Rolando Rivas, taxista es -sin dudas- la gran telenovela argentina de todos los tiempos. A medio siglo de su estreno, allá por 1972 en el viejo Canal 13, sus televidentes originales la siguen recordando con pasión, quienes apenas tenían edad para comenzar a atarse los cordones rememoran cómo sus padres, tías y abuelas esperaban con ansiedad la cita imperdible de los martes a las 22 para ver los capítulos de la ficción escrita por Alberto Migré, y las nuevas generaciones intentan analizar su trascendencia redescubriéndola en los episodios subidos a YouTube. Como un ejemplo de su anclaje cultural, la telenovela protagonizada por Claudio García Satur y Soledad Silveyra sigue vivita y coleando en la memoria y el alma de muchos argentinos, aún 50 años después de su emisión televisiva. Y también en el mundo editorial, con la reciente publicación de Se paraba el país (Ed. Milena Caserola), un libro que analiza desde diferentes miradas la relevancia social, cultural y televisiva de aquella telenovela emblemática que marcó pero también reflejó una época de la historia argentina.

Una telenovela excepcional necesitaba contar con un libro a su altura, escrito a seis manos. Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista es un trabajo que la obra insignia de la factoría Migré necesitaba para no solo revisitar sus aspectos artísticos, sino también como una forma de volver sobre los tumultuosos años setenta desde otra perspectiva. El texto de Nora Mazziotti, licenciada en letras, novelista e investigadora de la telenovela argentina, disecciona todos y cada uno de los aspectos narrativos que convirtieron a la novela en un fenómeno sin precedentes. El sociólogo y dramaturgo Gustavo Moscona recorre la ficción colocándola en diálogo con la realidad política y social de la Argentina en 1972 y 1973, años en los que se emitieron sus dos temporadas. Por último, el guionista Marcelo Camaño (Montecristo, Vidas robadas) aborda a la novela desde un punto de vista completamente innovador: creando una ficción sobre el backstage de la producción de Rolando Rivas… Los tres textos que componen el libro cuentan con el acompañamiento de una serie de extraordinarios dibujos de Miguel Rep sobre la telenovela que fue adaptada a distintos países e incluso tuvo una versión cinematográfica.

Imagen: gentileza Wikimedia Commons

Conjunción de melodrama y costumbrismo, Rolando Rivas… fue revolucionaria en muchos aspectos. En primer lugar, porque desde el planteo de seguir las andanzas cotidianas de un taxista por la ciudad de Buenos Aires “sacó” a la telenovela de los estudios, posando buena parte de la trama en la calle, con mucho rodaje en exteriores (una de las causas por las que Alejandro Romay le rechazó la idea a Migré). Tampoco era habitual ponerle un nombre masculino a una telenovela, que además incluyera un oficio: dos riesgos que el autor tomó y que terminó incorporando a los hombres por primera vez a la audiencia. Más allá del eje romántico clásico, Rolando Rivas… supo incluir en su trama temas que no eran habituales, como la guerrilla y la violencia política (a través de Quique, el hermano del protagonista), el aborto o la “guita” como eje de charla diaria. Ni hablar en términos narrativos, donde Migré fue más allá: desde el monólogo inicial de Rolando de más de 7 minutos en la puerta de Canal 13, mirando a cámara, invitando a los espectadores a que se sumen a la propuesta, hasta la incorporaciones de figuras “reales” haciendo de sí mismos como pasajeros del tacho.

Ilustración de Miguel Rep incluida en el libro. 

“El libro cuenta de qué manera se paraba el país, con qué obra audiovisual se entretenía a los públicos hace cincuenta años”, le cuenta a Página/12 Mazziotti, con las miradas cómplices de Camaño y Moscona. Rolando Rivas… es, sin lugar a dudas, la mejor novela que se hizo en la televisión argentina. Por eso la gente la recuerda. Incluso, muchos de los que no la vieron, porque tenés que tener más de cincuenta años para acordarte. Pero se acuerdan de sus madres, de sus tías, de sus padres viendo la novela”, reflexiona la especialista en el género. “Por eso -agrega Camaño- escribí una ficción dentro de la ficción, a partir de un chico que apenas sale de la secundaria y sin destino ingresa a trabajar como asistente de producción de la ficción. Y cómo su trabajo y la novela terminan atravesando a todas su familia. Un poco como metáfora de lo que le pasaba al público en todo el país”.

-¿Qué fue Rolando Rivas, taxista y qué significa que hoy, cinco décadas después, siga tan vigente en la memoria de los argentinos?

