“Laurita, pensé que vos y tu mamá estaban muertas”, le escribió María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani. Laura Alcoba, exiliada en Francia desde los 10 años, quería volver a visitar un espacio en el que transcurrió una parte de su infancia, la casa operativa en La Plata, un criadero de conejos donde se imprimía Evita Montonera. En ese lugar mataron a Diana Teruggi, la nuera de “Chicha” Mariani, y se apropiaron de su hija de tres meses, Clara Anahí. Alcoba siempre supo que tanto ella como su mamá podrían haber muerto, pero leer que “Chicha”, la mujer que la había cuidado varias veces, creía que estaban muertas fue tan impactante como desafiante: “No estoy muerta, voy a escribir”. Desde La casa de los conejos hasta la más reciente A través del bosque (Alfaguara), la narrativa de la escritora argentina que escribe en francés está atravesada por historias de supervivientes.

En su última novela, basada en hechos reales, los nombres de los protagonistas están modificados (también algunos detalles) para proteger sus identidades. Griselda y su marido Claudio, militantes políticos argentinos exiliados en Francia, son los caseros de una escuela secundaria privada en el este de París. En diciembre de 1984, Griselda ahoga a sus dos hijos más chicos en la bañadera. Flavia, la mayor, de apenas seis años, se salva porque está en la escuela. ¿Cómo sobrevivir al espanto? A Alcoba (La Habana, 1968) no le interesa escarbar en las motivaciones del doble infanticidio. Al entrevistarse con Griselda y con Flavia, una exitosa fotógrafa que describe a su madre como “muy amorosa”, empezó a ver que “en el fondo de la noche y del horror, hubo una apuesta por el amor y por la vida”. De Griselda descubrirá que tuvo un vínculo complejo con su madre, que fue víctima de violencias y abusos y que intentó suicidarse tres veces. Por la muerte de Sacha y Boris, sus dos hijos, permaneció nueve meses en la cárcel y después estuvo internada en un hospital psiquiátrico de Maison-Blanche, gracias a la abogada que la defendió y que “movió cielo y tierra” para obtener la hospitalización.

El juicio se celebró un año y medio después de los hechos. Griselda llegó libre y salió libre porque la condenaron a cinco años, pero bajo libertad condicional. Detrás de este veredicto “extremadamente indulgente”, como lo define la escritora en un tramo de A través del bosque, novela traducida por el escritor Eduardo Berti, había una apuesta: darle una oportunidad a Flavia. “Ella estaba ahí, ella había sobrevivido a ese día. Y necesitaba a su madre. La muy joven abogada había logrado convencer de esto al jurado y al juez: permitir que Griselda fuera una madre para Flavia. Lo que sucedió después parece darle la razón”, plantea la autora de El azul de las abejas (finalista del Premio Médicis y del Premio Femina), novela en la que tiene un papel preponderante la correspondencia con su padre, preso político en la Argentina, mientras ella está exiliada en Francia junto al resto de su familia; y La danza de la araña, ganadora del Premio Marcel Pagnol. En 2021 se publicó la Trilogía de la casa de los conejos, sus tres novelas autobiográficas en un solo volumen.

-En tu “Trilogía de la casa de los conejos” fuiste la intermediaria entre tu generación y la generación militante de tus padres. Ahora volvés a hacer de intermediaria en “A través del bosque” entre una madre que ahoga a dos de sus hijos y su hija que sobrevive. ¿Tu trabajo como escritora es ser intermediaria?

-Sí, lo que decís corresponde a algo que sentí. No sabía si podía escribir esta historia. Cuando di el primer paso, fue después de muchos años de tenerla en un rincón de la cabeza y decir: “no voy a poder, no soy capaz”. Cuando me encontré con Flavia por primera vez, tuve la impresión de que me estaba esperando y que tenía que hacerlo. De hecho aparece en el libro lo que Flavia me dijo: “mi mamá a vos te va a hablar”. En ese momento sentí que tenía que hacerlo. Y el libro se puso en marcha con ese encuentro.

-¿Qué te interesaba indagar en esta historia y qué era lo más difícil a la hora de hacer esta investigación?

-No sabía muy bien lo que me interesaba, era una intuición un poco confusa. El recuerdo surgió después de que vi La isla siniestra, la película de (Martin) Scorsese, en 2010. Yo fui a ver esa película con una amiga y salí del cine diciendo “esta historia ya me la contaron”. En el centro de la película de Scorsese hay un hecho que recuerda extrañamente el crimen de Griselda: una madre que ahoga a tres de sus hijos, es una nena y dos varones. Yo me había olvidado del relato que me había hecho mi padre en el momento del juicio; era tan terrible que lo escondí y fue muy extraño porque yo trabajé mucho sobre mi memoria. Recién en 2018 por primera vez di un paso y tuve la impresión de que ellas me estaban esperando. A partir de ahí logré condensar algo que tenía que ver con una serie de violencias; era la historia de una mujer que se había partido en dos después de haber recibido golpes de niña; los golpes de la violencia de género en su infancia, después la violencia de la historia argentina. Pero finalmente me estaba enfrentando a una serie de problemáticas que remitía a cuestiones humanas eternas y que tenían una dimensión mítica. Fue la experiencia de escritura más fuerte de mi vida y traté de dejar huella en el libro.

-Como madre, ¿qué te pasó al escuchar el relato de una madre que mató a dos de sus hijos?

-Fue muy fuerte, pero no sé si lo diría de ese modo... Está la escena, ese abismo dentro del libro, pero al mismo tiempo está cómo vivir después. Eso era lo que me impulsó a llevar a cabo el libro: que pudiese Flavia ser quien era. Flavia tenía que salvarse y se había salvado. De ese modo era el espanto y cómo sobrevivir al espanto, lo impensable y cómo sobrevivir después. Más que lo impensable, lo que me interesaba era la supervivencia al espanto.

