hay muchos temas. Volvemos sobre ellos porque son las grandes incógnitas, pero en cambio las estructuras, las matrices en las cuales se ponen esos contenidos y temas, son distintas y sí conducen a lugares diferentes. Estas cuatro realizadoras lo son de manera integral, en el sentido de que están en todo el proceso de trabajo, cuidando que la estructura que están construyendo funcione en su totalidad.

-Y gracias a eso, lo que de alguna manera estalla y en el mejor sentido es el cine.

-Claro. Ya desde el comienzo el cine estableció una determinada relación con el afuera, con el mundo real. Los Lumière suponían que podían reproducir la realidad tal cual era, pero vino Méliès y creó cabezas que podían explotar; luego las vanguardias señalaron que la realidad es subjetiva, según quien la perciba. En definitiva, en cualquiera de los tres modelos que atravesaron a la historia del cine, la realidad era un referente, para negarla o para imitarla. El problema que tenemos ahora es otro y creo que es ontológico, porque la imagen digital ya no tiene a la realidad como referente, éste es un momento de inflexión, donde hay que definir si el cine digital sigue siendo cine o si le ponemos otro nombre; lo que no quiere decir que sea mejor o peor sino que es otra cosa. ¿Qué diría Bazin del cine digital?