Muchas preguntas e interrogantes surgen al hablar de la presencia histórica y actual de las personas afrodescendientes en Argentina. La invisibilización y el borramiento en la historia oficial, con el fin de construir una Argentina uniforme, homogénea y sobre todo blanca y europea, generó que en el acervo social se conservara la idea de que la negritud no habitó en estas tierras.
Sin embargo, dos grandes datos rebaten esta afirmación: el censo poblacional realizado en 1778 mostró que en el territorio luego llamado Argentina, el 46% de la población era de origen afro. Sumado a esto, y con nuevas indagaciones y visibilizaciones desde organizaciones afro y el incipiente acompañamiento estatal, se calcula que en el país hoy viven alrededor de dos millones de personas que tienen origen negro.
Buscando desde lo personal y cotidiano
Alejandro Arroz, salteño, cineasta, recuerda cada uno de los momentos en los que, ya en su vida adulta, comenzó a enterarse de las raíces afro que lo atraviesan. “El primer acercamiento con la negritud fue estrictamente personal a partir de ver en decenas de fotos, del lado de mi abuela materna, que eran evidentemente negros. Entonces ahí descubro todo eso, y también los ocultamientos familiares que son parte de una historia que comparto con mucha gente en el país y en el exterior, una historia que permanece en secreto donde están involucrados los silencios familiares que quedan muy bien guardados”.
Recorriendo álbumes de fotografías familiares, un día Alejandro se encontró con una imagen. “En una de las tantas fotos aparece un sacerdote negro, un cura negro. A mí me causó mucha curiosidad y le digo a mi madre, que era blanca de ojos verdes, quién era ese sacerdote, pensando que era un misionero que había venido de África, y para mi sorpresa me dice 'este es mi primo Cotú', y pensé ‘debe ser primo de corazón’, pero no. Así que ahí empezó todo”.
A raíz de este descubrimiento, Arroz comenzó una lenta pero constante indagación que lo llevó a dar con otros familiares que podían tener más fotos, recuerdos y datos sobre la negritud familiar. Sin embargo, muchos, quizás la mayoría, prefirieron seguir manteniendo aquel silencio que atravesó la historia familiar.
“No quisieron mostrarme fotos de los negros, muchos de los cuales vivían. A ese grado llegaba el ocultamiento. Entonces de alguna forma me alié con mi tío Patricio para tratar de conseguir fotos”, recuerda Arroz. En este derrotero algunos datos comenzaban a sobresalir y a llamar la atención: “mi abuela se llamaba Blanca; otra de mis tías, la que tenía el estereotipo negro bien marcado, también se llamaba Blanca, y había otra que se llamaba Clarita. Eso también me llamó mucho la atención, de cómo hasta en los nombres trataban de ‘blanquear’ la situación familiar”.
Luego de indagar e intentar desandar la trama histórica de silenciamientos familiares, un hecho familiar lo puso ante esas imágenes que buscaba. “Un día Patricio me llama y me dice ‘murió la tía Clarita y heredé una caja de zapatos llena de las fotos de la familia’. Esa misma noche hicimos una cena, también con mi madre que aún vivía, y estuvimos hasta las cinco o seis de la mañana mirando fotos e identificando a la gente. Esa fue una íntima reunión familiar pero que sirvió para desplegar todo un universo que estaba y sigue, en parte, totalmente ocultado. Esa noche fue muy importante para mí”.
Multiplicar el mensaje
Aquella certeza sobre sus orígenes llevó al cineasta salteño a tomar las herramientas que más sabe utilizar y comenzar a pensar una serie documental con el fin de ampliar aún más los márgenes de su historia personal, y amplificar el mensaje para compartir el conocimiento general de la temática y sus historias de vida.
“A partir de allí comienzo el guión de la serie Blanco y Negro; presento un proyecto y gano. Desde el primer momento la intención fue decir, tenemos que empezar a hablar de esto, tenemos que empezar a hablar de quienes tienen familia descendientes de africanos, de los que nos sentimos orgullosos, de los que no se sienten orgullosos, de los que lo niegan, de los que no saben por qué reconocerse, de todos ellos. Hay que tener en cuenta el racismo estructural en nuestro país que hace que nadie se sienta orgulloso de descender de esclavos, eso va cambiando de a poco, pero es largo el camino. En ese sentido la serie fue muy motivadora porque mucha gente que la vio me dijo ‘yo salí corriendo a ver los árboles de familia’”.
