En septiembre, el Payaso Chacovachi cumplirá cuarenta años desde la primera vez que fue a una plaza a hacer reír. Toda una vida dedicada al humor, al arte callejero y a la provocación. Porque para él el humor es sinónimo de provocación. Esa es su fórmula para movilizar: “entretener sin estupidizar”. La risa al servicio de la reflexión. Pero siempre con una dosis fuerte de irreverencia y delirio. Esa es la esencia de ¡Cuidado! Un payaso malo puede arruinar tu vida, el espectáculo que presenta todos los sábados de junio y julio a las 17 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037). “Es un espectáculo lleno de risas pero también muy profundo. No soy un payaso tradicional, soy un payaso bastante filoso y filosófico. No es solamente para chicos, porque a veces los payasos están catalogados como un espectáculo de servicio, para pibes, pero éste es un espectáculo para adultos también”, explica Fernando Cavarozzi, el intérprete que se pone en la piel de Chacovachi.

“Los malabares, la magia, los equilibrios y la globología son la excusa, Dios, la política, la muerte, las drogas, el poder, la falsa modestia, el amor, los ideales y el conformismo son la razón para reír”, se anuncia en la descripción del evento. “Yo digo que trabajo para el adolescente que todos tenemos adentro, de todas las edades. Es un humor bastante provocador, tiene mucho delirio y es universal, por eso funciona también en otros países y en distintos lugares, desde una favela de Brasil hasta un teatro importante de Barcelona”, precisa Chacovachi, que tendrá una invitada especial: la payasa: Maku Fanchulini. Formado en la Escuela Argentina de Mimo, Chacovachi fue uno de los primeros artistas callejeros de Argentina en trabajar el payaso de calle, primero en el Parque Centenario y Parque Lezama y luego en Plaza Francia. “La calle y sobre todo los quince años que trabajé en Plaza Francia me han marcado. O las temporadas con el Circo Vachi en la Costa Argentina”, resalta.

-¿Y cómo hiciste para encontrar un lenguaje que incluya a públicos de todas las edades y clases sociales?

-Es que eso es lo que tiene la calle. El teatro es un colador. En cambio en la calle vos te encontrás a personas de todas las edades y todos los niveles culturales y sociales. Y vas encontrando ese lenguaje, esa poética que tiene el espectáculo que lo hace tan diverso. Yo fui aprendiendo con las miles y miles de funciones que di. En la calle tenés que trabajar para los adultos porque el chico en mi espectáculo se ríe mucho y los menores de cuatro o cinco años quizás hay cosas que no entienden, pero entienden lo sienten cuando ven a sus padres reír, cuando ven al ambiente reír. Cuando vos trabajás en redondo en la calle la gente no solo te está viendo a vos sino que está viendo su propio reflejo y eso hace un espectáculo muy particular. Porque estás viviendo una especie de fiesta popular. Y con los años fui encontrando este humor que yo tengo.

-Lo tuyo tiene un componente punk, irreverente y provocador, ¿Necesitas ajustar y actualizar el estilo del humor o las rutinas según las épocas y los contextos culturales?

-Evidentemente, hay números que van atravesando muchas décadas. Y la gente va cambiando. Claro que voy adaptando el humor. Hay números, rutinas o chistes de los años ochenta o noventa que ya no los hago más, porque los tiempos van cambiando. Entonces, aunque soy un payaso punky, la verdad es que lo que quiero es movilizar sentimientos, no me gusta lastimar a nadie. Por eso, hoy en día hay chistes que no puedo hacer más. Hay humores de los ochenta y de los noventa que si los hacés ahora vas preso más o menos. También voy modificando el espectáculo si hay muchos chicos en el público o si hay más adultos, igual es un ida y vuelta. Veo en el momento qué es lo que mejor funciona. Lo que yo quiero es que la gente se ría, se emocione y se vaya recordándome. Yo no solo quiero que me quieran, sino que quiero que me recuerden. Si vos tirás siete pelotitas para arriba la gente te va a admirar, si volás por el aire la gente te va a envidiar, pero hacelos reír y seguramente te van a amar, que es lo que yo busco. El amor te da libertad.

