Cuando se le pregunta a qué se parece hoy el sonido de Saint Etienne, la banda que lleva liderando cerca de tres décadas, Bob Stanley se queda pensando un segundo. Y luego confiesa que el nuevo disco responde mucho más al sonido que evocan las ciudades y mucho menos a un tipo de música en particular. “Supermercados, viajes en trenes, arquitectura horrible, ese tipo de cosas”, enumera, y se ríe. “Creo que pusimos empeño en referirnos a la historia social de Inglaterra, temas anclados en la cultura popular de la clase trabajadora de la que no se habla demasiado”. Aunque está al teléfono, sentado en un banquito en la parada de un colectivo londinense, Stanley habla con gran propiedad. Es un periodista e historiador de música a tiempo completo, que nunca quiso dejar las teclas de la banda que formó en su juventud, y aclara que aunque siempre fueron considerados un grupo de música típicamente capitalina, la realidad es que los tres son bastante pueblerinos y llegaron a Londres recién a la mitad de sus veinte años. No es que se tenga esta idea generalizada sólo por su pop vanguardista, tan concienzudo como bailable, que los enmarcó en el centro del indie dance europeo, sino que en sus letras el trío siempre insistió en elaborar relatos sobre la vida en las grandes ciudades: secas postales de las metrópolis, reflexiones sobre la soledad de lo urbano y la vorágine de Londres. Grandes temas que los interpelaban en ese momento, cuando eran apenas unos veinteañeros recién mudados a la gran ciudad, aunque los tres hayan crecido en lo que sería el conurbano londinense, un tipo de pueblito alejado que se conoce como condado y que rodea las periferias de la ciudad. Lugares en los que, si uno se interesa por la música, se está lo suficientemente cerca para llegar a la acción tomando un tren, pero lo suficientemente lejos como para que en tu barrio no pase nada y te sientas un extraño. Así lo recuerda Stanley, al menos. Y además, asegura, son lugares conservadores y bastante aburridos: “¡Lugares que los londinenses odian aun más que Londres!”, aclara. Aunque de ahí hayan salido bandas tan olvidadas como Soul Family Sensation, por ejemplo, pero también otras de tanto impacto internacional como The Prodigy o Depeche Mode. Todas muy particulares, como usualmente sucede en las periferias. Ahora que en Inglaterra se produce el fenómeno inverso, y que las personas empiezan a migrar de vuelta desde las grandes ciudades al campo, que los chicos se ven obligados a regresar a casa después de probar suerte en una ciudad que no pueden costear, o que los padres neófitos deciden dejar la vorágine de Londres para criar a los suyos lejos del caos, Saint Etienne también vuelve, y lo hace después de cinco años de silencio, con Home Counties, un disco temático que homenajea esos pequeños pueblos donde crecieron y la experiencia de volver a ellos. Explorando las relaciones tensas de amor y odio que experimentan los migrantes con su propio lugar de origen, la banda se renueva con un pantallazo, a la vez bucólico y urbano, siempre bailable, de un día normal en un pueblito a las afueras de Londres y todos sus entresijos.
CANCIONES DE LA PERIFERIA
Curioso caso de una banda británica bautizada en honor a un pequeño club de fútbol francés, Saint Etienne empezó como un proyecto de dos amigos que habían pasado la infancia en el pueblo de Reigate, en el condado este de Surrey. Devenidos pronto en periodistas de rock, Stanley junto a Pete Wiggs eran unos chicos curiosos, con más espíritu de investigadores e historiadores que de rockstars, y que se reencontraron para tocar, y sobretodo pensar, algunas canciones cuando ambos se mudaron a Londres. “Ser un fan, ser un escritor, ser un músico me parecen cosas que obviamente están muy conectadas y que dialogan. Escuchar y reflexionar sobre la música es algo que tenemos muy en común los tres integrantes del grupo”, explica Stanley. Quizás esa sea la razón de que la banda tenga como característica ser un experimento esquivo que no se puede clasificar todo el tiempo. Con la llegada de la expresiva voz y las letras tan elocuentes de Sarah Cracknell, se presentaron como una de esas bandas que habitaron el eclecticismo de los años noventas sin sentirse obligados a decidirse por un género concreto. Alentados por las raves, la música electrónica y también por las facilidades de la maquinaria cada vez más accesible, se dieron cuenta que podían hacer un tipo de música que abarcara sus intereses como los adolescentes nerds que habían sido, y aun así, lograr que el público bailara y arengara. Mezclando el pop de los años sesenta