No creo equivocarme mucho al decir que el rubro comercial que más ha crecido en los últimos dos años en Mar del Plata es el de las peluquerías masculinas, que no aparecen bajo ese nombre. Hace un par de décadas eran “salones masculinos” y después “estilistas”, que daban lugar a esos raros peinados nuevos. Ahora han llegado las “barberías”, en las cuales ya se desplaza bastante el sentido original, porque se toma al pelo como si fuera barba, dado que los jóvenes van a rasurarse mucho más la cabeza que la cara. Estimo que en cada barrio bonaerense se han abierto varios locales del ramo y en no pocas casas muchos jóvenes encuentran una salida laboral “cortando el pelo” en forma particular. Por lo general, sin necesidad de hacer ningún curso, dado que mayormente rapan nucas, dejando arriba solo unos pocos centímetros de cabello. La buena noticia, además del trabajo, es que se revitaliza uno de los antiguos lugares de encuentro de nuestros padres y abuelos. Quién no ha visto esas películas donde los hombres charlan mientras el barbero le da a la navaja.
Este fenómeno de las barberías hace pensar en la relación que los hombres tenemos con nuestro pelo, que va variando según la época. Sospecho que gran parte de mi generación tiene asociado el largo del pelo con la noción de libertad, una herencia setentista, con raigambre hippie. En esa línea, no podemos negar la influencia de las canciones de Sui Generis, de Pedro y Pablo o más cerca en el tiempo, de aquel tema de Abonizio magistralmente interpretada por Baglietto, que decía que no había ningún pelo largo y que todos parecían soldados, refiriéndose a la dictadura.
En mi caso personal, la marca más potente viene de cuando cursaba la secundaria en Mar de Ajó, en esos años. Era la única escuela del pueblo, era pública y no estuvimos ajenos a que los militares designaran a un director afin a ellos, no fuera que hubiera algún atisbo de insurgencia. Era un tipo joven, muy serio y distante como debía ser, venía de La Plata y estaba relacionado con la curia. Recuerdo que falleció repentinamente en su segundo año en el cargo. Cada tanto recorría las aulas pasando revista para que cumpliéramos con el estricto uniforme escolar y con el largo del cabello. Se paraba en el fondo y miraba una por una las nucas de los varones. En una oportunidad, me tiró fuertemente del poco pelo que apenas rozaba el cuello de la camisa y escuché su voz gélida para mis catorce años de aquella época: “Para mañana, el pelo corto. Sino, no entra a la escuela”. Esa misma tarde, mi padre me llevó a lo de Dani, quien fuera el peluquero más querido del pueblo honrando su oficio durante más de cuarenta años, y que además era el papá de un compañero de la escuela. Ambos padres estaban muy satisfechos de que en la escuela nos llevaran por el buen camino.
Otra marca se me fue forjando al mes de finalizar la secundaria cuando me tocó la colimba, supuestamente para hacerme hombre. Me acuerdo que lo primero que hicieron en el cuartel fue raparme completamente la cabeza. Luego de dos meses de instrucción y aislamiento total recibí la primera visita de mis padres y de mi mejor amigo que se había dejado el pelo largo. ¡Cómo lo envidié! Exactamente un año después con la llegada de la democracia, me dieron la baja y nunca volví a usar el pelo corto.
En diversas ocasiones asocié el pelo rapado a los skinheads neonazis, a las distintas fuerzas uniformadas y a los marines norteamericanos. Sepan disculpar mi falta de imaginación.
Entre mi juventud y la actual ha pasado mucho tiempo. Tengo muy en claro que actualmente en las escuelas ninguna autoridad puede obligar a nadie a cortarse el pelo ni mucho menos tironeárselo, y que el servicio militar obligatorio fue abolido en 1994, acaso lo único bueno que hizo Menem durante su gobierno. Más de una generación ha crecido con otras marcas. Y eso está muy bien.
Hace poco disfrutamos con enorme alegría la tercera copa del mundo lograda por los chicos de la selección, quienes se han transformado aún más que antes en modelos a seguir. Y supimos que la AFA llevó a un peluquero como parte del equipo de apoyo. Me pregunto: ¿Cuántas veces se cortarían el pelo por semana siendo un plantel de solo veintiséis jugadores? Por eso veíamos rapados no solo a los jugadores sino a dirigentes, integrantes del equipo técnico y a quien pasara por ahí cerca. Porque no me digan que a los cuarentones o aún más grandes no les da un aire juvenil el estar a la moda.
El otro día, un muchacho que lucía toda la nuca y los laterales bien rapados me decía que visitaba la barbería cada una o dos semanas, y que a veces iba solo a charlar con sus amigos. Al escucharlo me percaté que quizás muchos jóvenes no van al bar como lo hacíamos los jóvenes de antaño, sino que ahora van a la bar(bería).
Pero además, es indudable que algo ha cambiado sustancialmente en la relación hombre-pelo. Y no sé muy bien qué. No deja de sorprenderme que la gran mayoría de los hombres se rapen sin que, obviamente, nadie los obligue y aunque lo decidan en base a su soberana libertad, no deja de llamarme la atención que lo hagan casi uniformemente. Y me parece que esto es algo más que una simple moda. Un amigo me decía el otro día que esto forma parte de una estética un tanto “bárbara” bajo el imperio de la imagen, y que se trata de una sobreactuación de la masculinidad ante el avance feminista. Pero no estoy tan seguro, descreo de las generalizaciones tranquilizadoras.
Me pregunto: ¿Qué sienten y piensan los jóvenes de hoy? ¿Dará lo mismo estar rapado que dejarse el pelo largo, o significarán sensibilidades y maneras distintas de estar en el mundo? ¿Estarán internalizando más de la cuenta las limitaciones de la vida dentro del neoliberalismo? ¿Qué sutiles mecanismos se pondrán en juego para que todos sigamos determinadas prácticas sociales y no otras?
Cada seis meses suelo ir a la peluquería de mi barrio, porque mi esposa logra convencerme de que tengo el pelo desprolijo y que me queda mal. Allí está Diego desde hace veinte años, luchando por manejar más la tijera que la rapadora. Luego de las charlas sobre política, fútbol y música y del correspondiente corte de pelo, me voy con el pelo más largo que todos los muchachos que entran a cortarse. La última vez que fui, mientras esperaba mi turno rodeado de las fotos del Flaco Spinetta y de Diego Maradona que pueblan sus paredes, por un momento me pareció ver que Diego hundía la rapadora bajo la piel de la nuca del muchacho que estaba sentado en la silla, arrasando algo más que ese breve centímetro de pelo. Pero solo fue una ensoñación diurna provocada por mis pensamientos.
Después de todo quien soy yo para decir como cada uno de nosotros maneja su acotada porción de libertad. Mejor dejo de escribir y me voy a “hacer los rulos” a una peluquería de las de antes para ver cómo cerraron las listas de las próximas elecciones.