El camarín de Eleonora Wexler está ubicado en el tercer subsuelo del Teatro San Martín y tiene la misma calidez que la actriz manifiesta al compartir el proceso creativo que la trajo hasta acá. Por estos días protagoniza El testamento de María, obra basada en el texto del premiado escritor y periodista irlandés Colm Tóibín, con dirección de Julio Panno. La versión –en español a cargo de Agustí Villaronga y Enrique Juncosa– acaba de estrenarse en la sala Cunill Cabanellas y podrá verse de jueves a domingos a las 19.30.
El texto de Tóibín le llegó a Wexler hace siete años y la primera vez que lo leyó sintió un gran impacto. “Me pareció tan crudo y despojado, en carne viva. Vi a una mujer. También pude ver a los personajes que la rodean, pero lo que más me atravesó fue el dolor de esta madre –recuerda–. Eso pasa cuando se les quita la cera a estos personajes para ver a las personas de carne y hueso, más allá del contexto social o la época. Es un texto plagado de imágenes que me permitió comprender a esta mujer, sentirla cerca”.
La obra, que primero fue una novela, narra los padecimientos de María, la madre de Jesús de Nazaret, aquí despojada de toda su carga icónica porque no es la virgen sino la madre. Tuvo varias versiones alrededor del mundo, cada una con su impronta. La que protagonizó Blanca Portillo –amiga de Wexler– en el Teatro Valle Inclán se trataba de una puesta naturalista; la británica Fiona Shaw interpretó en Broadway una versión dirigida por su compatriota Deborah Warner que generó ciertas polémicas porque se abordaba al personaje desde la actualidad.
En este caso, Panno y Wexler buscaron recrear a la mujer que trabaja la tierra y es desterrada a Éfeso, esa mujer que no entiende muy bien lo que pasa con su hijo porque no lo ve como el Mesías sino como el chico que dio a luz: “María comprende que su hijo tiene algo extraordinario; es como un imán, la gente se le pega. Tiene un poderío enorme pero lo interesante es que nadie juzga nada, simplemente son reflexiones de una madre que observa al hijo en ese entorno político-social. Después de todo, ella es una mujer de fe”.
Hay algo que en la lectura conmueve profundamente: el deseo de María de volver el tiempo atrás. Las actrices suelen tener ese extraño poder para recrear mundos que pueden ser totalmente ajenos. Portillo, por ejemplo, no tiene hijos y en una entrevista declaró que no creía que fuese necesario para entender las angustias del personaje. Wexler sí (es madre de Miranda). Cuando se le pregunta de qué manera atravesó el texto desde ese lugar, responde: “Es inimaginable. El solo hecho de pensarlo por un segundo resulta insoportable. O te matás o aprendés a convivir con eso, pero, ¿de qué manera? Ella lo tuvo en su panza, dio a luz, lo crió. Siendo mamá es imposible no ponerte en la piel de lo que pudo haber sido el sufrimiento de María, más allá de que lo observaba y había cosas de ese hijo que no le gustaban… ¡cómo nos pasa a todas las madres! Creo que no podés dejar de convivir con ese dolor. Ella subsiste y creo que lo logra porque en el fondo sabe que hay un legado”.
-Aparecen varias referencias a pasajes bíblicos. ¿Hubo una investigación previa para entrar a ese universo?
-Sí, el pasaje de Lázaro es tremendo. Nunca me lo habían contado de esa manera: es como una especie de zombie que se despierta entre espasmos y convulsiones. Es muy curioso lo que pasa con María: en la Biblia hay tres renglones. Es muy poco lo que se cuenta teniendo la importancia que tiene. Todo está referido a Jesús. No quisimos recurrir a cosas tan subjetivas porque hay demasiados agujeros en la historia. Cada uno cuenta algo distinto, pero, ¿quién vio todo? Sí tengo claro que era una mujer del campo, que trabajaba la tierra y cuidaba a los animales. Cuando tuvo a Jesús era muy joven y seguramente fueron muy compañeros con José. Quisimos recrear a estas personas que viven, sienten, recuerdan, anhelan y sufren.
Este es el tercer unipersonal de Wexler: en La maldecida de Fedra interpretó a Enone, la esclava de Fedra (en la versión escrita por Patricia Suárez y dirigida por Marcelo Moncarz bajo el nombre de Pelegrina), y en Mary para Mary a Mary Wollstonecraft, la madre de Mary Shelley (célebre autora de Frankeinstein). “Mary no tuvo espacio ni poder, fue denigrada por reivindicar los derechos de la mujer. Era una adelantada para su época, una mujer con una cabeza increíble, una gran libertad y el deseo de dejarle a su hija un mundo mejor. En este caso se trataba de darle voz a María, que siempre aparece como una mujer sumisa pero no lo es. Hablamos de una mujer que es desterrada, que sufre y está entre el misterio, la fe, el dolor, la maternidad”.
-¿Sentís que en este último tiempo hubo cambios en relación a los personajes femeninos que te llegan? María, por ejemplo, se presenta como un personaje con luces y sombras, con matices y contradicciones.
-Por supuesto que veo muchos cambios. Si retrocedemos en el tiempo, más allá de las obras clásicas, hubo cambios. En la televisión, por ejemplo, era otro el espacio que se le daba a los personajes de mujeres y creo que hay cosas que ya no se podrían contar de la manera en que se contaban antes porque atrasa. Y además, ya nadie se reconoce en eso. Hay que contar lo que hay que contar. Para mí, los actores somos esponjas para narrar diferentes personajes.
La actriz confiesa que siempre les pide permiso a estas mujeres a la hora de invocarlas sobre el escenario. “Son energías. Si uno entiende que esas personas vivieron, hay que ser muy respetuosos. Siento que abro mi corazón para que eso se expanda y suceda”. La explicación se completa con el pequeño ritual que Wexler lleva adelante junto a una integrante de su equipo antes del ensayo: el fuego es ofrenda para el altarcito que María tiene en su camarín. “Esto va más allá de la creencia o no creencia. Es la fe y lo que signifique la búsqueda de plenitud y caminos para cada uno”, señala.
-¿Qué desafíos presenta el formato unipersonal?
-Hay algo de viaje. Los interlocutores los creás vos, no están ahí. El trabajo previo de preparación es profundo: el texto, la propuesta del director, el camino elegido, cómo vamos poblando ese mundo para que todo sea narrado en una sola persona. El desafío es grande pero es un hermoso viaje cuando estás inspirada. Los interlocutores son fundamentales y también un director que te guíe, que vea desde afuera, potencie el cuento y tenga muy claro el desarrollo.
Wexler trabaja como actriz desde los 8 años: empezó en el musical Annie, trabajó en cine y televisión, pero siempre vuelve al teatro. Acuerda con esa idea de que el cine es de los directores, la tele es de los productores y el teatro es de los actores. “Hay algo de lo vivo, el instante, el aquí y ahora. El trabajo más difícil es estar en ese presente. Tu energía converge con la de la gente, es una hermandad, algo único e irrepetible; ninguna función es igual aunque tengas el mismo texto, los mismos movimientos”. También habla de las otras disciplinas en esta puesta: “La música (a cargo de Fernando Albinarrate) potencia los climas, hay una soprano (Rocío Noziglia) que canta y es muy rico lo que hace porque te conecta con ese universo, el espacio, las luces. Y la sala me encanta, es perfecta para esta obra porque es íntima”.
* El testamento de María podrá verse de jueves a domingos a las 19.30 en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Las entradas se pueden adquirir a través de EntradasBA.