Podría hablar de muchas películas que me marcaron profundamente; de Lynch, Herzog, Tarkovski, Cassavetes, Fellini, Gus van Sant, Tarantino... Pero si tengo que ser honesto, ninguna está rodeada para mí de tanta emocionalidad como Terminator I. Aunque su lugar sea menor en la escala del cine-arte, esta película y las circunstancias en las que la vi me marcaron profundamente.

Terminator es la historia de un robot proveniente del futuro -en el que las máquinas se han apoderado del mundo- que viaja al pasado para asesinar a Sarah Connor, la mujer que dará a luz al líder de la resistencia contra la opresión de las máquinas. Un hombre del ejército rebelde es enviado para detener al exterminador; el soldado que protege a Sarah termina enamorándose de ella, y deviene en el padre del líder salvador, que será quien en el futuro lo enviará a rescatar a su propia madre. El verosímil es tensado al límite, pero uno compra con ganas.

Fue un verano a principio de los años 90, yo debía tener 8, ella era 3 años mayor y amiga de mi hermana. Nuestras familias se veían seguido. No recuerdo porqué razón esa noche mi hermana no estaba, pero mis padres me llevaron a mí solo. Al llegar, pensé que iba a estar decepcionada de tener que pasar el tiempo conmigo, pero me sorprendió su entusiasmo al verme. Los adultos se fueron a hacer cosas de adultos y nosotros subimos a su cuarto a ver una peli. 

Era la primera vez que estaba “a solas” con una chica. Ella había elegido la película, con entusiasmo y delicadeza me ordenó sentarme en la cama y puso el VHS en la casetera: no era una película para niños. 

Había algo en el ambiente. Yo estaba entre el desconcierto y la fascinación. No era solo la película, nunca había sentido nada parecido. Había una sensación de trasgresión, de euforia y complicidad. Una intensidad que no había sentido nunca. Yo era tímido y bastante miedoso, pero estar con ella me hacía sentir diferente… yo quería estar ahí más allá de todo, quería ver la película, verla con ella.

Recuerdo la alfombra esponjosa, el acolchado con detalles rosa, al exterminador entrando por la ventana, haciendo estallar el vidrio, imparable. Recuerdo la mesita de caña pintada de blanco con la tele y la video casetera, la fábrica abandonada y el esqueleto metálico reptando con un solo brazo. La ventana de cortinas blancas traslucidas, los destellos del televisor en la habitación a oscuras, el miedo de ver la pantalla y girar con pudor para mirarla a ella. 

Terminó la película y bajamos corriendo a reportarnos a nuestros padres. Estaban en el jardín, charlando y bebiendo muy animados. Era una noche hermosa, ella propone que nos tiremos a la pileta. “No tengo malla” digo. “Metete en calzoncillos” contesta. Y ahí estaba saltando al agua con mis calzoncillitos de colores. Creo que nunca estuve tan entregado a nadie ni a nada de forma tan pura e inocente. Tardé muchos años en comprender que eso que me había pasado -esa mezcla de miedo, euforia, desconcierto y felicidad- se llamaba “estar enamorado”. 

Nunca más volví a tener intimidad con ella. La veía porque íbamos a la misma escuela, pero siempre a la distancia, teniendo la sensación de que lo que había sucedido no pertenecía a la realidad. Al poco tiempo mis padres se divorciaron y nuestras familias dejaron de frecuentarse, unos años después yo me cambié de colegio y no nos volvimos a ver. 

Tal vez porque era demasiado niño -o justamente por eso- la película me llegó intensamente; quedé fascinado con la posible existencia de una realidad paralela o un futuro alternativo. Y sobre todo una gran revelación: Nuestro mundo no es el único, hay otros y pueden encontrarse, incluso modificarse por nuestras propias acciones, solo hace falta tener los medios necesarios. Estas ideas anidaron en mí de forma definitiva, y modificaron para siempre mi manera de ver. Sería a través del teatro que finalmente encontraría los medios para alterar espacio y tiempo, haciendo existir en efecto mi propia realidad paralela.

Siempre me llamaron la atención estos recuerdos. Esos que permanecen indelebles, nunca se borraron y se quedaron ahí. Sin hacer nada, pero presentes, como diciendo: “Esto es importante para vos”. Por suerte, cada tanto aparece alguna oportunidad de encontrarles lugar. Se siente bien.


Julián Rodríguez Rona es actor, músico y director. Se formó con Alejandro Catalán, Ricardo Bartís, María Inés Sancerni, Marcelo Savignone, Alejandro Tantanián, Ariel Farace, Matías Feldman y Santiago Gobernori, entre otros. Entre sus trabajos más destacados están: Otelo, adaptada y dirigida por Martin Flores Cárdenas, Jettatore!, adaptada y dirigida por Mariana Chaud, Entonces Bailemos de Martín Flores Cárdenas, 4 Temporadas con dirección de Javier Swedzky, Hotel Melancólico de Mariela Asensio y Solos con dirección Alejandro Catalán. En TV participó en Viudas e hijas del rock & roll, Sres. Papis, Noche & Día y Mis amigos de siempre, entre otros. Actualmente dirige Lo lindo de calzarse es pisar en cualquier lado, que se puede ver los martes a las 21 en El portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Entradas: $ 200.