La cantidad de reservas internacionales que posee el Banco Central es una medida de los grados de independencia económica con que cuenta un país que no emite moneda hegemónica. Cómo bien entendían los mercantilistas, en tiempos que el oro era la moneda internacional, las posibilidades del desarrollo productivo están condicionadas por la restricción externa, que hoy se expresa en la disponibilidad de dólares.
Su escasez obliga a trabar importaciones o a devaluaciones que redistribuyen ingresos en forma regresiva para contraer el mercado interno, generando una caída en la producción nacional y un marcado deterioro de las condiciones socioeconómicas.
En tiempos de escasez de dólares, la política económica se orienta a mendigar divisas para evitar corridas desestabilizadoras. No es extraño que hasta los partidos populares terminen dando la espalda a sus bases sociales para dar concesiones a grupos exportadores o poderes financieros internacionales, a cambio de obtener oxígeno financiero.
Mantener una economía hiperendeudada en permanente escasez de divisas es el objetivo de los gobiernos liberales para asegurarse el mantenimiento de un estatus quo conservador aún cuando pierdan elecciones. Así, van entregando soberanía política y organismos como el FMI comienzan a tomar el tablero de comando del país.
La dependencia se vuelve tan brutal que hasta se resignan candidaturas que asusten al establishment por miedo a corridas desestabilizadoras. La democracia va perdiendo valor, ya que todos los partidos y candidatos pasan a representar un mismo programa económico que no atiende las demandas sociales.
La posibilidad de generar un gobierno soberano que atienda las demandas de justicia social requiere la conquista de la independencia económica, es decir, juntar dólares. La crisis de la convertibilidad en 2001-2002 reduciendo a un mínimo las importaciones y declarando la cesación de pagos de la deuda, permitió juntar dólares de exportaciones en un contexto favorable internacional. Esta fue la base económica que permitió a Néstor Kirchner tener un manejo soberano de la política dando inicio a un proceso de expansión económica con mejoras sociales. Los primeros dos años de Alberto Fernández, donde la pandemia (frenando importaciones y turismo) y los buenos precios internacionales arrojaron fuertes superávits, fue otra oportunidad desperdiciada por el mal manejo cambiario-financiero.
El próximo año, la recuperación de las exportaciones agrarias tras la sequía junto a la reducción de las importaciones de combustibles por el avance en el gasoducto Néstor Kirchner, dan perspectiva de cierto oxígeno de divisas para quien tome el comando del país. Un informe del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz estima que el superávit comercial de bienes de 2024 podría alcanzar los 20.000 millones de dólares. Una ventana de oportunidad que podría ser aprovechada por un gobierno popular para generar espaldas políticas ante la inevitable renegociación de la deuda con acreedores privados y el Fondo Monetario Internacional.
@AndresAsiain