Marcelo Camaño: -Porque evidentemente hubo algunos elementos en aquellos convulsionados años donde esta ficción pegó en el imaginario popular. Quizás por lo que fue esa pareja explosiva, que no se había visto mucho hasta ese momento. El nivel de amor, la pasión de los besos, el nivel de las miradas, de las caricias, era novedoso para esa época. No es que no se había hecho antes, sino que evidentemente esta pareja calentaba, gustaba, enternecía. Eso quedó muy plasmado en toda esa generación, tanto de de mujeres como de varones. Creo que también fue una de las primeras que incorpora el nombre del personaje y el oficio en el título. Eso generó un público masculino, que si bien se había asomado antes a algunas producciones de Jorge Falcón, o de Nené Cascallar, era la primera vez que asumían que veían la novela. Hombres que compartían con Rolando y con su barra de amigos, incluida una mujer en esa barra de amigos, los devenires de cualquier oficio y de cualquier profesión. Y además de hablar de política, de fútbol y de amor, y de minas, como hablaban ellos. Me parece que por ahí está la vigencia en la memoria de de los argentinos. El público argentino es muy agradecido de sus ficciones y las tomas como propias.

Nora Mazziotti: -No es casualidad que muchos se acuerdan aún hoy cómo se veía la novela en sus casas. Eso solo pasa cuando ocurre un suceso importante: uno se acuerda de qué estaba haciendo en ese momento. Bueno, con Rolando… pasa mucho eso, la gente que te cuenta cómo la seguían: “yo me iba a casa de una amiga a verla”, “yo me iba a casa de mi tía”, “venía todos lo martes a cenar tal persona para verla juntos”... Fue un acontecimiento que se ha traspasado de generación en generación. Creo que además, Rolando… es una obra con una identidad porteña y argentina muy marcada.

Gustavo Moscona: -La novela representa el espíritu de una época, es una telenovela profundamente popular. Para mi gusto, es una novela peronista, que nos permite pensar que es posible una historia de amor entre un trabajador, en este caso un taxista como Rolando, y alguien que pertenece a los sectores altos, como Mónica, que era Helguera Paz. En ese sentido, Migré nos da la posibilidad de pensar a estos dos sectores juntos. Hoy en día es muy difícil pensar a esos sectores entrelazados. Rolando… nos daba la posibilidad de pensar en esa mezcla, que ese amor era totalmente posible entre un laburante y alguien de clase alta.

-¿Cuáles fueron, a su parecer, las virtudes de la novela escrita por Alberto Migré?

N. M.: -Las virtudes fueron muchas. Tenía muchísimo de revolucionario sumado al melodrama clásico, porque lo revolucionario también se daba dentro del melodrama. Fue revolucionario, en primer lugar, una novela con un nombre masculino en el título. Blanqueó a los hombres como espectadores. También el taxi que recorría la ciudad, y las tomas de las calles que se hacían en fílmico. O el hecho de tener un protagonista que no era el galán ganador, sino un taxista que con ese trabajo mantenía a su familia, pero a la vez era caviloso, malhumorado. Hay un primer capítulo que es brillante, donde en off está la voz de Claudio García Satur, que hacía de Rolando, contando cómo se había sentido ese día. Eso realmente es muy novedoso. Y la última escena de ese episodio, cuando se sube al taxi Mónica Helguera Paz (Soledad Silveyra) y sin mediar palabras se tira del auto en movimiento. Y él la socorre y la lleva en sus brazos como última escena. El melodrama estaba muy presente.

M. C.: -Migré no piensa ser revolucionario y no piensa en esa novela en descubrir ningún mundo nuevo. Él se sumerge nuevamente en el melodrama clásico. En este caso, lo que cambia es el punto de vista del protagonista masculino. Ya no es el muchacho rico, que bebe whisky, se sienta en el living sin saber qué hacer con su futuro, porque no quiere reproducir el ejemplo paternal, sino que es un obrero de la calle, un laburante, que sale a ganarse el mango con el taxi, que tiene una novia a la que es leal, pero no fiel, una novia que no lo va a poner en peligro nunca, no le va a exigir demasiado… Hasta que entra en su vida el torbellino de una adolescente que está terminando la secundaria, una niña rica con tristeza, que le rompe todos los esquemas. Ahí hay uno de los secretos de época, porque en general todas las novelas de esa época, no solamente en Argentina sino en Latinoamérica, la protagonista siempre era muy joven, y no se ponía en discusión que a veces era menor de edad y se enamoraba de una persona adulta. Era un tema epocal. Hoy, nosotros, para hacer eso deberíamos justificarlo con quince mil entradas en la historia. Porque no estaría bien visto. En ese momento no estaba cuestionado, quizás no estaba bien visto del todo, pero no estaba cuestionado.

G. M.: -Rolando… nos remite a esa idea de que la utopía está en el pasado. Un pasado en donde nos encontramos con nuestra familia viendo la novela en un televisor blanco y negro. Nos vemos en las calles que allí aparecen, que son distintas a las de hoy pero son las mismas. También en el barrio, que es distinto, en la ilusión que teníamos como país, en la ilusión que teníamos sobre nosotros, en esta idea de una mesa muy grande con amigos y familiares… No de celulares, de contactos, sino de amigos. Y podemos ver imágenes de Italpark, podemos ver imágenes de otro barrio o de calles que ya se han modificado muchísimo. En Rolando Rivas… podemos ver la calle, concretamente.