con un beat bailable, o la memorabilia del cine inglés de antaño con el espíritu de las raves más impetuosas, Saint Etienne siempre se elevó como una banda collage por definición. Tan capaces de invitar a la pista de baile con funk, con disco o con tecno pop, como de tomar un sampler de Dusty Springfield o de revisitar una canción de Neil Young, en una versión electrónica, audaz y refrescante. Así lo demostraron cuando en 1990 lanzaron el primer single de su historia como banda, un cover del clásico “Only Love Can Break Your Heart”, con voz de la cantante Moira Lambert. Un año antes de consolidarse por completo con la llegada de Cracknell, que se quedaría definitivamente en la banda y con quien lanzarían su primer disco Foxbase Alpha, que terminó de fraguar su estilo. Desde entonces, ya van nueve discos del trío, en sellos clásicos como Heavenly y Sanctuary y en colaboraciones con gente como Tim Burgees de The Charlatans o con Kylie Minogue. Y sin embargo, la banda siempre se ha deslizado calladamente, tanto en los circuitos de los fans del indie como en las fiestas bailables y los boliches, con una sensibilidad lírica y complejidad en sus influencias que los desmarca del pop bailable industrial, pero sin separarse del despliegue y la calidad que exige el mainstream. Una banda que tiene bien puesto el espíritu del indie pero que le pasa por el costado a su desgarbo. “Me encantan las tensiones entre el mainstream y el underground”, dice Stanley. “Entre artificio y autenticidad”.
PERIFERIA DE LAS CANCIONES
Ahora Bob Stanley se ríe y asegura que con la banda han estado un poco celosos por estos días. Porque sus contemporáneos de Slowdive, compañeros de época e incluso en el sello Creation durante los ‘90, han causado gran revuelo y renovación de fans con su reunión después de 20 años de silencio. Ellos, en cambio, nunca pararon de producir, con un club de fans pequeño pero persistente. Crecieron juntos, hicieron familias, se dedicaron a otras cosas, pero cada cierto número de años, que pueden oscilar entre dos o tres y llegar a extenderse incluso a siete –poco apto para seguidores impacientes– siempre lanzan un nuevo material. “No es lo mismo que a los 25 años, por supuesto. La verdad nunca nos llevamos tan mal para separarnos pero hemos estado haciendo otras cosas. Escribir, hacer pelis ¡incluso ir a Argentina con ellas! Aunque nunca hemos tocado allá, nos gustaría. Somos muy afortunados de que cuando tenemos ganas simplemente nos juntamos y hacemos música”. Con la serie de películas dirigidas por Paul Kelly en colaboración con Saint Etienne, que se pudo ver en un foco del Bafici hace dos años, la banda explora las transformaciones culturales y arquitectónicas de la ciudad de Londres, algo que les quita el sueño y en lo que se basaron para hacer este disco contextual, desde su irónica portada, pasando por sus letras y sus climas.
Este noveno disco, Home Counties, tiene un nombre sencillo que remite a estas ciudades lentas y pequeñas y que sin embargo es mucho más festivo y carismático de lo que sugiere. Se tomaron un poco más de tiempo: desde el 2012, su octavo disco, que no se sabía nada de un material nuevo. En medio, Stanley se dio espacio para escribir y publicó Yeah! Yeah! Yeah!: la historia del pop moderno, un libro sobre las raíces del pop a través de bandas, estilos, escenarios, rankings, que lo ha consolidado como uno de los historiadores de rock más interesantes y curiosos de su actualidad. Wiggs se dedicó a los soundtracks para películas y a una carrera de dj y locutor radial. Y Sarah a su carrera como cantante solista. Pero el trío aun cree en el pop y vuelve con más chispa que nunca, con un imponente disco de 19 temas que amaga con ser uno de los mejores de su carrera. Siempre apostando por la pista del baile pero también por el eclecticismo indeciso que los caracteriza, donde el funk, el tecno, incluso los ritmos latinos conviven con postales costumbristas de la ciudad. Y con letras que sugieren imágenes tan únicas como la de un David Bowie que fracasó en la música y ahora trabaja como oficinista, por ejemplo. O una canción de inesperado electropop oscuro e inquietante, la sorpresa del disco –que angustió a más de algún fan cuando salió como primer corte–, y que cuenta el caso real que revoloteó los diarios de Inglaterra, cuando en los años setenta una familia reclamaba la presencia de una entidad demoniaca en su casa. “El anonimato que dan los suburbios es exactamente lo que los hace una fuente de inspiración” dice Stanley “¡Bandas como los Beatles no podrían haber nacido en Londres! Y no lo hicieron”.