Antonina vive en un zoológico. Su hijo Ryszard duerme en su habitación con leones cachorros sobre la cama y su esposo Jan, es el biólogo que lo dirige. La casa familiar de dos pisos está emplazada en los terrenos del zoológico de Varsovia y ella es la guardiana que abre las puertas del jardín bestial para que entre el público; después, lo recorre en bicicleta acompañada por alguno de los animales a los que se les permite estar sueltos, a los otros los saluda a la distancia mientras pedalea. 

Así, con esta escena poética sobre la convivencia en tiempos en los que se celebraban los zoológicos y las jaulas, comienza Un refugio inesperado (2017) la película que protagoniza Jessica Chastain basada en The zookeepers wife, la novela que Diane Ackerman escribió después de leer Personas y animales, el diario de Antonina. Contar la historia de Antonina es contar cuatro historias, las cuatro le pertenecen. En la primera su apellido es Erdman, vive en San Petersburgo, su ciudad natal, con una tía (su mamá y su papá murieron en la revolución de 1917) y estudia piano. 

En la segunda está casada con Jan Żabiński, un polaco católico, tiene un hijo y vive en Varsovia rodeada de animales. En la tercera es la mujer que tras la invasión alemana y el bombardeo de Varsovia en 1939 esconde a cientos de judíos en el zoológico. En la cuarta es escritora y escribe cuentos de animales: Memorias de una jirafa, Cómo las linces hembras del bosque de Białowieża se convirtieron en residentes de Varsovia y Cuentos de la naturaleza, entre otros. Cuando los nazis clausuraron al zoológico en ruinas y casi todos los animales -casi 1500- estaban muertos (Lutz Heck, el director del zoo de Berlin, se llevó algunos y los asesinó en la noche de año nuevo mientras festejaba y simulaba un día de caza junto a otros oficiales), Antonina y Jan convirtieron el jardín de los despojos en un criadero de cerdos. 

Era una coartada. El verdadero plan era usar a los cerdos y a la basura que los alimentaba para acceder al gueto y liberar a los judíos. Con la excusa de los desechos y amparado en su rol de empleado municipal Jan fingió amistad con Ziegler, un nazi de alto rango amateur de la entomología que, fascinado con la erudición del zoólogo, lo dejaba entrar y salir del gueto sin prestarle atención a su camión pestífero. En ese camión que nadie revisaba se escapaban los judíos que Antonina escondía en los pabellones secretos del zoológico. Cuando detuvieron y encarcelaron a Jan por unirse a un levantamiento, Antonina con el pequeño Ryszard (1932-2019) y una hija recién nacida, Teresa (1944- 2021), continuó con el plan de liberación en medio del hostigamiento y los simulacros de ejecución: “se llevó Ryszard a la aparte de atrás de la casa y disparó. Volvió riéndose con una gallina muerta en la mano. Ryszard estaba unos pasos atrás.” El niño de los cachorros en la cama era su aliado, caminaba por los escombros sin llamar la atención de los soldados alemanes apostados, bordeaba la fosa de los leones y las jaulas vacías ante la vivible ausencia de Tuzinka, la elefanta estrella, llevando agua y comida. 

Escondidos en las madrigueras con nombres de animales ganados en vida clandestina, lo esperaban los refugiados judíos. “Cada vez llegaban más náufragos a nuestra casa. Como si no fuera un endeble cascarón sobre el vaivén de las olas, sino el submarino del capitán Nemo, el que, a través de las profundidades silenciosas, los llevaría finalmente a puerto.” (diario de Antonina). Antonina y Jan estuvieron en la reapertura del zoológico en 1949, recibieron títulos honoríficos y participaron en homenajes junto a los sobrevivientes del zoológico y sus familiares. Comparten tumba en el cementerio de Powązki en Varsovia.