Opinión
Desde Sheffield, Inglaterra
No pasa un día en que los diarios británicos no estén cargados de noticias y comentarios sobre el Brexit, el nombre que dieron a su campaña los opositores a seguir en la Unión Europea en la consulta de 2015. Entre el triunfo de la propuesta de abandonar la Unión y la confusión y la controversia que han surgido, la profunda crisis económica que se avecina no da respiro.
Y entre todo el ruido de la controversia surgió la voz templada del ex primer ministro italiano, economista y ex jefe de la UE, Romano Prodi, advirtiendo a los británicos que estaban próximos al suicidio de Inglaterra si insisten en su retiro de la UE. “No es posible anunciar estos cambios sin acuerdos amplios y sin causar profundo daño a todas las partes,” advirtió Prodi, en forma clara dirigiéndose a la clase política que había olvidado informar al pueblo del caos potencial. La entrevista de Prodi en el semanario The Observer, de Londres, registró la advertencia, “un compromiso histórico deberá hallarse porque las consecuencias del fracaso económico afectarán a toda Europa.”
A menos de veinte meses de la anunciada despedida formal de Londres a la Unión Europea en marzo de 2019 (luego se esperan un sinnúmero de negociaciones) nadie está tranquilo en este reino. No hay ni políticas ni decisiones claras. Las organizaciones empresarias, como ser la Federación de Ingenieros y otras, advirtieron que será difícil evitar despidos masivos y recortes severos, reclamando al gobierno de la primera ministra Theresa May, “necesitamos conocer las medidas de transición, su imposición y duración.” En Alemania las organizaciones profesionales ya advirtieron a sus contrapartes en Inglaterra que de ellos no saldría ayuda alguna.
Y hay que enfatizar que es Inglaterra y su gobierno conservador encabezado por May. Escocia se ha opuesto al retiro de la Unión Europea. May, de 61 años, que sufre una diabetes leve y se inyecta insulina dos veces al día, ha manifestado su decisión de seguir al frente de su partido, sin mayoría en el parlamento y decidida a sacar a su país de la Unión. Y está perdiendo posiciones todos los días. La libra esterlina se ha devaluado quedando a 1,06 euro, cayendo casi 20 puntos desde el referendo del 23 de junio de 2016. La elección parlamentaria del 8 de junio último le quitó poder a los conservadores y dio nuevo respiro al partido laborista de Jeremy Corbyn. La propaganda anti europea de los ingleses decía que la Unión estaba en decadencia e Inglaterra podía recuperar su independencia y su economía. La realidad es que la UE ha avanzado notablemente y el Reino Unido parece en caída libre.
Un sondeo de opinión en Londres mostró que el sesenta por ciento no quería retirarse de Europa. La juventud en especial (entre 18 y 24 años) no quiere ver coartada su libertad de movimiento y su derecho a buscar empleo en cualquier parte de Europa. El muy minoritario partido Liberal prevé que el gobierno de May va a tener que convocar a un segundo referéndum. Y también refieren a la débil actuación de la jefa de gobierno en la reciente reunión del G-20 fue lamentable.
Ya las consecuencias del Brexit se hacen notar. Varios grandes bancos con sede en Londres han mudado a Dublín y a Hamburgo, Alemania, según otros comentarios. La capital irlandesa, también según los más agoreros, recibó a miles de pequeñas empresas británicas que registraron sus sedes en esa ciudad. Para la República de Irlanda el panorama no es fácil tampoco. El Reino Unido es, como parece obvio, el principal importador de productos irlandeses y bajo los acuerdos de la UE las exportaciones irlandesas cruzaban fronteras sin problemas. Ahora estamos ante la reimplantación de fronteras, la posible renovación de trabas aduaneras y el retorno a la inspección de pasaportes. Y el retiro británico de Europa también presenta la poco deseable circunstancia de las peleas históricas entre irlandeses e ingleses que se habían aquietado en los últimos veinte años. El pacto de Pascua durante el gobierno laborista de Tony Blair, pero con el trámite bien instalado por el gobierno conservador de John Major (el sucesor de Margaret Thatcher), puso fin temporario al conflicto de Irlanda del Norte.
