Cuando le preguntaron a Moa Herngren cuál creía que era la razón del éxito internacional de la serie Bonusfamiljen, que aborda la historia de una familia ensamblada que recurre a terapia para poder afrontar sus desafíos, respondió que nunca había imaginado que la vida de los suecos, que se autoperciben como un país algo aburrido, pudiera generar semejante nivel de identificación. Desde nuestro país, también miramos asombrados esta cultura que incluye la psicología tan “al uso nostro” a 13.000 kilómetros de distancia.
En la década del 70, Ángel Fiasché, médico psiquiatra argentino y su esposa Dora, discípulos de Enrique Pichon-Rivière, luego de dirigir el programa de residencia en el Hospital Maimónides de la localidad de Brooklyn, Nueva York, y participar del diseño de la llamada Ley Kennedy para la asistencia psiquiátrica de la pobreza, fundaron la carrera de Psicología Clínica en la Universidad de Gotemburgo y formaron profesionalmente al primer grupo de psicólogos clínicos del país, entre los que estaban Mats Mogren (que había sido su residente) y Bill Mattsson, quienes los acompañaron en la constitución del Instituto de Psicoterapia de Gotemburgo (Göteborgs PsykoterapiInstitut). Fue así como llegó a Suecia el psicoanálisis argentino y la psicología social de Pichon-Rivière, formación continuada por nuestro padre, Hernán Kesselman, y Tato Pavlovsky en sus tiempos de exilio en Madrid, a partir de 1976.
Nuestro padre hizo un hermoso relato de cómo conoció a Fiasché, en el prólogo que realizó para su último libro, Hacia una Psicopatología de la Pobreza, conferencias dictadas en Argentina desde el regreso del exilio. Eran los inicios de su carrera en el Policlínico de Lanús, se analizaba con Marie Langer y supervisaba con José Bleger, quien le sugirió su intervención en una situación compleja, que Fiasché resolvió cual Mr Wolfe en Pulp Fiction.
Es preciso mencionar en el devenir profesional de nuestro padre la importancia del Servicio de Psicopatología del Hospital Aráoz Alfaro de Lanús, provincia de Buenos Aires, actual Hospital Evita, creado y dirigido por el maestro Mauricio Goldenberg en 1956, pionero en todo lo que se hizo en materia de salud mental en Argentina y Latinoamérica, un servicio innovador, interdisciplinario, basado en un modelo bio-psico-social que integraba clínica psiquiátrica, psicofarmacología, enfoques psicodinámicos y sistémicos, terapias breves individuales, grupales y familiares, orientación comunitaria, formación de profesionales, investigación, que contaba con el apoyo de la OMS, que lo consideraba como modelo e inspiración.
Así lo describen Alejandro Vainer (discípulo de Hernán) y Enrique Carpintero, en uno de los mejores libros sobre la salud mental de nuestro país, Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los 60 y 70: “Goldenberg fue rodeándose de jóvenes profesionales. El proyecto era integrar a quienes tenían poca 'deformación' manicomial. Hernán Kesselman fue uno de los primeros y recuerda que los psiquiatras 'se venían de Córdoba, de Rosario, a pensiones, para poder trabajar en Lanús'. Se podía practicar cualquier teoría o técnica y Goldenberg, en lugar de pisarte la cabeza, te daba más bibliografía y te exigía que estudiaras más. Kesselman era jefe de clínica y docencia; Carlos Sluzki, jefe de investigación; Lía Ricón y después Vicente Galli fueron jefes de consultorios externos; Aurora Pérez, jefa del equipo de niños; Octavio Fernández Mouján en adolescencia; Valentín Barenblit en interconsulta y Gerardo Stein en grupos”. Goldenberg también sufrió persecución política y tuvo que exiliarse en Washington DC, donde residía su hija y donde falleció.
En la década del exilio en España, nuestro padre continuó sus desarrollos en la clínica y la formación de psicoterapeutas y coordinadores de grupos, creando la Primera Escuela de Psicología Social “Dr. Enrique Pichon-Rivière” en Madrid, donde estudiamos mi hermano Martín y yo, y mi madre, las tutorías en las escuelas de bachiller, con esta orientación. Fue maestro de profesionales de la salud, la educación y el arte, en Madrid, Barcelona, Sevilla, Badajoz, Salamanca, Bilbao, San Sebastián, Alicante, Baleares, miembro honorario de varias asociaciones, y viajaba regularmente a enseñar a París y a Londres, donde también atendía su querido terapeuta, Malcom Pines, miembro fundador del Instituto de Grupoanálisis de Londres. Continuó dando clases en Suecia y recuerdo sus impresiones acerca de esta población aparentemente apacible, donde había un alto índice de alcoholismo y suicidio. Nos contaba que el alcoholismo se entendía por el frío, no se podía caminar más de tres cuadras sin meterse a un bar para tomar vodka y seguir camino. Lo mismo pasaba con el suicidio y la falta de sol, por eso las terapias incluían sesiones con lámparas. Volviendo a Matts y Bill, vinieron junto a Sid varias veces a visitarnos, y Mats estuvo en el cumpleaños 60 de nuestro padre en Buenos Aires.
