“Estoy muy emocionado”. Al otro lado del Zoom, Jake Shears muestra su alegría porque irá a ver en vivo a Róisín Murphy. Su sentimiento es comprensible, debido a que una performance de la cantante y compositora irlandesa es algo parecido a un happening, en el que lo único que está garantizado es el baile y la diversión. Pese a que la ex frontwoman del grupo inglés Moloko (dueño de varios de hits en los '90, entre los que despunta ese tributo a la alegría brasileña llamado “Sing It Back”) le lleva unos años de ventaja sobre los escenarios, ambos tienen muchas cosas en común. Fueron la voz líder de bandas icónicas del pop orientado a la pista de baile, cultivan el histrionismo, redimen el glam, y en 2023 volvieron al ruedo discográfico con nuevos álbumes. El de ella lleva por nombre Hit Parade, y saldrá en septiembre (ya circulan algunos singles), mientras que el del otrora Sicssor Sisters apareció el 2 de junio y se titula Last Man Dancing.
“Parece que el disco funciona porque empecé a tener devolución de que la gente lo está escuchando”, confía el artista estadounidense. “Fue muy emocionante el proceso de producción, pero también me costó mucho hacerlo. Trabajé muy duro en los sonidos y en los detalles. Estoy contento con el resultado. Creo que quedó bien”. El segundo álbum de Jake Shears vio la luz cinco años después de su debut en solitario, titulado igual que él. “Me llevó tres años prepararlo. Reconozco que trabajo lento. A veces, eso está bien. Las cosas tienen que salir exactamente como las quiero”, admite. Aunque fue grabado en Lisboa, Nueva Orleáns y Londres, lo terminó en la urbe inglesa, adonde se mudó. “Aún tengo mi casa en Nueva Orleans. Lamento que esa ciudad se convirtiera en una de las más peligrosas de los Estados Unidos. Todo lo que está sucediendo allá parece muy extraño”, asegura.
El cantante y compositor de 44 años se instaló en la metrópolis europea para estar cerca de sus managers, por lo que todavía no pudo disfrutar ni conocer a fondo su nueva base de operaciones. “Lo único que hice hasta ahora es trabajar. Desde que llegué, realmente estuve muy ocupado. No me quejo, me encanta hacerlo”, revela. “Quiero aprovechar todos los recursos que me puede brindar esta mudanza. Siento que puedo lograr muchas cosas acá, así como conocer y colaborar con gente increíble. Estoy feliz y agradecido de lo que conseguí hasta ahora”. Por más que se vende como un artista disciplinado y laburante, el rubio nacido en Arizona no puede ocultar su fama de juerguero. Antes de dejar atrás a Nueva Orleans, y una vez que se levantaron las restricciones por la pandemia, Shears empezó a organizar fiestas en su casa a las que podía asistir cualquiera que lo deseara. El motivo era simple: extrañaba la joda.
Previo a establecerse en la capital norteamericana del libertinaje, donde por cierto tiene un altar en honor a David Bowie, el artista ya consumaba este tipo de festividades en Nueva York. Hoy son legendarias por el nivel de descontrol que experimentaban, a tal punto que la policía llegó a allanar su hogar en un par de ocasiones. Justamente en esto se encuentra inspirado Last Man Dancing. “Me encanta hacer fiestas. Ni te imaginás cuánto”, enfatiza el gran showman, que el año pasado estrenó en el Reino Unido el musical que compuso junto a su amigo Elton John, Tammy Faye (basado en la vida de la celebrity evangélica), elogiado por la crítica de las islas. “Me fascina poner música hasta la mañana siguiente. No hay sensación que se le compare a quedarse despierto toda la noche bailando. Siempre intento ser la última persona en irse del lugar. Como eso forma parte de mi espíritu, me pareció que podía ser un gran título para el disco. Así nació la idea”.
