Hay una desolación en la escena. Ella es una figura del abandono que se convierte en totalidad, en una instancia social que define a ese pueblo. Los padres se han ido pero prometieron volver y los que se quedan viven en un estado de control permanente. Hay alguien que llega y procura la supervivencia pero las personas están muertas. Solo la voz de la protagonista parece preservar la última instancia de lo vivo. Su sensibilidad, su manera calma de expresar la fatalidad hace de esa tristeza una belleza perdida, un remanente de cierta felicidad que tal vez nunca existió pero que ella procura guardar entre sus cosas como si realmente hubiera sucedido.
La escena se dibuja con una luz que descubre el espacio. Leandro Crocco recorta la escena, crea un lugar más allá de las delimitaciones concretas. Las sombras, el trabajo sobre la figura de la actriz establecen otra narración que permite pensar en el espacio como un componente dramático, especialmente en una obra donde la protagonista hace mucho tiempo que no sale de su casa, que no tiene una existencia en el afuera porque, lo que podría encontrar detrás de esa puerta, tendrá la misma forma de la inexistencia.
Todo parece una odisea en el personaje que encarna Paula Fernandez Mbarak. Su diálogo es con nosotrxs como espectadorxs o con ella misma, como si dejara un testimonio de un mundo donde no hay nada que hacer, donde a las otras personas no se les ocurre manera alguna de habitarlo.
Las promesas parece una obra que refleja el final de una guerra, lo que queda después de una catástrofe, aunque el texto de Juan Andrés Romanazzi no busque referencias exactas. En este sentido recuerda la dramaturgia beckettiana, sin el componente del absurdo que podría entrañar cierta comicidad. Como en Esperando a Godot o Fin de partida, los personajes han renunciado a toda acción y se contentan con hablar para matar el tiempo. Su drama se imagina como una herida social, como un hecho sin nombre que tomó a toda una comunidad y la deshizo. En el personaje de Fernandez Mbarak la agonía es una instancia que se trata de eludir, pero la muerte está allí, como su adversaria.
La voz que construye Romanazzi desde la escritura tiene una impronta literaria. La narración en primera persona alude a las formas de un cuento o una novela. El trabajo que realiza Fernández Mbarak como intérprete junto a la dirección de Romanazzi se ocupa de descifrar minuciosamente esa narración para convertirla en una fuerza que entra en conflicto con ese tiempo detenido ¿Cómo poblar la escena cuando nada sucede pero, a la vez, está ocurriendo una tragedia que no se termina de nombrar ni de identificar? Las promesas señala que la mayor hecatombe es la que deja a los sujetos maniatados, imposibilitados para entender y para reaccionar. La protagonista intenta hacer algo con esa espera a la que entiende como infinita.
La imaginación se convierte en una manera de suplir la ausencia. La protagonista se vale de los objetos para idear ese momento del regreso. Las cosas en escena asumen una complicidad plástica y el trabajo de Fernandez Mbarak parece despertar un instinto de vida en todo lo que la rodea. El diseño de espacio de Julia Camejo está concebido desde la síntesis, como si en esa casa hubiera ocurrido una batalla y todxs estuvieran desintegradxs.
Un monólogo de estas características tiene mucho del fluir de la conciencia. Los tiempos que se generan en escena son mentales, esa materialidad derruida se convierte también en alucinación, en irrealidad. Cuando Paula comienza hablar tenemos la sensación de que está allí hace años. El pasado del personaje llega en un instante. El lenguaje que maneja Romanazzi es poético, un realismo melancólico. El agua como una sonoridad casi de ensueño está en sintonía con el texto que se desarma. No existe por parte de Romanazzi la voluntad explicativa de completar las escenas. Es mucho más lo que no sabemos, las incertezas de la historia funcionan como el verdadero conflicto. Perdemos el interés por saber porque lo que nos importa es establecer un vínculo con ella, escucharla. Allí está nuestro rol, en capturar esa narración herida, masacrada y convencernos una vez más que la palabra puede ser otra forma de la reconstrucción.
Las promesas se presenta los viernes a las 19 en El portón de Sánchez