“Todos los usuarios de cannabis cargan con el estigma de serlo. Y ante ello hay dos respuestas: te escondés o te hacés cargo. Por el estigma, hacerte cargo implica ser doblemente responsable para remar contra el prejuicio, y eso nos obligó a profesionalizarnos”, dice el periodista Martín Armada, editor general de la revista de cultura cannábica THC. Es que nada puede quedar escondido de una revista que se llame así. Y ese sino es, al final, el que le permitió a este grupo no sólo de periodistas sostener durante una década una publicación de nicho en un contexto de decaimiento integral de las experiencias periodísticas. El estigma operó como incentivo para desarrollar no un medio sobre el mambo y los adminículos del cosechar y fumar, sino uno acerca de la marihuana como hecho social, cultural, político y económico que debía ser analizado mediante la documentación e investigación.
THC tiene por estos días un número 100 en puestos de diarios y revistas, con arreglos florales a tono en tapa, y celebración por venir: el 19 de agosto lo celebrarán en la Ciudad Cultural Konex, con bandas, muestras y visuales. La redondez del número protege de lo puntiagudo que resultó su cambiante contexto. Del “basta de perseguir perejiles” de Aníbal Fernández, por entonces jefe de gabinete, a la reacción policial post Cambiemos. Del juicio del porrito a Andrés Calamaro al Sofía Gala Porro, e Instagram como repositorio de imágenes de gente disfrutando de fumar. Pero de todas las transformaciones, la principal fue del arquetipo unívoco del usuario como “el pibe de rastas que escucha reggae y hace artesanías en una plaza” al del usuario medicinal, apunta Armada.
“Nosotros fuimos aprendiendo cinco minutos antes que nuestros lectores”, concede el periodista. Es que cuando THC apareció, en diciembre de 2006, internet todavía era otra cosa. Y peor antes. “Nosotros pensábamos que el porro era algo cuadrado”, admitía el actor Carlos Belloso en una entrevista para el número 50 de la publicación cannábica. Ese mix de sinceramiento empírico, sobrecogimiento en el humor de la tribu y registro de las “historias humanas de la planta” marcó muchas de las tapas y artículos centrales de esa publicación decana.
“Esta revista inicialmente celebra las libertades individuales, la rebeldía del placer y la rebeldía del conocimiento. Y aunque no abandonamos nunca la reivindicación del placer, la búsqueda y la libertad, somos una revista que se fue politizando: no hay número que no tenga notas sobre política de drogas. THC es una máquina de hacerse cargo, no hacemos la vista gorda”, defiende Armada.
Según el director general de la publicación, Sebastián Basalo, THC aportó a los debates de estos años más que datos científicos e investigaciones periodísticas, crónicas y reportajes: “Que figuras públicas y personajes importantes incluso tomados como referentes sociales hablaran sin tapujos contribuyó al debate en general en la sociedad, que propició un cambio cultural importante del que los medios, pese a sus intereses creados, no pudieron ser ajenos. Una cosa es que intenten cubrir un poco la realidad y otra muy difícil es taparla totalmente.”
“THC fue al comienzo una revista de destape, luego una revista rupturista por el tratamiento de los temas y hoy es una revista cultural”, rotula Armada, quien también celebra que “los temas le hayan ganado espacio a las figuras”, y que asimismo acepta que esto ocurrió así por la manera en la que en estos años la marihuana ganó transversalidad. Allí donde Adrián Dárgelos, Diego Capusotto o Rifle Pandolfi explayaron sus consideraciones, vivencias o expectativas sobre la planta, luego se propuso a la marihuana como “puerta de salida” de las drogas y ahora se enciende una discusión que implica redefinir cómo nos relacionamos con nuestro entorno, a la par que se presentan noticias, contenidos y testimonios difíciles de hallar en los medios generalistas.
–Cuando empezaron, proyectar 6 mil páginas escritas sobre una planta era absurdo y no se veía otro logro final para la comunidad cannábica que la despenalización. ¿Cuál es el escenario diez años y cien números después?
Sebastián Basalo: –Hubo un cambio importantísimo en que existe mayor información, porque la información y la realidad son dos armas letales contra la mentira y un discurso hegemónico prohibicionista sustentado en mentiras. Ya no se puede mentir descaradamente sin quedar en offside y eso redujo a quienes sostienen posturas demasiado extremas en contra a terminar siendo personajes folklóricos.
Martín Armada: –Los nuevos modelos son muy distintos y complejos: padres con temblores que descubrieron que el cannabis los podía ayudar pero no cultivan, hijos que sin ser usuarios cultivan para el uso medicinal de sus padres. La tipificación del usuario cambió mucho porque aprendimos nuevos usos. La despenalización hoy sería la representación legal de un cambio cultural, pero no se puede terminar ahí. Hay que ir hacia el replanteo de las ideas de la producción, la comunidad, de nuevas formas de vivir y relacionarse con lo psicoactivo, con el conocimiento y con la naturaleza.
S.B.: –Hay una realidad inapelable en la aparición de madres que les dan cannabis a sus hijos para tratar enfermedades que hasta entonces no habían podido tratar. Ese mismo cannabis que hace diez años se decía que era una droga fabricada y mandada en aviones para destruir a la juventud es precisamente la que se usa en el tratamiento de niños que, lejos de ver destruida su vida, la mejoran ostensiblemente. Esos golpes de realidad minan cualquier intento de mentira y desinformación.
M.A.: –A partir del siglo XIX, la corporación médica y de los laboratorios reemplazó a la herboristería. Nadie discute los antibióticos y las vacunas, pero en ese momento se restringió la producción, distribución y comercialización de medicinas naturales. El cannabis medicinal nos volvió a poner en esa discusión pero en otro momento, en otro mundo, con más información.
Antes de los millennials, ninguna generación había usado con tanta frecuencia, en tal diversidad social, racial y económica, con tan plena exposición y a resguardo de tanta información esta planta. Ni hippies ni rockeros ni todos los jamaiquinos juntos. Y esa trasversalidad ganada de la marihuana requiere definiciones ya ineludibles. No por proponerlo como política de necesidad y urgencia pero sí por exigir la disposición a enfrentar sin prejuicios las revelaciones científicas y los testimonios para generar un marco acorde para su aprovechamiento.
En sus diez años de experiencia editorial, THC ha documentado y archivado ambos tipos de datos, además de un anecdotario cannábico del ambiente cultural rioplatense, de Víctor Hugo Morales a Jorge Serrano, de Leonardo Sbaraglia a Malena Pichot y de Cristina Banegas a Darío Sztajnszrajber. Siempre desde la propuesta de una reducción de daños y la promoción del combate al narcotráfico mediante el autoabastecimiento. Primero, para el uso médico; luego; hasta donde se llegue, sea la recreación o incluso la producción de ropa, de mobiliario, de aceites o de combustibles vegetales.