La guerra la empieza el que se defiende. Los Estados empezaron la guerra contra las drogas (cualquier cosa que “haga mal”) hace más de cien años y la continúan. En el medio del teatro global, los Estados dejan de serlo poco a poco y entran en el lenguaje plano de “lo que quiere la gente”, sin importar cuestión ni geografía. Esa guerra se extrema, los gobiernos cada vez se defienden más, cada vez son más sensacionalistas. Pero no sienten nada, están dopados, ignoran los orígenes complicados de la historia de las drogas y arrasan libertades bajo la palabra control. Todo esto sin meternos en el berenjenal contemporáneo de “la lucha contra el narcotráfico”. En Crack Wars: Literatura, adicción, manía, no está el problema del narcotráfico, pero sí uno más amplio y social: ¿qué nos dice una época que pone en el crack toda la energía del miedo al desastre? El libro postula que lo que produce adicción, si es pensado desde una variable filosófica, ayuda a romper esencias, a pensar lo arbitrario de las esencias, o sea del poder. Es que las drogas son para la autora “no-esencias”. Está escrito en el contexto norteamericano de las políticas públicas antidrogas de Reagan y Bush padre, que eran “buenos gobernantes” porque eran moralistas. Es este un libro no moral en busca de analizar el tiempo perdido del que consume sustancias, incluidos los libros: “las drogas resisten el arresto conceptual”. Salió en 1992. Su autora es la estadounidense Avital Ronell, una mujer al borde de todo para bien, incluso al borde de la filosofía, esto es, del hallazgo de la verdad. Leer este libro de un sorbo es lo más cercano al cocoliche que realiza la conciencia cuando cree entender las cosas, cuando se empieza a entender a sí misma y el efecto pasa rápido. La verdad no es una posverdad sino que es un estado del cuerpo, un precioso estado de coloque. Esto enseña Crack Wars.
El trabajo está dividido en seis partes, pero empieza con un estudio preliminar de Mariano López Seoane, que también es el traductor. López Seoane cuenta la historia del libro, de su autora, nos prepara para la sesión y nos advierte: “este ensayo debe entenderse como un esfuerzo activista para arrancar a los narcóticos de la trama represiva que los tiene enmudecidos”. Un epígrafe descolla ni bien abrimos el libro; eligió Ronell a Martín Heidegger para que nos diga que “la adicción y el impulso son posibilidades enraizadas en la condición de arrojado del Dasein”. Ese Dasein es una persona desesperada por incorporarlo todo al mundo, por ser mientras se arroja. Casi una persona corroída por el desborde que implica el mero vivir, un aprovechador de lo que se le escapa. Es que el libro acepta que todos estamos un poco “en una”, como dice sin decir el que no puede confesarlo todo. Es difícil explicar lo que viene después formalmente en el libro, porque tiene tanto misticismo como éxtasis. Pero integra discusiones y análisis con y de Freud, Junger, Heidegger, Marguerite Duras… y especialmente Emma Bovary, la protagonista de la novela parteaguas en la historia de la narcocultura. La novela es de 1856 y se llama Madame Bovary. Es la historia de una mujer sola con sus libros y con sus remedios y con sus prácticas poco santas. O sea una mujer no tan sola. Que no cría a sus hijos, que no ama a su marido y que se suicida. Una mujer ya del otro lado de la modernidad, la primera que en su cuerpo traduce las tensiones del mundo nuevo. Es el tedio, el vacío anterior a la experiencia de la droga, que es a su vez lo anterior del tedio que genera lo que en estas pampas se llama “bajón”, un ciclo que se parece mucho a la existencia.
A la manera de los estudios posestructuralistas poco estructurados, como los de Jacques Derrida o Josefina Ludmer, el libro es habitable solo por espasmos de entendimiento. No es llevadero pero nos lleva, el lector se va de gira, trastabilla, baila, se embroma y hunde un poco los nervios en todo lo contrario a los nervios: la experiencia no ordinaria. Esa marca contracultural justifica el ensayo de Ronell. Su método fragmentario es a propósito, es también un diario de reflexión de alguien adicto a lo que habla. Es también una reflexión acerca de la adicción que implica la literatura, del no poder parar de leer o de escribir. Puede leerse en litigio con En busca de respeto de Philippe Bourgois, un estudio antropológico sobre los yonquis neoyorkinos y la vida barrial de vendedores y consumidores en los ochenta, la manera en que hay comunidad (respeto) a través de la ilegalidad; un libro raro en tanto el investigador termina diciendo que todo lo que estudia “no tiene solución”. Vamos a decir que Crack Wars discute si cuidarse a sí mismo no es también hacerse daño. Pero el daño entendido al revés puede ser una curación. Porque nunca es suficiente el estar en el mundo, porque todos somos adictos a buscar el límite de lo que somos. Ronell parece entender que lo que significa es lo más excesivo que hay, la más ilusoria de las drogas: lo real.
Heidegger vivió sus últimos años en la selva negra alemana, solitario, inmediato a la naturaleza para poder conversar con ella. Alguna vez dijo que pensar significaba pensar en lo que se sustrae. No en las cosas que se sustraen sino en el propio sustraerse. El consumo, la lógica del alivio a través de lo que sea, es siempre algo que se nos va. Este libro indica qué significa consumir, hasta dónde nos da el cuero para reconocer que lo más lindo que hay es el momento previo a que algo se vaya. Y que lo más difícil que hay es poder entender qué hace que exista ese “irse” de las sensaciones.