-¿Cómo cree que influyó el clima político y social en la escritura de Migré de la novela y en la receptividad del público?

G. M.: -Sin lugar a duda, el clima de época está presente. La novela fue realizada entre 1972 y 1973, cuando se produce la masacre de Trelew, el asesinato de Rucci… Es una época convulsionada, donde no solo se paraba el país para ver la novela sino también porque la clase trabajadora salía a reclamar. Había una lucha por el regreso de Perón al poder, una avanzada anti dictatorial que confluía en una especie de nueva izquierda. Entonces, ese vínculo entre Rolando y Mónica condensa una idea de confluencia entre dos sectores. La juventud radicalizada junto a los trabajadores, los viejos y los jóvenes, los sectores medios altos y los trabajadores. En aquellos años fue la única vez que los datos estadísticos demostraron que se producían casamientos entre sectores muy humildes y de alto poder adquisitivo, entre laburantes y chicas de Pacheco de Melo y Austria. Ese fenómeno no se volvió a dar nunca más. En ese sentido, hay una lectura de parte de Migré con respecto a lo que estaba pasando en el país. Por eso incluye a Quique, el hermano guerrillero de Rolando, que estaba en la lucha armada y cae en combate. Para mí gusto el abordaje puede ser un poco caricaturesco, pero está presente esa juventud radicalizada, politizada, en la novela.

N. M.: -La incorporación del hermano guerrillero, perteneciente a una organización armada, que muere en un enfrentamiento con la policía, porque habían secuestrado a un empresario que justamente era el padre de la protagonista, Mónica Helguera Paz, no es antojadiza. Migré se inspira en el secuestro del empresario Oberdan Sallustro, que era director de la Fiat, y que lo secuestraron en en esos años. En la novela, tras la muerte de su hermano, Rolando tiene un largo monólogo reflexionando sobre el país y la violencia. Hay más innovaciones, incluso, como la incorporación de una taxista mujer en la piel de Beba Bidart, que era actriz, bailarina, bailarina de tango, muy querida en la farándula Argentina. La forma en la que Rolando… trabaja el costrumbrismo es novedosa: está la clase media representada en los tacheros, pero también en el bar y en la casa chorizo, con el patio central donde pasaba buena parte de la vida social.

-¿Cuánto tenía de revolucionario y cuánto de melodrama clásico Rolando Rivas…?

M. C.: -Migré se mete con los temas clásicos, no busca ser revolucionario. Lo que pasa es que tiene un estilo para contar, para adelantar tramas, para meter elipsis, para en algún momento detener la trama y dedicarse a un personaje secundario y una temática, que eso sí era era novedoso. Eso llamaba la atención, además del cuidado excesivo del lenguaje, de la música que usaba, y de los momentos de silencio y solamente visuales, en una televisión artesanal donde era peligroso porque se caían los decorados, los picaporte no funcionaban, las llaves no funcionaban, las macetas eran de plástico, las plantas eran de plástico…

G. M.: -Fue una novela totalmente rupturista, pero también fue futurista en el sentido que, digamos, nos permite pensar la realidad y pensarnos a nosotros dentro de esa realidad. El héroe, Rolando, es un trabajador, es un pibe de barrio, un héroe anónimo. Cuando murió Migré fueron quinientos taxis a despedirlo y el secretario general de los taxistas dijo: “cómo no vamos a venir a despedir a Alberto Migré, si él nos hizo protagonistas de una historia por primera vez en nuestro país”. Ronaldo Rivas representaba a un trabajador y el trabajador era considerado por la militancia política como el sujeto histórico revolucionario.

N. M.: -No es posible analizar Rolando Rivas… sin abordar la innovación fantástica que significó la pareja de Claudio García Satur y Soledad Silveyra. Solita ya tenía un recorrido, pero para García Satur era su primer protagónico. Y conformaron una pareja con una química impresionante, era muy erótica. No era la primera vez que se daban besos apasionados en pantalla, porque ya se los había visto en El amor tiene cara de mujer unos años antes, con Rodolfo Bebán y Bárbara Mujica, que también plasmaron una pareja apasionada. Pero Rolando y Mónica se daban unos besos que traspasaban la pantalla. Al punto que la misma Solita confesó que los besos que se daban con Claudio ya no eran de ficción y que estaban confundiéndose. Por eso decidió no continuar para la segunda temporada. Y Migré no sabía qué hacer, cómo sacar a la protagonista de esa pareja tan emblemática. Y entonces, en otra innovación, se le ocurrió preguntarle a sus conocidos qué es lo que no le perdonarían a la mujer que aman. Y la mayoría le contestó que no le perdonaría que abortara sin decirle nada al otro. Y, entonces, él hizo que el personaje de Solita se embarazara estando casada con Rolando y abortara sin decirle nada. Poder mostrar eso en pantalla, cuando el aborto estaba muy lejos de ser legal como lo es hoy, fue muy fuerte. Y también fue condenatorio para la mujer, en ese entonces. Y el tema lo incluyó en la novela con el rating más alto del país.