El retorno a la Argentina fue promovido por su amor al país y por el entusiasmo de los amigos que iban regresando con la democracia y los que habían permanecido en el “insilio”, y sobre todo, por la insistencia de su gran amigo y hermano de la vida Tato Pavlovsky. Así define sus búsquedas y recorridos de su última y fructífera etapa, que ya sintetizan la experiencia exiliar y que denominaría “el goce estético en el arte de curar (y trabajar)” marcado por el paso de la interdisciplina a la transdisciplina, en sintonía con los desarrollos de los nuevos paradigmas en la ciencia y el arte: “Siguiendo a Pichon-Rivière intenté explorar desde los años ’60, la psicología y la psicopatología vincular, diagnósticos y tratamientos que no sólo incluyeran el polo de los asistidos (pacientes, alumnos) sino también el de lo personal de los psicoanalistas y coordinadores de grupo. De allí nace nuestro interés con Eduardo Pavlovsky en explorar las escenas temidas del profesional y el camino de la multiplicación dramática abierta, en oposición al reduccionismo de las interpretaciones que cerraban. Así desarrollé la psicopatología vincular, con amigos, colegas, pacientes, familiares, etcétera. Ya sea en Argentina como en Europa, sobre todo con el equipo de Nicolás Caparrós en Madrid. No obstante la aparición de variaciones sinfónicas en el campo de la psicopatología vincular, sentía que debía realizar un rodeo para su revisión. En el camino de la multiplicación dramática nos nutrimos con alimentos provenientes del arte, la filosofía y la literatura. Así surgió nuestro encuentro con Umberto Eco, Deleuze & Guattari y el “tropicalismo brasileño”, donde los elementos que se devoran pueden ser múltiples y heterogéneos para ser desovados en herramientas psicológicas operativas. Umberto Eco en su Obra Abierta fertilizó nuestros interrogantes al reforzar nuestras concepciones de resonancia y las posibilidades que habíamos intentado trabajar en psicología con un grupo experimental, a la manera de cómo se ensaya una obra de teatro (Luis Fridlewsky) asimilando así el procedimiento estético al procedimiento clínico. Por otra parte, desde Shakespeare hasta Melville, Kafka, Borges y otros autores, la literatura se nos presentó como alimento invalorable para la apertura de nuevos paradigmas centrados en la multiplicidad. En los últimos años de mis investigaciones como psicodramatista analítico del campo escénico (bi o multicorporal, dirían Foulkes y Juan Campos para el Grupoanálisis) fui estimulado por la idea de que todos tenemos personajes posibles --heterónimos disponibles-- que pueden ser objetivados en las escenas mostrativas de la multiplicación dramática (técnica que desarrollamos con Pavlovsky a partir de los ’70), como respuesta aperturista a las certezas cerradas en las interpretaciones del psicodramatismo y del psicoanalismo. Personajes disponibles, es decir, disposibles para salir a escena si la máquina de producción de sentidos en la escena los convoca, tal como adquirían vida propia los heterónimos que habitaban a Pessoa. Fernando Pessoa, el poeta portugués que había leído en mi adolescencia, pero que se me reactualizó en toda la potencialidad de su característica fundamental como escritor: la heteronimia”.
Cuando regresamos del exilio, nuestro padre acuñó el término "desaparecido intelectual", como parte de su estudio de los daños que produjo el terrorismo de Estado en nuestra subjetividad, aludiendo a la desaparición de las aulas de tantos colegas, desaparecidos y exiliados o insiliados, que no sólo ya no eran leídos, sino que eran desconocidos. Bastaron poco menos de ocho años de dictadura cívico militar para sepultar nuestras producciones más importantes en materia de salud y salud mental, que venían desarrollándose desde la década del 40. Lo grupal, así como fue perseguido por la dictadura, fue marginado de las aulas “psi”, predominando una orientación individual y sufriendo estos pensamientos y abordajes una “persecución” y discriminación que perdura en algunos ámbitos. La inauguración del Archivo Hernán Kesselman en la Biblioteca Nacional es vivida por nuestra familia como una reparación histórica de nuestro padre y de otros profesionales que como él aportaron a la salud mental en nuestro país y más allá de sus fronteras.
Mariana Kesselman es psicóloga y música.
* Una jornada de homenaje a Hernán Kesselman (1933-2019) se llevará a cabo con motivo de la donación de su archivo personal a la Biblioteca Nacional. Participarán Susana Kesselman, Ana María Fernández, Juan Cristobal Tenconi, Ana Guerra y Alejandro Dagfal. Coordina: Luis Sanfelippo. Organiza el Centro de Historia Psi de la Biblioteca Nacional. Será el viernes 30 junio, a las 18 en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional.
Hernán Kesselman fue médico, psiquiatra, psicoanalista, abrevó de los mejores maestros de la salud mental del siglo XX en la Argentina y fue discípulo dilecto del Mauricio Goldemberg y Enrique Pichon-Rivière.
Fue persona destacada de las ciencias médicas por la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, por iniciativa de Jorge Taiana; creador de las residencias en Psiquiatría, modelo de otras residencias Latinoamericanas que vendrían luego; profesor de la facultad de Medicina de la UBA; consultor de la OMS; miembro fundador y de honor de varias asociaciones en Argentina y en el mundo.
También fue director de la Primera Escuela de Psicología social en Madrid (España) y autor junto a Eduardo “Tato” Pavlovsky de La Multiplicación dramática, Espacios y creatividad, Escenas temidas del coordinador de grupos (también con Luis Frydlewsky), y de La Psicoterapia operativa 1 y 2, Psicoterapia Breve, entre tantos otros títulos.
Como lo refiere Emilio Rodrigué en “El siglo del Psicoanálisis”, la única biografía de Freud escrita en castellano, Rodrigué, Kesselman, Pavlovsky, Fernando Ulloa y Armando Bauleo forman parte de los “PiscoArgonautas”, grupo marcado por el compromiso, plasmado en la fundación de los grupos Plataforma y Documento, que son los primeros en el mundo en romper por motivos ideológicos con la Asociación Psicoanalítica Internacional.