Wout consulta la bolsa de New York y la de Londres. Las acciones que compró en la última semana subieron 1,43 %: no se había equivocado. El sensor subcutáneo en su muñeca le muestra que la concentración de adrenalina en sangre vuelve a sus niveles normales. En su amígdala se dispara una vez más el botón de reinicio de búsqueda de un nuevo desafío.

Abre en su teléfono el informe que uno de sus asesores económicos le armó sobre los mercados más importantes en EEUU, Europa y el sudeste asiático. El sector con mayor intersección es el de las mascotas. Se pregunta qué se podría ofrecer a los potenciales clientes en esa franja tan lucrativa. Como inversor, a su escritorio llegan anualmente cientos de ideas y proyectos de aficionados inventores y de centros de investigación. Recuerda algunos relacionados con alimentos para gatos con esterilizantes, el desarrollo de cuises de formas y colores a elección y uno de un traductor de lenguaje canino. En sus cuarenta años de profesión y dos décadas como presidente, han pasado por su empresa miles de proyectos interesantes, excepcionalmente, alguno genial y muchos descabellados. El traductor había calificado en esta última categoría.

Wout llama a su asesor en temas de comunicación y le pide detalles sobre aquel proyecto. Le recuerda que la idea era captar las señales sutiles del movimiento de orejas y de colas, las posturas de patas y bocas, la dilatación de las pupilas, el timbre, la intensidad y la frecuencia de los ladridos y otras expresiones de los perros para luego procesarlas empleando inteligencia artificial. A partir de la interpretación de patrones surgidos de big data, el humano podría descifrar los sentimientos del animal. Psicólogos de perros, entrenadores y poseedores de mascotas, podrían saber qué está pensando -si eso fuera posible- o deseando, el cuadrúpedo que es centro de atención y cuidados. Y para eso hay plata, mucha plata, pensó Wout.

Él mismo convive con Rambo, un dóberman negro, regalo de su hijo. Al principio se rehusó a aceptarlo: sabía que condicionaría su libertad, pero pasó poco tiempo hasta encariñarse con él. El nombre lo tomó de una vieja saga de películas de un héroe que apenas hablaba. Wout considera que se comunica con su perro, que Rambo lo entiende y responde con ladridos y gestos.

A la noche, Wout deja la oficina y regresa a su casa frente al canal. Bienvenido señor, lo saluda la vigésima generación de Alexa, algo que ha mantenido más por cariño, que por el servicio que le presta. Apenas alcanza a sacarse el abrigo, Rambo se le tira encima, moviendo la cola animadamente. Claro que me gustaría saber qué pensás, le dice.

El proyecto del traductor se inicia en una semana. Wout sabe que su inversión es más un gusto personal que un objetivo económico. Puede hacerlo y lo hace. El equipo de lingüistas, informáticos, etólogos y biólogos se completa con dos entrenadores con experiencia y un psicólogo de perros: el único que supo describir a Rambo a los quince minutos de estar con él. Está previsto disponer del primer prototipo para fin de año y lanzarlo simultáneamente en Amsterdam y otras capitales. El nombre asignado: Hondengevoelens, fue el más votado por los miembros del directorio.

La aplicación opera recibiendo los sonidos y las imágenes del perro y el usuario recibe en la pantalla, en formato texto, lo que el perro piensa o siente. Los creativos de la empresa están pensando en instalarla en las redes con el slogan: Vos querés a tu perro, pero ¿sabés lo que él siente? Hondengevoelens por fin te lo cuenta. Aún no deciden si usarán “cuenta”, “dice” o “revela”: el departamento de asuntos legales está considerando las implicancias de cada término.

Una semana antes de Navidad, instalan la primera versión de la App en todos los teléfonos del equipo, directores y presidente de la empresa.

Hoy Wout regresa eufórico a su penthouse. Usará la App con su mascota.

Rambo está tendido sobre la gran alfombra, frente a la mesa redonda del centro del recibidor. Apenas Wout toca la puerta, el perro se levanta y corre a recibirlo. Wout lo acaricia, le dice que se calme, que después jugará con él y le ordena que se eche. Está ansioso por probar la App. Rambo se resiste. Wout insiste: ¡Down! El perro, manso, se aleja hasta la alfombra y se acuesta. Wout se saca el abrigo, abre su teléfono y se acerca al perro. Apunta la cámara hacia el animal y le dice: Hola Rambo, ¿todo bien? En la pantalla van apareciendo las letras: ¿Qué mirá bobo?, andá pa' allá.

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