Los problemas más pequeños son los más visibles. Se están terminando grandes edificios para albergar instituciones de investigación, económica y científica y de actividades suplementarias. El desmantelamiento de estos proyectos, que ya se piensa en mudar a ciudades alemanas y holandesas, será al costo de una enorme fortuna que va a pagar Londres. El gobierno negó la estimación del gasto en unos 50 mil millones de dólares que deberá pagar Inglaterra a Europa.
La regresión demostró la enorme mentira que parecen haber sido las promesas hechas por los simpatizantes de Brexit, que querían que el Reino Unido se retire de la Unión Europea. Por ejemplo, los que favorecían el retiro aseguraban en su propaganda vial que Londres pagaba casi 400 millones de dólares semanales a los programas de salud de Europa. Saliendo de la unión se “ahorraría ese dinero para el sistema de salud socializada, el National Welfare Service”. Parece que no era cierto.
Cada semana se presenta como más posible la convocatoria de un nuevo referéndum para decidir cómo salir. Cómo se logrará, nadie quiere opinar por ahora. Pero lo que si es evidente, queden o salgan los ingleses de la Unión, Europa toda va a necesitar una transformación de cirugía fina a partir de 2019 en casi todos sus acuerdos y todos los niveles de actividad política, económica, científica y cultural.
El ambiente de cambio lo describe un libro de casi 700 páginas del analista y editor político Tim Shipman, del semanario Sunday Times, Guerra total - La historia de Brexit (All Out War - The Full Story of Brexit). Shipman se remonta a enero de 2013, cuando el primer ministro conservador David Cameron anunció su intención de convocar a un referéndum si sus negociaciones con las comisiones y directivos de la Unión Europea no otorgaban los cambios básicos que reclamaban un sector importante de su partido y del parlamento británico. Toda la más alta estructura política del Reino Unido llegó al referéndum confiados en que los partidarios de salir de Europa, los Brexit, jamás ganarían.
El análisis de los resultados, más o menos de 52 por ciento para los ganadores contra el 48 de los que votaron por la permanencia en la UE, reflejó el sentimiento no sólo de un sector conservador, derechista, fuertemente nacionalista y crónicamente crítico de todo lo “europeo” (léase foráneo) y también de una tajada importante de clase media, tranquila, sin compromisos, que dijo algo así como, “Quiero volver a ser parte de un país de ingleses, de tradiciones nuestras, hasta aquí llegó la paciencia con las oleadas migratorias.” Esta es gente que ayuda a un matrimonio de ancianos turcos a hacer las compras; comparten el kiosco de una feria con polacos, o nigerianos, o de donde vengan, pero que están acá y se los trata con respeto, pero… basta.
El pronóstico social que se escucha ahora, en Alemania y en la capital francesa, fue “Nosotros también queremos decir basta.”
Lo que sólo se verá con el tiempo será como se instalan o continúan los cambios económicos. El escritor inglés Paul Mason, de 57 años, autor de El fin del capitalismo, publicado en 2015, sugiere que hay buena parte del Reino (des)Unido que piensa posible volver a la economía nacional, dejando atrás lo multi-multi-nacional de ahora. El ex ministro de economía en la reciente crisis griega, Yanis Varoufakis reúne a miles de personas en sus conferencias, argumentando que su país debería irse de la UE y concentrarse en una economía nacional. Difícil arriesgar si las teorías reformistas de estos dos hombres pueden enfrentar a la economía liberal instalada.
Interesante sería que estos proyectos de reformas muy profundas se instalen en el año de Martín Lutero, cuya propuesta de reforma religiosa cumple 500 años. Quizás el cambio nos permita decidir si la economía es una ciencia o una religión.