¿Qué significa una escuela baleada?

¿Qué sentido tiene perforar el lugar donde está alojada una gran parte de nuestras esperanzas? ¿Qué nos quieren decir?

¿Es realmente un diálogo en el que no participamos, un mensaje mafioso entre “particulares” o entre delincuentes, que tangencialmente toca una institución tan relevante para la historia de nuestro país?

¿No será que nos están hablando y de nada sirve no escuchar?

De estos interrogantes surgen estas líneas.

Probablemente, los que amenazan, balean, viralizan mensajes y “meten miedo” no hacen reuniones de coordinación ni estén ejecutando un planeamiento estratégico. Balean porque es su “lenguaje”. Dicho sencillamente, llevan adelante un conjunto de señales que dan a entender “algo”. Los efectos de sus acciones articulan un discurso que nos deja perplejos. Apuntando a la escuela, nos dicen que el lugar que habíamos pensado para cambiar, para ser mejores, es vulnerable. Es decir, lo mucho o lo poco que hacemos de cara a lo que seremos es puesto en jaque desde motos o bicicletas, con acciones tan sencillas y familiares como aterrorizantes. Siniestro.

Como si fuera una película, la institución del Estado con mayor presencia territorial es puesta en el centro de la escena para pasarnos un mensaje mal escrito. Paradojas de la historia: la herramienta que sirvió para enseñarnos a leer y escribir -para ser honestos debemos decir que la escuela cumplió con creces ese objetivo- es usada como cuaderno de comunicaciones para plasmar la gramática de la violencia.

Podemos pensar, claro está, que el mensaje no nos involucra, que no está dirigido a la sociedad ni a los diferentes niveles del estado. Podemos, pero no es lo que nos enseñaron en la escuela ni lo que la escuela enseña hoy en día, mal que les pese a los agoreros de nuestro sistema educativo. Créanme, no se trata de hacer una defensa ingenua de la escuela argentina del siglo XXI que, por cierto, enfrenta enormes dificultades para enseñar a todas y todos y ni hablar con cumplir con la promesa del ascenso social. Ahora bien, ¿no será que la hemos dejado demasiado sola?

La escuela argentina tiene raíces diversificadas, fechas de nacimientos y la riqueza de nuestros territorios y nuestras culturas. Lleva a cuestas una enorme mochila que carga con las desigualdades sociales y económicas, el descrédito y la debilidad del apego a lo “común”, tan propio de nuestro tiempo. Pero en las escuelas argentinas y rosarinas se iza la bandera a diario, se trabaja en grupos, se enseña a pensar críticamente, se intenta respetar a las diferencias y se procura convivir con ellas. Se enseña a cuidar y a compartir, a veces, lo poco y nada que se tiene. Se utiliza la palabra compañero, compañera, se disfruta en conjunto de meriendas o almuerzos. Hay maestras y maestros empeñados en enseñar y en hacerlo bien. Hay equipos directivos que buscan mejorar sus instituciones y articular con su comunidad para lograr que los pibes y pibas se queden en la escuela. Hay rayuelas, metegoles y sueños en los patios. Todo, por cierto, convive con el miedo.

Me pregunto por esas niñas y niños que escuchan las balas, que miran la violencia a la cara.

Me pregunto también por las y los que leen y escuchan los mensajes de miedo en los celulares y se sienten parte de una ciudad condenada.

Cuando estas preguntas se acercan, me resuena un fragmento del final del libro Los monos, de German de los Santos y Hernán Lascano (Editorial Sudamericana, 2017). Hay, sobre el final, una imagen que me impactó por su realismo y porque hace seis años dejaba a la vista parte del camino por recorrer:

“La violencia no termina cuando alguien vació un cargador en un blanco que ya no se mueve. En el alma de la nena que se abraza a la madre con la remera manchada de la sangre de su padre, la violencia pervive. Y ese estrago espectral pero concreto aún no ha sido abordado.” (Página 265)

Quizás, algún día busquemos en el archivo el momento en el cual empezamos a escribir niñez, escuela, violencia y narcotráfico “todojunto”. En ese momento sabremos si lo que hoy nos consterna sirvió para cambiarlo.

En el caso de la nena -que es, de diferentes maneras, el de muchos pibes y pibas- como en el de nuestras escuelas, vale la pena empezar por no dejarlas solas.

*Profesora en Ciencias de la Educación. Docente de la Universidad Nacional de Rosario. Doctoranda en Educación y especialista en entornos virtuales de aprendizaje.