El militar retirado Carlos Alberto Barbot se llevó varios secretos a la tumba. Mató en vida a sus padres cuando decidió cortar todo vínculo con ellos, como si se lo hubiese tragado la tierra, y hasta se cambió el apellido Barbotta por Barbot. El agujero negro de un enigma familiar, el silencio como la piel del miedo y el resquemor de lo que no se habla devienen materia prima para construir una novela. Un periodista y escritor argentino que reside en Málaga viaja a Buenos Aires en diciembre de 2000 para conocer a ese militar retirado, el hermano de su padre, un cuadro clave de la dictadura cívico militar en Trelew, que estuvo procesado por delitos de lesa humanidad como exjefe del área 536 e interventor de la policía en Chubut. El tío francés (Ediciones del Genal), de Héctor Barbotta, es la reconstrucción de un drama familiar escrito con las herramientas del periodista que elige investigar en archivos y hablar con testigos y familiares de las víctimas de Barbot.
Barbotta (Buenos Aires, 1963), corresponsal de Página/12 en España, sentía que tenía una deuda con Argentina. “Le estuve dando vueltas a varios proyectos que giraban en torno a la derrota con la que se saldó la experiencia de los setenta. Incluso viajé dos veces a Buenos Aires para hacer entrevistas. ¿Pero qué podía aportar yo a tanta distancia y tras tantos años de ausencia?”, se pregunta el periodista que desde 1988 vive en España. La respuesta a ese interrogante la encontró en la propia historia familiar. “Creí que era necesario contar el miedo aparentemente insignificante pero al mismo tiempo profundo, reflejado en actos cotidianos, que se vivía en los años de mi adolescencia. Al mismo tiempo, y esto me pasó una vez que comencé a escribir, vi que la historia de mi tío atravesaba más de medio siglo de historia argentina, desde el golpe de Estado contra Perón hasta el fin de la impunidad que se consiguió bajo el kirchnerismo”, revela el autor de El tío francés.
-Para alguien que fue adquiriendo conciencia política en la recuperación democrática, ¿qué significó ser el sobrino de Carlos Alberto Barbot, “un ejecutor de la represión”?
-Para mí no significó gran cosa. En aquella época no conocía personalmente al personaje, salvo por las referencias familiares, y por lo tanto nunca me causó la conmoción que seguramente me hubiera provocado enterarme de que alguien cercano había estado vinculado a la represión. Lo que sí me entristecía era ver cómo toda la historia en su conjunto provocaba sufrimiento en mi padre, que estoy seguro de que habrá llorado en silencio al ver en qué se había convertido su hermano, algo que afortunadamente mis abuelos no llegaron a ver. Para mi padre la ausencia inexplicable de mi tío siempre fue un motivo de gran dolor y tener noticias de lo que había hecho durante la dictadura supuso un sufrimiento añadido.
- “Si para salvar la vida de un solo camarada del Ejército era necesario matar a cien personas, había que hacerlo”, dijo Barbot. ¿Por qué los represores siguen justificando el terrorismo de Estado?
-Ojalá tuviera respuesta a esa pregunta. Imagino que para algunos encontrar grandes justificaciones para grandes crímenes puede ser un mecanismo interno para seguir viviendo, para seguir mirando a sus nietos a la cara. Para responder a esa pregunta con mayor fundamento sería necesario comprender cómo razona un torturador, algo que a mí me resulta imposible. Lo que sí percibí cuando me entrevisté personalmente con Barbot es que actuaba como si no tuviera conciencia de lo que había hecho. Diría que era un ejemplo viviente de la banalidad del mal, de la que habla Hannah Arendt en su libro sobre el juicio a Eichmann. No hay forma de justificar o relativizar los crímenes de la represión si en cierta forma no se los banaliza.
-Eliminar la letra “t” y la vocal “a” del apellido, borrar el nombre de su hermano de la tapa de un libro de Héctor Gagliardi, hermano al que eliminó también de su biografía. Eliminar, desaparecer, olvidar es una suerte de trinomio que continúa teniendo muchos devotos. ¿Por qué crece el negacionismo a la par que se potencian las derechas en el mundo?
-Algunas de las acciones que hizo mi tío en relación con su familia –desaparecerse a sí mismo frente a sus padres y sus hermanos, hurtarle a sus hijos su verdadera identidad, intentar ocultar burdamente el robo de un libro mutilándolo- tienen un significado muy profundo, que va más allá de lo meramente simbólico. Son la expresión de una forma de pensar y de actuar. Sintetizan la cobardía del ejército argentino. El fenómeno del negacionismo en Argentina seguramente forma parte del auge del populismo trumpista, que está relacionado con la incapacidad de los sistemas democráticos de dar respuestas a los excluidos y al desapego de las mayorías frente a las elites políticas. Después de la caída del socialismo real, las clases dominantes dejaron de sentirse aludidas por el pacto social que, en algunos lugares más y en otros menos, había propiciado cierto estado de bienestar. La desaparición de un modelo alternativo que no funcionaba, que era opresivo, pero por el que se sentían amenazadas, no hizo otra cosa que disparar su codicia. Eso acabó socavando la base material de la democracia, que se fundamenta en los derechos sociales. El crecimiento de la derecha radical en muchas partes del mundo está relacionado sobre todo con que hay vastos sectores sociales que perciben su exclusión y buscan respuestas por fuera del sistema. El populismo trumpista, en sus múltiples expresiones, es una respuesta trampa porque está animada por los beneficiarios de la ruptura del pacto social, no por sus víctimas. Si la democracia no acierta a elaborar un proyecto alternativo, la derecha radical seguirá creciendo.
Yo estoy convencido de que Argentina es un ejemplo en el mundo en su ejercicio de memoria, pero en la medida en que las mayorías no se sientan interpeladas habrá tierra fértil para el negacionismo. Lo que sucede en Argentina con la memoria sucede en otras partes del mundo con la lucha contra el cambio climático, las reivindicaciones feministas o la defensa de los derechos de los migrantes o los pueblos originarios. El trumpismo las presenta como preocupaciones de las elites políticas ajenas a las aspiraciones de las mayorías. Mientras esas reivindicaciones no se articulen en unos proyectos y en unos liderazgos que pongan en el centro el bienestar material de las mayorías, será muy difícil detener el avance del trumpismo.
-¿Qué reflexión te merece el hecho de que Barbot murió sin llegar a ser juzgado por su responsabilidad en secuestros, torturas y asesinatos?
-Ojalá hubiera sido un caso aislado, pero su impunidad fue la de muchos represores. Insisto que Argentina es un ejemplo en la lucha contra la impunidad, pero ese triunfo de la justicia, producto sobre todo de la persistencia de los organismos de derechos humanos, llegó después de la claudicación alfonsinista y de la larga noche menemista. Lamentablemente, se perdió mucho tiempo y esa demora fue la mejor aliada para los represores.