Se levanta el viento

Kenzaburo Oé consideraba que la serie fotográfica “Hiroshima”, de 1958, fue la primera obra de arte contemporáneo donde la tragedia de la bomba atómica fue mirada desde el punto de vista de los sobrevivientes y no de los muertos. Su autor es Ken Domon, que produjo gran parte de su obra entre la década del cincuenta y del setenta. Considerado uno de los grandes maestros de la fotografía del siglo XX, una retrospectiva de su trabajo llamada Domon, el maestro del realismo japonés se puede ver en la Maison de la Culture du Japon de París. Se trata de la primera vez que se exhibe en Francia la obra de este artista nacido en Sakata, que vivió entre 1909 y 1990. Domon, que fotografió sobre todo en blanco y negro, había estudiado pintura y además fue reportero freelance. Era un convencido de que la imagen se iba cargando de significados por sí misma y que no era necesario que la mirada del fotógrafo fuera más importante que la foto en sí. Sus primeros trabajos estuvieron al servicio de la promoción cultural de Japón en el extranjero hasta centrarse en el registro de la vida cotidiana y la transformación y occidentalización de la ciudad con una atención cada vez mayor a los temas sociales. Esto se expresa en dos ensayos emblemáticos, “Hiroshima” (que incluye una foto estremecedora de unos chicos bañándose a orillas del único edificio que permaneció en pie, actualmente museo de la paz) y “Los niños de Chikuho”, una serie sobre la pobreza de los pueblos mineros en el sur de Japón, hecha en 1960. La muestra incluye además retratos de celebridades como Mishima y Tanizaki y una serie de templos antiguos y escultura budista. “Estoy inmerso en la realidad social de hoy pero al mismo tiempo en la cultura clásica y las tradiciones. Estas dos realidades se vinculan con la ira, la tristeza y la alegría del pueblo japonés, el modo en que se levanta una y otra vez sin olvidar su historia”, decía.

Belleza peculiar

Scooter es un perrito de siete años con las patas traseras invertidas, casi calvo excepto por una mata de pelos blancos y finos. Pero son estas peculiaridades las que hicieron que el perro se ganara la simpatía de los jueces en el concurso “El perro más feo del mundo” en Petaluma, California. El título del concurso, sin embargo, pretende ser irónico. El evento de casi 50 años se lleva a cabo para mostrar que estos perros son hermosos al celebrar “las imperfecciones que hacen que todos los animales sean especiales” y para abogar por la adopción. “Desde el momento en que sienta su pequeño trasero sin pelo y sus piernas hacia atrás en tu regazo, sientes su poder cálido y abrazable para cambiar el significado de la palabra ‘feo’”, aclaró el presentador de NBC Gadi Schwartz, uno de los jueces de la competencia. Catherine Liang, otra jueza, le dijo a The New York Times: “De la manera más linda posible, me recuerda a un hipopótamo peludo”. Scooter alguna vez fue un perrito solo, que estuvo casi al borde de la muerte por su belleza peculiar: nació con dos patas traseras deformadas que le dificultaban caminar, según su biografía en el sitio web del concurso, Por suerte, fue salvado por un voluntario del grupo de rescate Saving Animals From Euthanasia (SAFE) después de que un criador lo llevara al centro de control de animales en Tuscon, Arizona y una mujer llamada Linda Elmquist lo adoptó cuando era cachorro.

Monstruos proféticos

Un grupo de ilustraciones sobre cuentos de los hermanos Grimm y ocho dibujos coloreados a mano para una serie llamada “El acróbata” que devino en tarjeta navideña, de 1959, fueron algunas de las piezas estrellas de la subasta Cosas salvajes: el arte, la literatura y el teatro de Maurice Sendak que llevó adelante Heritage Auctions en Dallas. La muestra previa fue promocionada como “la colección más completa de arte de Sendak jamás presentada al público”, con obra que abarcó desde sus primeros dibujos en 1947 hasta carteles, juguetes y memorabilia de Donde viven los monstruos, su libro más conocido, que llegó a vender 19 millones de copias. El amor de Sendak por los escenarios además lo llevó a crear ilustraciones y anuncios para sus compañías favoritas, incluidos varios trabajos para la Ópera de la Ciudad de Nueva York entre los ochenta y los noventa. Originales de estos trabajos también fueron puestos a la venta. La persona que hizo posible este evento fue Justin Schiller, amigo y colaborador de Sendak a lo largo de 45 años, que decidió desempolvar sus archivos. En sintonía con lo que el mismo Sendak decía, Schiller aclaró: “Maurice no ilustró para los niños sino para los jóvenes y adultos en los que ellos se convertirían”. Frente a toda esta obra, los niños de ayer miran con pavor un presente donde la oscuridad bellísima de Sendak fue advertencia de que los monstruos siguen viviendo aquí, a la vuelta de la esquina.

Sin disfraz

“Soy Gustavo Cerati. Todo el mundo me habla de vos y quiero que hagamos fotos”, escuchó Nora Lezano al otro lado del teléfono en 1999, en la casa que compartía en Tapiales con su familia. Los dos se habían cruzado brevemente en el cumpleaños de Antonio Birabent un año antes y desde mediados de los ochenta, ella colgaba posters de él en su habitación adolescente sin saber que, con el tiempo, se encargaría de hacer imágenes de Cerati que otras adolescentes colgarían en su habitación o se tatuarían en los brazos. La primera de esas fotos icónicas está cumpliendo 24 años. Fue parte del kit de prensa que acompañó el lanzamiento de Bocanada, el segundo trabajo solista de Cerati. Nora evocó el aniversario con un posteo en su cuenta de Instagram con más de diez mil likes, donde contó: “Esta imagen es profundamente importante para mí porque Gustavo, cuando vio el corpus de esa sesión, me dijo: ‘Es la primera vez que me reconozco en fotos. No hablo de verse lindo o feo, hablo de reconocerse’. Haber logrado eso es ir muy lejos. Fui un espejo para él. Pero un espejo para su alma”. “Recuerdo todos mis nervios, mi inseguridad y mi exigencia antes de que él llegara al estudio. Todo el tiempo traté de ‘bajarlo del póster’, algo que tuve claro desde siempre a la hora de retratar a los músicos que admiro”, comenta la fotógrafa ahora. Y agrega: “Lo vi, lo percibí tan cómodo que mis nervios y mi exigencia desaparecieron. La sesión fue muy relajada, divertida. Sencillamente apoyó la cabeza sobre los brazos y miró a cámara. Yo no le pedí nada”. Todo ocurrió en un estudio de Balvanera que Nora alquilaba, frente al shopping Spinetto. Hay algún video dando vueltas por la web que registra ese momento: música de fondo, asistentes y amigos, Gustavo resaltando sus ojos con delineador celeste. Lo demás es parte de la magia que se crea entre dos artistas. En 1991, ella había hecho un curso de fotografía, se había comprado su primera Nikon y comenzó tomar imágenes de toda la escena de rock local; algo que sintetizó su muestra no casualmente llamada “Fan”, que desde 2015 hasta acá ha recorrido varias veces diversos puntos del país. “Con la muerte de Gustavo la imagen trascendió fronteras e incluso a mí misma. Fue impresa en todo tipo de soportes (remeras, tazas, carpetas, banderas, llaveros, cuadros, ¡la piel!). Pasó a ser icónica. Y eso es algo que nunca había ni siquiera soñado”, completó Nora. Todo lo que hay de esa foto hacia afuera, ya es patrimonio popular replicado al infinito.