La figura de Sergio Massa al frente de Unión por la Patria es, quizás, menos sorpresiva que la enorme desprolijidad, e inclusive el manoseo, con que se cerraron los nombres principales del oficialismo.
Se dirá que una cosa así sólo puede afirmarse con el diario del lunes. Pues no tanto, una vez que el impacto inicial —llamado a permanecer durante varios días— ceda paso a análisis más serenos.
Por el momento, todo es conmoción y resulta lógico. Pero también es cierto que, aun en las pocas horas de vigencia mediática de la fórmula Eduardo de Pedro-Juan Manzur, sonaba raro, muy raro, que Massa quedara excluido de toda ubicación privilegiada.
El ministro estaba embroncado porque sentía que ni Cristina ni Alberto Fernández habían hecho todo lo posible para alcanzar una pre-candidatura única y “de síntesis”. La de él, claro.
Sin embargo, tal como lo dijo, no estaba dispuesto a romper y, más todavía, señaló que “el lunes tenemos que seguir arreglando los problemas económicos”.
Se reservaba la chance del Fondo Monetario adelantando los dichosos reembolsos, una inflación estabilizada siquiera en números estrafalarios y la economía con un grave problema coyuntural de calce financiero, pero no de estructura de crecimiento (todo lo cual sigue siendo la clave para llegar con probabilidades ganadoras a unas elecciones que pintan muy mal para UP). Antes desplazado y ahora entronizado en primer lugar, un hombre como Massa, joven y extremadamente ambicioso, podría acumular escenarios propicios tanto como de derrota inexorable si lo económico no le da respiro.
Hasta el jueves pasado a la nochecita, según lo confirmaban absolutamente todas las fuentes de primer nivel que se consultaran, Wado-Manzur eran número puesto. Pero, en simultáneo, las repercusiones en los medios oficialistas, las redes, la militancia, fluctuaban entre estupor, tibieza, rechazo y resignación.
Respecto de Wado, con una trayectoria de coherencia y honestidad que nadie pone en duda, se reforzaba la pregunta sobre su volumen político para cargarse una candidatura presidencial. Y acerca de Manzur, al margen de sus características e historial conservador, nadie entendía cuántos votos podía arrastrar por fuera de Tucumán.
El peronismo completo interpretó que era una fórmula claramente perdedora, por goleada, y partir de allí se activaron los mecanismos para bajarla. Quien escribe no insistirá con detalles que ya fueron abordados, con abundancia, en diversas crónicas.
Cristina no resistió el embate y tampoco pudo colocar al vice. Agustín Rossi tiene sobradísimos y justificados pergaminos de kirchnerista, como él mismo se designa. Empero, en la lectura de esta instancia queda como una imposición del Presidente y el kirchnerismo (sobre todo en su acepción “camporista”) debe refugiarse en la provincia de Buenos Aires. Axel Kicillof es allí un indemne que sostiene las esperanzas mayores, gracias a su espesor político, capacidad administrativa, campaña de hecho y base propia (se recomienda el artículo de Martín Granovsky, en este diario, el viernes).
En cuanto a los cambiemitas, tras los sucesos de Jujuy hubo quienes le quitaron fichas al capanga que gobierna la provincia. Pero Larreta respetó el acuerdo que tenían hace tiempo y lo designó como acompañante no en primer término por el cumplimiento de ese compromiso, sino porque en amplios sectores de la clase media parece pagar muy bien una represión bestial. Y, ya que estamos, le sirve al alcalde porteño para su contienda con Bullrich, en torno a quién tiene la derecha más larga.
Provocó una envidia horrible que todo ese sector se mostrara codo a codo en respaldo al proceder brutal de Gerardo Morales, mientras en el exFrente de Todos apenas se esgrimían unos tuits dispersos de condena.
Ese es un buen punto para retomar en qué condiciones llegó el oficialismo al cierre de nombres, porque cualquier opción era y es insuficiente para satisfacer a su conjunto.