Si bien Alejandro subraya constantemente que su trabajo no es de corte investigativo, el devenir creativo de la serie documental lo fue nutriendo en cuanto a datos particulares de los seres humanos esclavizados que lo antecedieron y fueron traídos hasta América. “Es muy difícil determinar de dónde llegaron los seres humanos secuestrados que luego fueron esclavizados, porque obviamente no hay registro de eso, hay solamente números, ‘en tal barco llegaron tantos números’. Sumando más complejidad, el tráfico esclavista en Sudamérica fue desde el Río de la Plata hacia arriba, pero también desde el Alto Perú hacia abajo, entonces es casi imposible determinar de dónde vienen. Sí hay algunos estudios que dicen las regiones de donde podrían haber llegado. En mi caso me dijeron que pueden haber sido bantúes, pero todo eso está en potencial porque no hay registros públicos ni nada por el estilo. Los que descendemos del ser humano esclavizado tenemos también ese problema, no poder rastrear los orígenes más allá de bisabuelo o tatarabuelo”.
“En conferencias y encuentros nacionales o internacionales que participé sobre la temática afro, había muchos parecidos con lo que yo venía observando en relación a las cuestiones familiares. Es la misma problemática a nivel global, por eso es muy importante el término diáspora africana en el mundo, ya que engloba a todos los descendientes de africanos que, según donde llegó el barco esclavista, tienen sus nacionalidades posteriores cuando los países se independizaron”.
Una encuentro que completa
“Siempre tuve una búsqueda muy grande por la identidad”, comenta Arroz reflexionando sobre el motor que lo llevó desde el descubrimiento casual de la negritud de su antepasado Cotú, hasta convertirse en un difusor de la causa afro: “Siempre me interesó saber de dónde somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, sabiendo obviamente que nací en Salta, que adoro esta tierra, y en ese sentido, por ejemplo, para mí era admirable la identidad fuerte del Pueblo Wichí, que a pesar de las miserias, del hambre, de la discriminación, de las matanzas, de ser esclavizados en los ingenios azucareros, de ser esclavizados también por las compañías religiosas, pensaba ‘¿cómo es tan fuerte esa identidad?’, porque uno en la ciudad es un híbrido, y descubrir que tenía una pata africana y poder explorarla, poder valorarla, es una forma de completarse”.
Los y las afrodescendientes en la provincia de Salta poco a poco van reconociéndose, en un trabajo lento pero constante saltando silencios, prejuicios y sintiéndose acompañados en un colectivo que los abrace. “En cada actividad que hacemos vamos encontrando gente de ramas africanas. Sirve como ejemplo el comentar que las raíces de la música argentina son africanas en su mayoría. El tango, la chacarera, el malambo, son bases rítmicas africanas, eso lo explicita muy bien Fall Madior Dieng, un senegalés que vino a hacer música a Argentina y es un gran gestor cultural desde la provincia de Tucumán. Él contaba las similitudes entre los ritmos senegaleses, y que en Senegal estaba el mayor puerto esclavista, de ahí salieron la mayor cantidad de barcos. Decía que la chacarera es idéntica a la música africana, cosa que nosotros creemos que es muy argentina”.
A su vez, también se dan situaciones individuales que prefieren quedar en el resguardo personal. “Por otro lado, me encontré con mucha gente aislada, algunos que quieren hablar en privado, otros que quieren exteriorizarlo, otros que lo niegan, hay gente que tiene el fenotipo y lo no lo asume, es un proceso largo el reconocerse”.
Alejandro es parte de la Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina dependiente del INADI. “Somos 10 integrantes, nos manejamos de manera totalmente horizontal y ad honorem. Tampoco tenemos presupuesto pero de igual manera nos parece un lugar importante a ocupar”.
“Negros en ambientes institucionales, domésticos y rurales de la salta colonial” es un proyecto de Arroz que fue seleccionado y aprobado para su realización por el Ministerio de Cultura de la Nación. “Son una serie de conferencias presenciales, cuatro charlas, conversatorios, que se van a realizar en primer lugar en Salta”.
“Con la Comisión estamos trabajando en un segundo proyecto que vamos a presentar al INCAA, que tiene que ver con cuestiones básicas, definiciones que la gente se pregunta. Porque vimos que hay un montón de personas que se preguntan si está bien decir negro o no, o el blackface, que es pintar la cara de negro a los chicos en los actos escolares. Entonces la idea es trabajar sobre eso, cuestiones básicas que siguen estando muy presentes en las preguntas que nos hacen. Además, porque muchas veces los docentes se interesan, nos piden bibliografía para trabajar el tema y no hay, porque toda la bibliografía generalmente fue escrita por blancos”.
Posiblemente la realización de varios de estos proyectos tengan su punto de coincidencia y cierre el 8 de noviembre, Día Nacional de afroargentinos y afroargentinas, en homenaje a María Remedios del Valle, combatiente del Ejército del Norte y nombrada capitana por Belgrano, que falleció el 8 de noviembre de 1847.
Aún en los libros de historia no hay negros ni negras, y en todo caso, su pequeña participación histórica está relegada al vendedor de velas, la vendedora de empanadas o al farolero que prendía los candiles en la oscura noche de la época colonial. Luego, por arte de magia, se fueron, desaparecieron, ya no hay, no están en esta tierra. Sin embargo, otros entramados históricos, poco a poco, comienzan a escribirse y mostrar su presencia histórica y actual.