El combate de un actor por darle sentido a la fragilidad de su vida a través de la actuación, la relación estrecha con los personajes emblemáticos que encarnó, su dependencia de las sustancias que alteran la percepción y la adicción a los afectos. De esto trata Off Man. Los últimos días de Philip Seymour Hoffman, el unipersonal que pone el foco en el último tramo de la existencia del intérprete hilarante de Mi novia Polly, del jefe rebelde de Los juegos del hambre y de, por supuesto, el más que destacado Capote.
La refinada dramaturgia sobre el desmoronamiento de un actor que no requirió de grandes papeles para desplegar su talento es de Iván Cerdán Bermúdez, quien le entrega una base textual sólida al protagonista Yoska Lázaro, quien a través del método messner se “saca la cabeza” para moverse con intensa emocionalidad sobre el escenario, guiado por la hábil dirección y puesta en escena de Fernando García Valle.
Enfundado en un piyama y recostado sobre un sillón, Off Man se distancia de los libros, pero tiene cerca las botellas con alcohol. La música estridente y los efectos lumínicos van marcando el ritmo vertiginoso hacia su decadencia.
El personaje está atrapado por sus fantasmas durante el juego escénico, que se desarrolla en el pequeño departamento donde habita. Es un Off Man enmascarado que va desnudando de a poco sus flaquezas. Lo rodean apenas los restos básicos de un sobreviviente que promedia su cuarta década y que no logra sostener un vínculo más o menos amable con el mundo.
Especie de detective de sí mismo, Phillip/Lázaro indaga en el derrumbe, la ferocidad de su tristeza se palpa sin afectaciones, apoyado en un monólogo pleno de reflexiones lúcidas, en ocasiones al filo del delirio, sobre el oficio de ponerse en la piel de otros. Fernando Domínguez lo acompaña trayendo distintos objetos que le dan dinamismo a la escena, funciona también como una especie de otro yo en esta pieza que intenta descifrar qué es lo que ocasiona el corte de lazos de Phillip con los demás.
Faltan apenas unos meses para que se cumplan diez años de la muerte por sobredosis de Phillip Seymour Hoffman, el 2 de febrero de 2014, a los 46 años. El neoyorkino se consagró a la escena con una carrera notable en el cine, el teatro y la televisión, construyó su arte desde los inicios de los noventa, cuando debutó como abogado defensor en la serie La ley y el orden y en la película independiente Triple Bogey on a Par Five Hole. Cuatro nominaciones al Oscar, la obtención del premio por Capote (el escritor de A sangre fría y Desayuno en Tiffany’s), un Globo de Oro y nominaciones al Emmy y a los Tony por las obras True West, de Sam Shepard, y La muerte de un viajante, de Arthur Miller.
Off Man fue considerado el mejor de su generación por Cameron Crowe, quien lo dirigió en el filme Casi famosos. Son memorables sus colaboraciones con Paul Thomas Anderson. Cada vez construía una composición diferente en la que no parecía estar actuando. Iba de lo complejo a lo sutil con una facilidad innata.
“Una gota baja lenta por su frente. Delante se extiende la oscuridad y bajo sus pies sólo una ancha soga; debajo el vacío. A paso firme encara la marcha. Su equilibrio es muy bueno y su temple, firme. Su meta no es llegar al otro lado”, escribe Bermúdez sobre la contienda final del actor, el enfrentamiento con las sombras, la desesperanza.
“Su mayor virtud y condena es tomarse el tiempo de mirar al vacío a la cara e intentar seguir, en ese intercambio asesino, caminando y contando a los gritos su visión. Un artista corre riesgos y goza de privilegios muchas veces en la misma medida, su cuerpo desafinado en busca de conexión navega con rumbo incierto”, remata el autor.
Con funciones los sábados a las 20, Off Man se puede ver en Itaca Complejo Teatral (Humahuaca 4027, CABA).