Desde Barcelona

UNO La idea era buena ya desde la portada del libro (Rodríguez lo leyó y comentó de pasada hace ya unos años, en 2016): invertida, como si algo fuera de lugar hubiese sucedido en la imprenta, blanca y negra y tipográfica y titulando But What If We're Wrong? / Thinking About the Present As If It Were the Past (¿Pero y si estamos equivocados? y subtitulando con un Pensando en el presente como si fuese el pasado). Y la idea era aún mejor --y todavía más graciosamente inquietante, Rodríguez vuelve a leer el libro-- ahí dentro. La idea --correspondiéndose con la defectuosamente adrede gráfica del volumen-- es/era la siguiente: hace unos quinientos años, contemplada desde la óptica y conocimiento de nuestros días, la humanidad toda vivía y moría completamente equivocada en casi todo. Y sin demasiados problemas más allá del estar casi constantemente ciertamente en lo cierto. Hasta que Newton y su Ley de Gravedad (con dos milenios de retraso) comenzaron a erigir el armazón que soporta a nuestro agudo presente.

Y lo que se preguntaba allí y entonces el ensayista y novelista y pensador pop Chuck Klosterman (Minesotta, 1972) era si entonces era así ¿no sería también posible que, de aquí a medio milenio, se comprenda que todas nuestras certezas cotidianas no son más que frágil y submarina y implosiva e imaginativa/imaginaria superchería? Empezando por el absurdo ese de la Ley de Gravedad, que ya algunos físicos comienzan a cuestionar como "algo que no es del todo como postulo" o "apenas la punta visible de una fuerza que aún no estamos capacitados ni intelectual ni técnicamente para vislumbrar y comprender". En resumen: según Klosterman, estamos incapacitados para juzgar y calibrar nuestro ahora hasta que no se convierta en nuestro entonces.

Así nos va. Así venimos, así vamos, así seguimos.

DOS Dicho lo anterior --superado el costado ominoso y críptico de la cuestión-- hay que decir que lo de Klosterman es de lo más ágil y divertido. Klosterman --con look de quien empezó siendo hipster para acabar siendo hip-- un poco como otro escritor movedizo y polimorfo-perverso: Geoff Dyer. Y, sí, lo de Klosterman entonces era y sigue siendo de lo muy y más personal que se ha escrito últimamente a la hora de la divulgación científico-sociológica-literaria-multi-mediática. Klosterman --conocido por sus columnas de muy personal opinión para Spin, The Believer, Esquire, el dominical de The New York Times (hay varios títulos suyos traducidos al español)-- se pasea por las páginas de su certero concepto acerca de lo erróneo pensando cosas en voz alta y, en ocasiones, con dicción tan creativamente irresponsable como saludablemente irritante. Saltando de un tema a otro, de un libro a una película, de una innovación técnica a una sitcom, reflexionando si la injusticia sufrida en su momento por la ignorada y posteriormente redimida Moby-Dick de Herman Melville será síntoma más o menos parecido pero diferente a lo que experimentará con los siglos la muy invocada pero poco leída La broma infinita de David Foster Wallace (resignificada por Klosterman como "la novela más importante sobre el 9/11 aunque haya sido publicada cinco años antes de la caída del World Trade Center"). Y si, tal vez, uno de los escritores del aquí y ahora más admirado en el mañana no será un absoluto e inédito y kafkiano desconocido del hoy o una nota al pie o colgada bajo la entrada del suicidio literario. Y Klosterman también se hace sitio para postular la posibilidad si nuestra realidad no será otra cosa que la polución informática de un adolescente nerd en el garaje de su casa, en una dimensión alternativa. O si será cierto aquello que todo lo históricamente anterior a la Edad Media no es más que un invento de monjes letrados empeñados en sostener su dogma. O si Barack Obama no fue el mejor presidente para una sociedad con derecho a no votar. O si la supuesta "Edad Dorada de la Televisión" que sintonizamos por estas noches no es más que un fenómeno de histeria colectiva. O si la figura de Chuck Berry acabará eclipsando a las de Elvis Presley y Bob Dylan, aunque "todavía haya cosas acerca de The Beatles que no pueden ser explicadas".

Como la Ley de Gravedad.

TRES Y en su racional delirio, Klosterman no está solo y está más que bien acompañado. Y sus hipótesis aparecen puntuadas, a lo largo de su deambular, por "especialistas" en diversos campos que intentan --casi siempre en vano-- ordenarle un poco su cabeza. Un poquito. Lo que se pueda y casi como le avisa de que no quedarse un poco quieto se va a quedar sin postre. Y Klosterman llama a las puertas de profesionales como el astrónomo Neil de Grasse Tyson y del teórico de cuerdas Brian Greene, de los músicos David Byrne y Ryan Adams, de la crítica literaria Kathryn Schulz, del director de cine Richard Linklater, y de los escritores Junot Díaz y George Saunders y Jonathan Lethem entre otros. Y una pequeña muestra de su modus operandi: en un momento del libro Klosterman propone un "Supongamos que los arqueólogos hacen el bizarro descubrimiento de que los antiguos egipcios ya tenían la televisión y que su relación con ella era parecida a la que tenemos nosotros". Y que, además, de pronto tenemos acceso a todas las series que se emitían y sintonizaban en las pirámides (The Americans se llamaría The Egyptians, aclara Klosterman). Y semejante despropósito injustificable tiene el justificado propósito para Klosterman de hacernos imaginar el cómo seremos vistos nosotros (a partir de la manera en que se intenta ser realísticamente inteligente en la irreal caja boba) dentro de milenios a partir de lo que miramos ahora mismo.

Y, claro, entonces cuesta tanto apagar o cambiar el canal de este libro.

CUATRO La tesis de Klosterman, finalmente, es muy plural y abarcadora en su caprichosa singularidad: la Historia --tal como la conocemos y usamos-- es un animal de hábitos selectivos y simplificantes y sintetizadores. De acuerdo: Shakespeare y Bach son cumbres de vértigo; pero, también, impiden con su majestuosidad que le prestemos atención a muchos de los escaladores que podrían llegar a clavarles bandera en sus cimas tan sólo si dejásemos de admirar un poco a Will y a Johann Sebastian. Y --no del todo seguro pero sí bastante preocupado-- Chuck aquí y ya antes del Covid, advertía de que el acceso al Todo vía internet ya ha probado ser una epidémica maldita bendición o una maldición bendita erosionando nuestra capacidad de juicio y concentración.

De ahí que --entre conservador y revolucionario-- Klosterman se despide con un "estoy listo para un nuevo mañana siempre y cuando se parezca mucho al ayer".

Pero --se sabe, aunque lo ignoremos; Rodríguez ha vuelto a este libro de Klosterman porque en los últimos días ha leído otros dos libros de Klosterman, más recientes, acerca de los que pensará algo correcto o incorrecto tal vez la semana que viene o tal vez la otra o...-- va a ser que no, que no se va a parecer mucho a lo que fue sino a lo que vendrá.

Mientras tanto y hasta entonces, entonces, Chuck Klosterman estaba más o menos seguro que (de ser menos o más recordado de aquí a unos muchísimos años) lo sería por este libro rebosante de certeros errores y precisos malentendidos y preguntas sin repuesta.

 

Por ahora.