A veces la dramaturgia no es un texto inamovible sino un plan abierto al puro presente; a veces el protagonista de una obra no es un actor o una actriz sino el mismo barrio donde esa obra sucede y quienes lo habitan; a veces la acción no transcurre en un escenario sino en el cordón de la vereda; a veces la idea que motoriza un proyecto no tiene que ver con la pulsión individual de un autor sino con un deseo colectivo de salir a explorar las calles y encontrarse con lo inesperado; a veces el proceso de investigación no termina el día del estreno sino que continúa en las funciones.
Ese es el espíritu de Cinematique Abasto, una propuesta site-specific dentro del programa Abasto Barrio Cultural que cruza teatro, cine y música para repensar el valor de lo público.
Es uno de los sábados más fríos del año pero la bienvenida a Roseti es cálida: ofrecen té, café y mantas para hacerle frente a la ola polar. El público se ubica en sillas y banquetas que ocupan una porción de la calle y están orientadas hacia la fachada de Roseti.
El año pasado esa fachada –al igual que la de otros espacios de la zona– fue grafiteada con inscripciones ofensivas que no vale la pena replicar; la sustitución de un acto violento por otro creativo demuestra que salir a la calle y ocupar el espacio público es siempre una buena respuesta: donde hubo odio, ahora hay canciones.
La comunidad de Roseti podría haberse encerrado pero, por el contrario, prefirió llevar sus investigaciones a la calle para seguir pensando el valor del espacio público, sus usos y cómo resignificarlo.
La propuesta es un híbrido en varios sentidos. Por un lado, combina lenguajes de diversas disciplinas: hay actrices todoterreno que cantan, actúan e interactúan con lo impredecible del entorno, un director que filma en vivo y una música que ejecuta una perfo para guiar a la tribu espectadora en una procesión. Por otro, borronea las fronteras entre conceptos: de un momento a otro los transeúntes pueden devenir espectadores (o viceversa), alguien que pasa por Gallo de manera azarosa puede convertirse en una pieza clave de esa maquinaria que conjuga ficciones y documentos vivos, un perro puede asumir la centralidad de la escena y, ante la mirada atenta de las actrices, un anónimo puede transformarse en piedra preciosa sin siquiera sospecharlo.
Cinematique Abasto adopta el accidente como uno de sus principales insumos. Por eso a veces la obra se tiñe de esa desprolijidad y cierta suciedad que tiene lo vivo, porque la realidad no es lineal ni gobernable. Lo interesante es que el equipo no intenta domesticar el accidente o ejercer sobre él un control autoritario sino ver qué pasa con eso. La pieza tiene tres momentos: el primero sucede en la vereda, el segundo en Roseti y el último en las calles del barrio.
Ese gesto de dejar que todo siga su curso puede verse claramente en la segunda parte: Francisco Castro Pizzo filma a la tríada de actrices y las imágenes se proyectan sobre las persianas blancas herméticamente cerradas, después salen a la vereda y el plano secuencia continúa ahí, con los paseantes ocasionales, los vecinos, las mascotas, pero ninguna impone nada en ese ecosistema. Dejar que el barrio invada la pieza supone otro tipo de intervención sobre lo público. Se trata de dejarse afectar por eso que está más allá del control que un director o su equipo suelen ejercer adentro de un teatro.
Buena parte de la obra descansa en el acontecimiento intempestivo y en el poder de estas actrices/performers vestidas de rojo para interactuar con la materia viva: hay canciones (melodías que a veces son dulces o estridentes o enrarecidas) y también una interpelación permanente a esa otredad familiar que, en tiempos en los que todos tienden a replegarse sobre sí mismos, se vuelve extraña.
Pero quienes pasan por ahí no son extraños; son vecinos que antes de la función saludan al equipo de Roseti, que chusmean desde la vereda o las ventanas de sus casas, que participan voluntaria o involuntariamente y no sólo conviven con la creación sino que son parte de ella. La obra funciona también como una invitación amable para quienes tal vez no suelen ir al teatro pero viven cerca y se sienten atraídos por eso que ocurre ahí.
La obra es una creación colectiva: Juan Coulasso y Castro Pizzo son los directores pero todxs aportaron a la dramaturgia y la composición musical. La entrada es a colaboración y ese gesto enfatiza la apertura: se reserva el lugar pero, por las características de la propuesta, el público también puede incorporarse en otras etapas.
En los tours que cada tanto se organizan para apreciar mejor la arquitectura urbana, la gente suele sorprenderse de poder “ver con otros ojos” esos lugares por los que siempre pasa muy rápido, sin prestar demasiada atención ni alzar la vista a las magníficas cúpulas. Cinematique Abasto no es tanto un homenaje al barrio en sí como a sus habitantes: las performers, la cámara y los espectadores se detienen sobre esos otros y sus dinámicas secretas que de pronto, por obra de la mirada, se hacen públicas. No es casual que el cine de Vardá o Cassavetes hayan sido influencias en este proceso. Ni más ni menos que la maravilla de lo humano.
Cinematique Abasto: 7 Puntos
Performance: Dana Crosa, Delfina Oyuela, Micaela Tapia y Denisse Van der Ploeg
Canciones y composición musical: Dana Crosa, Milva Leonardi, Delfina Oyuela, Micaela Tapia, Denisse Van der Ploeg, Francisco Castro Pizzo y Juan Coulasso
Arreglos, piano y guitarra en vivo: Delfina Oyuela
Cámara en vivo: Francisco Castro Pizzo
Dramaturgia: Francisco Castro Pizzo, Juan Coulasso, Dana Crosa, Milva Leonardi, Delfina Oyuela, Micaela Tapia y Gonzalo Bao.
Dirección: Francisco Castro Pizzo y Juan Coulasso.
Sábados a las 16 en Roseti (Gallo 764). Las reservas se realizan por Alternativa Teatral y la entrada es a colaboración con efectivo o Mercado Pago.