Si es Massa, porque es intragable como peronista o progre. Si era Wado, por los inmensos interrogantes sobre sus dimensiones políticas. Si era Manzur, por su carácter de sapo. Si era Kicillof, porque dejaba desprotegida nada menos a La Provincia. Si era Scioli, aparte de posibilidades nulas o justamente por eso, porque lo único que hacía pasaba por quebrar al palo sin garantías, encima, de juntar hacia “el centro”. Si era algún otro gobernador para inventar federalismo, tampoco ninguno suma nada saliendo de su territorio. Si fuera Cadorna es un ejercicio hipotético inútil, porque se acabaron los pases de magia que le adjudicaban a Cristina. Si hubiera sido Cristina no bastaba ni ahí, salvo en el núcleo básico. Y si fuese cualquiera del resto, son todos testimoniales (CFK sí habilitó a Juan Grabois, para contener al kirchnerismo emocional dentro del espacio UP y evitar, aunque sea en las Primarias, que alguna parte de ese voto se vaya a “la izquierda”, el blanco o la abstención).
Con, como siempre, todo el pudor que significa copiarse a sí mismo, en esta columna, la semana pasada, decíamos que “Massa es un animal político, juega fuerte y su ambición de poder, indispensable, resulta la más grande de UP. Podría arriesgarse que Cristina lo tiene bien claro; y que, como pragmática que es, no titubearía en apoyarlo. Pero el costo es alto y se entiende la duda, al margen de lo que suceda con el Fondo: Massa candidato a Presidente implica renunciar al capital simbólico de la combatividad”.
Bueno: eso es lo que ha sucedido. Realpolitik al mango.
Se abre un montonazo de preguntas, pero resumamos.
En un país surrealista, y para reiterar, puede ocurrir que a Massa le estallen las cosas o que, ahora sí, el FMI le agarre la mano y sea Presidente el ministro económico de un Gobierno con récord casi mundial de inflación. Nota al pie y ad hoc: ¿acaso para la derecha no es más inteligente apostar a un candidato con el peronismo adentro, en vez de jugarse a un mamarracho cambiemita con el peronismo afuera, enfrentándolo?
Segundo, a la hora de los bifes, ¿qué podrían hacer los indignados con la designación de Massa? También de vuelta: hablamos de política y no de poesía contestataria.
En un posteo forista se leyó que, al fin y al cabo, quedó derecha, derecha recargada y violencia de derecha.
Vale, como pureza o constatación ideológica. Vale pero, asimismo, desafía a interrogarse hasta dónde puede considerase de derecha, a secas, un Gobierno que sobrellevó la pandemia con gran dignidad y eficiencia ejecutiva. Que la bancó sin ajuste. Que respetó las paritarias para los trabajadores formales. Que sostuvo el asistencialismo hacia abajo. Que no se sometió agachado a la herencia de Macri y que le disputa al Fondo, hasta donde le da un endeudamiento atroz que es del Estado argentino. Que no paró la obra pública. Que no se alinea a rajatabla con Estados Unidos y que se sienta con los chinos contra los intereses geopolíticos de Washington. Que acuerda con Lula, quien, a su vez, fue y es un ejemplo de cómo se construye poder en beneficio de las mayorías, tragando una manada de batracios pero firme, en medio de la victoria político-cultural del neoliberalismo.
Vamos: ¿eso es de derecha y a otra cosa? Sí para quienes se plantean el testimonialismo, y no la desventajosa lucha por el poder.
En síntesis y por ahora, sólo a efectos de (pretender) condensar algo que es mucho más complejo, se ha corrido al costado la criatura kirchnerista para tratar de salvar al peronismo, como opinó en reserva una figura del “espacio” y siendo que enfrente hay una derecha sí terrible que no tiene contradicciones primarias.
Es de ahí para arriba que cabe insistir con la pregunta de a cuáles intereses representará el peronismo.
Por lo pronto, sigue siendo la fuerza que, por lo menos, desde adentro permite la resistencia. Es lo que hay. No lo que se desearía.