-Hay una persona que tiene un rol crucial y es la maestra Colette. Si la maestra hubiera entregado a Flavia a su madre, si hubiera aceptado que saliera antes de terminar la clase, quizá no sería una historia de supervivencia, ¿no?

-Sí, está ese gesto de rechazar entregar la hija a su propia madre porque observa que está en un estado que no es normal. En todo caso se detiene la tragedia y se puede escapar al programa de oscuridad, de locura y de muerte. Sin ese gesto de la maestra no hubiese escrito el libro, lo tengo claro; es porque existió ese gesto que se pone en marcha otra historia. Griselda es Medea y al mismo tiempo no es Medea porque existe Flavia. O sea que es como la reactualización del mito de Medea y el conjuro del mito de Medea. Es la anti Medea también, porque paradójicamente se reconstruye como madre. Eso es lo que me fascinó de la historia.

-¿Por qué tanto Flavia como Griselda usan palabras como “drama”, “accidente”, “tragedia”, y no tanto “crimen”, “asesinato”, “muerte”?

-Hay algo ahí que tiene que ver con lo impensable y encerrarlo en una palabra es imposible. Por eso la única manera de acercarse es el cuento; por eso el título, A través del bosque. La historia que nadie le puede contar a la niña finalmente la niña va a jugar con esa historia en el bosque, cerca del lago de la conserjería. La niña pedía ir a un lugar que de cierto modo le contaba la historia que nadie le podía contar. Hay momentos en que la realidad es tan difícil que solo los cuentos permiten decirla y darle una forma. Yo creo que es muy complicado poner una palabra.

-En un momento planteás que los relatos son formas de alivio. ¿De qué nos alivian?

-Es algo que entra en eco con mi camino de escritura desde el principio. Los relatos nos alivian del horror, del terror, de la muerte. Para mí es muy importante en el libro la frase de Kierkegaard, que está al principio de la segunda parte: “Una generación puede aprender mucho de las que la han precedido, pero nunca le podrán enseñar lo específicamente humano. En este aspecto, cada generación ha de empezar exactamente desde el principio, como si se tratase de la primera”... En cierto momento tuve la impresión de que estaba conectándome con algo que tenía que ver con lo mítico, con lo que está fuera del tiempo y que finalmente se reactualizaba: qué es el amor, qué es la locura, qué es la muerte, que es sobrevivir a pesar de todo. Hay momentos en que solo el relato alivia. Lo único que puede aliviar es armar un relato que se pueda leer como ficción para no estar con la memoria atravesada en la garganta.

-Aparece el eco que tiene la respuesta de Flavia respecto de su madre, cuando la define como “muy amorosa”. A vos te impactó esa definición, ¿no?

-Sí, es algo que me impactó y que terminé por ver porque los momentos de paz que tiene hoy Griselda tienen que ver con su hija, con lo que su hija pudo ser a pesar del drama, de la tragedia o del crimen, como quieras llamarlo. Cuando terminé el libro, ellas lo leyeron antes de la publicación. Griselda me dijo que ese día no deja de ser un pozo en el que cayó con un peso que es para siempre. Pero me agradeció por haber visto la belleza de Flavia, como si finalmente el alivio viniese de su hija. Sobrevive algo del amor, que es lo que permite vivir después.

-Como narradora te planteás cómo acercarte todo lo posible a lo que pasó sin lastimarnos, sin añadir dolor sobre dolor. ¿Cómo fue escribir sin dañar?

-Intenté no encerrar lo complejo en una interpretación reductora. Me parecía que era suficientemente complicado todo como para tratar de escribirlo sin entrar en teorías psicoanalíticas, respetando las sensaciones, los sentimientos, las paradojas, los huecos de la memoria. Lo bueno de la ficción es que se puede leer de diferentes modos. Yo no digo cómo hay que interpretar; la novela no viene con interpretación incluida. Se puede leer de diferentes maneras, se puede uno preguntar muchas cosas; no hay una respuesta, una solución. La constatación es que la vida después existe, que hay una forma de camino posible, como un hilo de luz que brota en la oscuridad total. Es muy fuerte que Flavia sea fotógrafa, que trabaje con la luz, que Flavia sea quien es; con esta investigación me crucé con las personas que me impactaron más en mi vida. Tuve la impresión de que estaba dentro del libro, que se iba escribiendo solo alrededor nuestro. Fue muy fuerte cuando Flavia se dio cuenta de que había decidido vivir a unos metros de la tumba de sus hermanos que nunca había visitado. Fue muy fuerte ir al cementerio junto con René, Colette y Flavia. Esa toma de conciencia por parte de Flavia, de que había elegido estar a unos cien metros de la tumba de sus hermanos, fue increíble.

-¿Leyó el libro Colette, la maestra de Flavia?

 

-Sí, no solo lo leyó, sino que varias veces me encontré a Colette en las librerías en que presenté el libro. René y Colette están muy emocionados con la novela; ellos tomaron conciencia también de lo que había ocurrido, el momento ese en que hablando de los fines de semana que pasaban con Flavia, de las vacaciones, surgió el bosque que Flavia siempre buscaba y cómo resonaba de manera increíble con respecto a la historia. Los lugares parecían remitir a ese día y al drama porque era el lago de la conserjería, el castillo de la reina blanca con esas tres estatuas de la fachada que parecían remitir a los chicos… La nena reclamaba constantemente ir a ese lugar. Ellos mismos se dieron cuenta de que la nena jugaba con ellos a algo que de cierto modo venía a llenar el vacío de esa historia que los adultos no le podían contar; entonces se la contaba ella misma con los elementos del bosque.