La rebelión de los mercenarios del grupo Wagner parece desinflarse. El propietario y comandante en jefe de la empresa contratista, Yevyeni Prigozhin, ha anunciado la paralización del avance de sus columnas militares hacia Moscú en la denominada Marcha de la Justicia tras la mediación del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko.
"Vamos a dar marcha atrás a nuestros convoyes y a regresar a los campamentos según el plan", ha anunciado Prigozhin a través de un audio en su canal de Telegram.
En ese mismo mensaje, el jefe de Wagner asegura que sus tropas habían avanzado en menos de 24 horas hasta situarse a menos de 200 kilómetros de la capital rusa, que estaba en alerta total ante posibles enfrentamientos.
Evitar la guerra civil
Según Prigozhin, el alto mando militar ruso iba a "desmantelar" su grupo de mercenarios, que lleva casi año y medio combatiendo en Ucrania y, desde mucho antes, en otros conflictos del mundo en los que Rusia trata de inferir.
El escenario era –y aún sigue siendo– de total incertidumbre y tensión, había proyectado una imagen de debilidad sobre el Gobierno de Vladímir Putin y habían saltado las alarmas de una posible guerra civil en Rusia en medio de la invasión de Ucrania y de la contraofensiva lanzada por Kiev hace pocas semanas. Los líderes europeos miran con atención los acontecimientos y se ha apresurado a trasladar su apoyo al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.
"Ahora ha llegado el momento en que se podría derramar sangre rusa. Por eso comprendemos la responsabilidad de este derramamiento de sangre rusa de una de las partes y vamos a dar marcha atrás a nuestros convoyes y a regresar a los campamentos según el plan", ha añadido.
Propuesta Bielorrusa
Según la escasa información aportada, Prigozhin ha aceptado una propuesta de Lukashenko, quien había recibido previamente autorización del presidente ruso para emprender esta mediación.
La agencia oficial bielorrusa de noticias, BelTA, ha informado que "Prigozhin ha aceptado la propuesta del presidente de Bielorrusia" de parar su avance y "adoptar nuevos pasos para reducir la tensión".
La conversación entre Lukashenko y Putin se ha producido la mañana de este sábado, después de que los mercenarios de Wagner se hicieran –sin derramamiento de sangre, según Prigozhin– con la ciudad de Rostov del Don, al sur de Rusia y muy próxima a la frontera con Ucrania. "Los dos presidentes acordaron adoptar medidas conjuntas", recoge la agencia.
Putin había calificado de "traición" y de "terrorismo" la operación de Prigozhin y había amenazado con duras consecuencias.
Más tarde el propio Lukashenko "de acuerdo con el presidente de Rusia, mantuvo conversaciones con el líder de Wagner, Yevgeni Prigozhin" y se desarrollaron una serie de contactos y negociaciones a lo largo del día.
"El resultado ha sido que coinciden en que es inadmisible desatar una masacre sangrienta en el territorio de Rusia" y por tanto "Prigozhin ha aceptado la propuesta" de Lukashenko con el fin último de resolver la situación y con "garantías de seguridad para los combatientes de Wagner".
Rusia se encuentra en estado de alerta tras la rebelión de la pasada noche. Una operación ordenada por Prigozhin tras denunciar la muerte de muchos de sus mercenarios en un bombardeo del propio Ejército ruso contra uno de sus campamentos en el frente de Ucrania.
El enfrentamiento entre el jefe de Wagner, cuyos contratistas soportan gran parte de los combates más duros en Ucrania, y el Ministerio de Defensa, ha sido constante desde la invasión rusa. Sin embargo, Rusia ha negado categóricamente el ataque denunciado por Prigozhin.
Los "héroes" de Bakhmut
El Grupo Wagner de unidades integradas por mercenarios, paramilitares y presos sacados de las cárceles para redimir su condena en las trincheras había sido hasta ahora la punta de lanza de la ofensiva rusa contra Bakhmut, en la región de Donetsk.
En esta localidad minera, los ucranianos erigieron su bastión en la parte del Donbás que había escapado a la conquista rusa. Durante meses se desarrollaron allí durísimos combates, con miles de muertos por ambas partes, pero sobre todo en las unidades atacantes Wagner.
Prigozhin acusó una y otra vez al ministro de Defensa ruso Shoigú por no proporcionarle armas y munición y por dejarles solos en la carnicería de Bakhmut, plaza convertida, según reconoció el alto mando ucraniano, en una máquina de triturar carne. Se refería a las oleadas de hombres que los Wagner, por orden del Estado Mayor ruso, iban lanzando contra las defensas ucranianas donde eran masacradas sin contemplaciones.
Finalmente, el grupo Wagner tomó Bakhmut. Entonces Prigozhin anunció que retiraba a sus hombres de esa localidad maldita y dejaba su puesto a los soldados regulares para que éstos aguantaran el embate ucraniano.
Bakhmut se había convertido en un símbolo de la guerra que exigía día y noche más caídos, pero los mercenarios no estaban dispuestos a extinguir sus unidades en el punto más caliente del frente. Ni siquiera los soldados musulmanes de la unidad chechena Ajmat, conocidos por su ferocidad y capacidad de lucha, quisieron ocupar el puesto dejado por Wagner en Bakhmut, donde hoy siguen los más encarnizados combates, también en sus inmediaciones.
Un señor de la guerra contra el ministro de Defensa
La disputa de Prigozhin y Shoigú se disparó cuando el Kremlin trató de que todas las unidades de contratniki –los soldados, paramilitares o no, que luchan por una paga– firmaran un contrato con el Estado que de facto ponía a los Wagner bajo el control de Shoigú.
En medio de ese tira y afloja, se produjo el incidente que ha desatado este motín; el supuesto ataque con misiles por parte del ejército ruso contra fuerzas de Wagner que se encontraban en retaguardia.
"Esta escoria (en referencia a Shoigú y sus oficiales) ha lanzado ataques con misiles contra nuestros campamentos. Muchos de mis soldados han muerto", clamó Prigozhin.
Después, sus unidades tomaron la comandancia militar de Rostov del Don, a menos de cien kilómetros de Ucrania y a 1.100 kilómetros de Moscú. El pánico se disparó en el Kremlin, donde hasta entonces se veía a Prigozhin como un contratista eficiente, aunque un tanto gruñón y fanfarrón.