A muy pocos meses de consolidar el logro de cuarenta años de democracia, la contienda electoral y el contexto socioeconómico de Argentina proponen un doble desafío que vincula pasado, presente y futuro. El primero, desarticular un mito extendido: que Argentina arrastra cuatro décadas de estancamiento. El segundo, más entreverado: reconfigurar el diagnóstico para que la estrategia de largo plazo potencie el desarrollo social, económico, productivo y federal del país. Veámoslo más de cerca en el siguiente cuadro, que contiene la evolución de indicadores clave:

Fuente: Instituto Estadístico de los Trabajadores sobre datos oficiales

El recorrido histórico de este análisis muestra que, a lo largo de siete fases, solamente el período 2003-2015 muestra dinámicas de mejora en todas las variables de peso para considerar cuánto se acerca o se aleja Argentina a un proceso de desarrollo. Avances en dimensiones como el PIB por habitante, inversión, el empleo, los salarios, la distribución del ingreso y la dinámica industrial son señales demasiado evidentes como para licuarlas en la generalización de un supuesto estancamiento punta a punta.

Ante la evidencia, el segundo desafío comienza a tomar forma. Si el mito del estancamiento continuo queda despejado, el diagnóstico muta y las coordenadas para protagonizar el futuro cambian. Entonces, la crítica deja de ser un monólogo sobre la tragedia del estancamiento para transformarse en un debate cuyo centro de gravedad es la estrategia para que los logros obtenidos se consoliden y sostengan en el tiempo. No haber transitado este camino hizo que cayéramos recurrentemente en recetas que profundizaron todos y cada uno de los pasivos del país.

¿Cuál es el mayor de los peligros en este año electoral? Que el debate se ordene alrededor de premisas basadas en la falacia del estancamiento. La secuencia lógica de estos razonamientos –y con evidencia histórica que puede validarse en el cuadro anterior- da por sentado que Argentina deberá volver a recorrer la banquina que ya la condujo hacia el vacío. Quienes ofrecen ese menú traen bajo el poncho dos puñales traperos. Uno de ellos, invisibilizar una fase que está en las antípodas del deterioro y que incluye logros muy importantes. El otro, sacar del radar una verdad biográfica: que las recetas ortodoxas que se plantean como solución solamente potencian aquello que dicen combatir.

Y con un detalle no menor: ahí donde los postulados de la ortodoxia se autoperciben infalibles (incremento de la inversión), su ineficacia se vuelve evidente. Con una caída de la tasa de inversión de 10,4% a 8,5% durante la administración de Cambiemos -mientras que en los trece años previos, esa variable creció de 7,8% a 10,4%- la historia reciente traza una línea clara a partir de la cual debatir por fuera del corsé mitológico.

Confundir mediante un análisis sesgado, abroquelando procesos políticos y económicos disimiles como equivalentes impide proyectar un debate franco y profundo. Todo proyecto de país basado en el desarrollo presenta, por supuesto, claroscuros. Por eso es clave evitar los maniqueísmos y mirar a la historia reciente para aprender de ella. De sus aciertos y de sus yerros. El mito de los cuarenta años de estancamiento es un subproducto del alegato que impone el germen de la decadencia nacional un 17 de octubre. Quienes pretenden homogeneizar recorridos históricos buscan esconder la responsabilidad de los fracasos, retrocesos y también aberraciones de las ideas, agendas y valores que promovieron mientras condujeron los destinos del país.

Más allá de las responsabilidades en los mencionados errores y aciertos del pasado, el contexto de Argentina y la disputa electoral nos dan la oportunidad de avanzar en un consenso transversal de cara al futuro. Que Argentina puede y sabe cómo revertir los efectos del estancamiento y del deterioro. Y lo más importante, que lo ha hecho poniendo en valor la inversión, la producción y la generación de empleo. De cara a los desafíos que vienen, la autocrítica debe enfocarse en los condicionantes que no permitieron hacer de esos avances mucho más que un período de trece años. Ante nosotros, los próximos cuarenta años formulan la pregunta por el desarrollo. La respuesta fue parte de nuestra historia, tenemos la oportunidad de hacerla futuro.