-Vos reivindicás la figura del payaso desde un lugar ideológico y político, y a la vez tomás distancia del concepto de clown, ¿Por qué hacés esa distinción?

-¿La diferencia? Yo no veo a ningún clown animando una fiestita en Lugano 1 y 2. El clown es más teatral, trabaja más sobre la emoción. Y yo la verdad lo que quiero es hacer reír a la gente. Igualmente tengo un personaje muy filosófico, no solamente los hago reír sino que los emociono, los hago pensar. Los chistes tienen una profundidad muy grande. Hay un chiste clásico mío en el que yo le pregunto a un nene si le gusta vivir en este mundo y el nene me dice que sí y yo le respondo: "bueno, ya se te va a pasar". Esto es arte y entretenimiento, pero yo no solo quiero entretener. Porque hay una diferencia grande entre el entretenimiento y el arte. El entretenimiento lo que hace es tratar de hacerte olvidar del presente que tenemos, pero el arte es al revés, te deja pensando y te mete un montón de preguntas adentro. Y a mí me gusta mostrar qué es lo que siento y mi visión del mundo.

-¿Para crear un número o una rutina primero tenés que encontrar algo que te haga reír a vos?

-Sí, yo no me traiciono. Todo lo que digo, todo lo que hago, todos los chistes que siempre tienen una profundidad, una verdad y una tragedia me representan sin lugar a dudas. Los números tienen un fin, tienen una imagen que me lleva a crear ese número y generalmente tienen una provocación y un acercamiento a la tragedia, que por supuesto siempre se resuelve. El material para mi espectáculo lo encuentro en la provocación. Y a partir de la provocación en la reacción y afectación de esa provocación. Yo vengo de los ochenta, vengo de un humor mucho más combativo y reactivo. El número se termina de concretar después de hacerlo veinte o treinta veces y luego se convierte en repertorio. Hay números que tienen veinte o treinta años y cosas que se me ocurren la noche anterior y las pruebo. Pero es el público el que te termina diciendo por dónde: en la cara, en las reacciones, en las risas, en tragar saliva.

-¿Y qué fue lo más importante que aprendiste de trabajar en la calle?

-La supervivencia. Lo único que tenés que aprender es a sobrevivir. Trabajar en la calle tiene riesgos muy grandes. Es otra diferencia entre el clown y el payaso. El clown trabaja mucho en teatros y el teatro tiene un paracaídas muy grande. En cambio la calle no tiene paracaídas. Entonces, el hecho de trabajar en la calle te enseña a sobrevivir, a entender que todo lo que hacés es para poder salir vivo de esa situación. Cuando empecé a trabajar en los teatros tenía que bajar la energía, porque el teatro tiene un horizonte y la calle no tiene ese horizonte. La proyección en la calle tiene que ser muy grande. Y ni hablar de los riesgos que tiene, porque ahí están todos mirándote: el bueno, el malo, el asesino y el angelical. Y más cuando sos un payaso provocador, por eso tenés que tener una fortaleza muy grande. Mi humor es bastante político y bien direccionado. Yo no quiero molestar a alguien, pero si a alguien quiero molestar es a mis enemigos, a las personas que yo creo que le hacen mal a este país, que son los que piensan de una manera derechosa. Y de ellos sí me burlo.

-Y en ese sentido, en tiempos de crisis social y política, ¿El humor cumple un papel importante, puede servir para reparar?

-El humor funciona en las crisis mucho mejor que cuando no las hay. Bueno, nosotros vivimos casi siempre en crisis. En 2001 las funciones en Circo Vachi eran apoteósicas, porque la gente necesita reír y necesita entender. Lo que vos entendés con la risa lo entendés para siempre. Y eso yo lo uso mucho. Hay mucho humor político en lo que hago. Pero no es panfletario, es un humor político profundo y funciona muy bien. Cuando ganó Macri era muy difícil hacer reír a la gente, pero cuando lo lograba esas risas eran liberadoras. El humor se potencia muchísimo en épocas de crisis.