En la gran exposición retrospectiva de 2018 en el Museo de Arte Moderno, Alberto Goldenstein presentó trescientas fotografía que atravesaban todas su etapas, desde los años ochenta hasta el momento de la exposición. Un dato central de aquella retrospectiva fue que la mayor parte de las imágenes exhibidas eran inéditas o nuevas.

Para Goldenstein la fotografía no se define sólo por sus instrumentos y materialidades más evidentes (cámara, copia), sino por aquello que está antes, en el medio o después: la mirada, el punto de vista, el encuadre, la curiosidad (y el desconcierto), los abordajes, los temas, el uso del color, el sentido y, fundamentalmente, el deseo, que fluye múltiple y cambiante.

Una retrospectiva suele coronar un momento canónico y genera un efecto de evaluación y cierre de un largo período. No es fácil lo que sigue luego de tal despliegue y no solamente por un tema de escala, sino también de actitud, de exigencia, de expectativa. En la presente exposición, Goldenstein manejó esos factores con naturalidad, con esa mirada fresca que tienen su fotos, como tomadas por alguien que está de visita, aunque por supuesto se trata de una visita de ojo muy entrenado.

Para guiarnos en la idea del visitante, incluso del turista o, tal vez, del viajero, la muestra lleva el título “Usted está aquí”, frase que marca un lugar -del cual se infiere un tiempo- preciso, porque orienta a quien quiere localizarse; ya sea porque se siente perdido o busca hacia dónde dirigirse.

La exposición tiene tres ejes. Por una parte, una serie de fotos de 1986, cuando hacía poco el fotógrafo había vuelto a Buenos Aires luego de haber estudiado en la New England School of Photography de Boston, Estados Unidos.

Imágenes de una Buenos Aires de democracia recuperada, aunque aún bajo el efecto de la posdictadura: las calles, el Ital Park, las luces del centro, un Falcon; el color, la mirada ávida por el redescubrimiento del “estoy aquí”. Los peatones entre automatizados y perdidos en la rutina. Los juegos de una familia que apunta y dispara.

En la entrevista a Alberto Goldenstein con motivo de su retrospectiva, publicada en 2018 por quien firma estas líneas, el fotógrafo explicitaba puntos salientes de su formación:

“Cuando empecé a estudiar foto, a conocer lo que podía llegar a ser, mi primera experiencia fuerte fue con un profesor en Boston, que nos llevó a una galería de arte y el galerista nos mostró fotos originales de Anselm Adams. Esa fue mi primera experiencia de ver un estándar, de ver la materialidad del papel, la manipulación que hacían del papel, el nivel de relación de esa imagen con lo real, de ver ese papel fotográfico, esa imagen monocromática con una sensación de tres D. Me pareció como si hubiera visto una foto por primera vez, como si todo lo anterior hubieran sido bocetos: la primera vez que vi una foto de Anselm Adams descubrí el foco. El foco no era lo que yo creía. Después siguió Lee Friedlander: su ojo, el sentido de fotografiar, la idea de acomodar la foto al ojo y no al revés; fotografiar como veo, no ver como fotografiar. Esas dos puntas son constitutivas, después está lo conceptual, el refinamiento; Walker Evans y la distancia con las cosas, el silencio del fotógrafo frente a lo que mira. También me impactaron en su momento Man Ray, Diane Arbus. Los fotógrafos que podían correrse de la lógica, de lo bello, para asumir nuevos riesgos, entrar en otros órdenes, por otras puertas. Todo eso me marcó”.

El segundo eje de la exposición consiste en una serie de fotos tomadas con su iphone en Buenos Aires, saliendo de la pandemia, con el gesto que esto implica: reconectarse con aspectos y personajes de la ciudad, bajo la artificiosa amalgama que imponen los algoritmos del dispositivo, pródigo en el acento de los colores, el brillo y la definición.

El tercer eje es una breve secuencia tomada en San Juan, el último verano. Se destaca, por tamaño e intención, una enorme foto (225 x 150 cm) del cauce de un río seco, que está colgada en la pared del fondo, de modo que es lo primero que ve el visitante al entrar a la galería. El gran tamaño, los colores de las piedras y la tierra; la invitación a internarse en una senda árida, que luce ascendente; la precisión del foco en la totalidad de la imagen y en cada piedra. Es la vertiente aventurera del fotógrafo que invita a los espectadores a compartir sus deseos y sus caminos.

Las fotos elegidas para la exposición muestran búsquedas y hallazgos. Entre estos últimos, una pequeña obra maestra es la fotografía “Cachi, Salta. 1992”, en la que un parroquiano de mirada perdida y camisa rasgada en la axila, toma una cerveza sobre un mantel de hule a cuadros: composición clásica, perfecta.

* En la galería Nora Fisch, San Juan 701, de martes a sábado, hasta el 5 de agosto.