Más que un tributo a lo festivo, el segundo álbum del ídolo LGTBIQ+ reivindica la intimidad de la fiesta. “La vida nocturna cambió por completo”, afirma. “En Londres, y supongo que también debe suceder en Buenos Aires, las fiestas pasaron a ser encuentros masivos. Echo mucho de menos los espacios íntimos de baile, los bares gays y los pequeños clubes. La única alternativa que queda son las fiestas en casas”. Si bien las letras de su primer trabajo solista se caracterizaron por explorar su temperamento e inquietudes, en esta secuela las historias que desarrolló fueron fruto de su imaginación. “Es cinematográfico, una película en mi cabeza”, ilustra. “Aunque hay sentimientos en las canciones que son reales”. Esa materialización de sus afectos y deseos la trasladó a los invitados e invitadas del disco. En ese ítem sobresalen Iggy Pop, al igual que sus amigas Kylie Minogue (a la que considera “la Dolly Parton del pop”) y Jane Fonda.
Si la estrella australiana cantó en “Voice”, tema que fusiona el ADN de Depeche Mode con el de George Michael, la actriz y leyenda del aerobic prestó su voz para “Radio Eyes”. “Somos amigos desde hace años. Ella venía a los recitales de Scissor Sisters y me invitaba a sus fiestas en Los Angeles. De hecho, llevé a Kylie a una de ellas”, argumenta. “En 2013, actuamos en el cortometraje The Future of Flesh, del que tomé una voz en off suya. Le mandé en un mail donde le dije: “¿No tenés problema con que te ponga en un disco de techno?”. Cada vez que habla, Shears transpira pop y también cultura queer. “Ser gay no es una personalidad, pero puede definir mucho de ella”, reflexiona. “¿Qué es la música gay? Siento que la música en sí misma siempre trascenderá eso. Sólo podemos teorizar sobre por qué la música dance es tan popular entre los gays y, sin embargo, me gustaba la música house cuando tenía 11 o 12 años, antes de estar dispuesto a admitir que era gay”.
En contraste con su primer disco sin Scissor Sisters, donde el artista sorprendió al meterse en la piel del rock clásico, Last Man Dancing significa la vuelta de Shears a la música dance. “A la gente le encanta mi música de fiesta”, admite. Este regreso a sus raíces no podía ser de otra manera que subiendo la vara conceptual y para ello dividió el repertorio en dos mitades. La primera parte apunta al pop directo, de lo que deja constancia el tema que abre esta aventura hedonista y nocturna, “Too Much Music”, atravesado por el legado de Giorgio Moroder. El segundo segmento, en cambio, apuesta por una impronta clubera y psicodélica. Glam rock, acid house, funk e italo disco condimentan esas 12 canciones, inspiradas en el cruce de música house y rock que patentó la escena francesa liderada por Daft Punk y traccionada por Justice. “A eso le sumaría el groove de Nile Rodgers, a Frankie Valli cantando ‘Grease’ y el falsete de Sylvester”, describe.
El productor del álbum, el artista alemán de música electrónica Boys Noize, tiene fama de extremista. Y esta vez no fue la excepción. Al mismo tiempo que componían los temas en Lisboa, puso a prueba su efectividad en fiestas caseras. “Quería que el resultado fuera exactamente eso: un DJ set a las 3 de la mañana”, asienta Shears. Tras su lanzamiento, abundan las comparaciones con el tercer trabajo de Scissor Sisters, Night Work (2010). Aunque por ahora nada logrará que la banda salga de su hiato. “La relación entre nosotros está bien”, explica. “Me encantaría que sucediera, pero es una decisión colectiva. Mientras tanto, sigo adelante con lo mío”. Lo único realmente tangible es que en 2024 se cumplirán 20 años del fabuloso disco debut del grupo. “No existían aún las redes sociales”, bromea. “Fue un momento especial. Si bien trabajamos mucho y experimentamos un montón, no volvería a pasar por lo mismo. Y más con todas las herramientas que nos ofrece esta época”.