La velocidad de escape es la velocidad que necesita un cuerpo para desprenderse de la atracción de otro. Un agujero negro es un cuerpo tan denso, con tanta masa y tanta atracción gravitacional que ningún cuerpo puede escapar, ninguna velocidad de escape alcanza para que ningún cuerpo se aleje de semejante masa. Hasta la luz queda atrapada. Esta conversación entre Tot Romero, la protagonista, y Carmen Torres, la directora, que toma notas fílmicas de su ex novia y ahora amiga en un trance de desamor, perfila una de las reflexiones más fuertes de la película segregando sentido desde una narrativa astronómica hacia una narrativa amorosa. Tot cierra su confesión observando que “en la mayoría de mis relaciones me tendría que haber escapado antes. Siempre. No, no siempre. Sí, siempre”
Velocidad de escape es, como estos agujeros negros que crecen por la acumulación de materia que atrapan, una película documental que contiene una variedad de temas que se desarrollan, por momentos, de forma secuencial, por otros, de forma simultánea. Solo a fines de estructurar una pieza que se balancea como una barca por diferentes canales, podría decirse que la película de Carmen Torres despliega, por un lado, una incertidumbre; por otro, algo más parecido a la permanencia.
Comencemos por la incertidumbre. La película empieza con una filmación de Carmen en el momento en que recién se conocían con Tot y nevaba en Buenos Aires. En ese paisaje nevado eran pareja y luego se separaron y pasaron a ser grandes amigas. El grueso de la película es Carmen filmando a Tot, aproximadamente diez años después en la actual casa de Tot; Carmen está casada con Marta y Tot sale con alguien. Corre 2019. El despliegue de la incertidumbre de la relación de Tot -cómo le está yendo, cómo le va a ir, qué la preocupa, qué preguntas se hace- es una equis gigante que se va despejando a lo largo de la cinta, con sus confesiones, sus temores, sus preguntas, sus expectativas, y sobre todo con su cara hermosa y expresiva y con todo su cuerpo: cuando se enrosca su pelo enredado con uno de sus dedos mientras sus ojos caen en un pote de tristeza; o mientras fuma mirando desde la ventana de su casa y le habla a Carmen que está atrás mientras ésta le pregunta lo necesario para dejarla hablar. La relación amorosa que tiene Tot parece complicada y Carmen oficia de adivina cuando es consultada: Carmen ¿qué pensás que va a pasar? Carmen no parece acertar.
Meterse en una…
“Me metí en una”, dice Tot en un momento de la película; una es en una relación abierta respecto de la cual tiene más preguntas que respuestas, más tormento que calma. La chica le encanta pero la propuesta la inquieta. Tot camina emocionalmente por un desnivel hecho de preguntas tales como ¿quiero una relación abierta? ¿me la bancaré? Y al mismo tiempo cree que, o sospecha que, una relación abierta puede ser pariente lejana del grupo de familia de fórmulas como autonomía, no convivencia, no ser absorbida por una relación. Y, que de acuerdo a su experiencia, lo que sabe es que va a seguir teniendo historias con chicas y que sus amigas son su familia. Es decir, tiene clara la división de poderes pero le genera cierta ansiedad querer saber cómo gestionar esa forma puntual de relación.
Sin formularlas, Velocidad de escape propicia algunas preguntas fundamentales del orden amatorio como: ¿el amor la cambia a una, o una permanece inalterable ante la experiencia del amor? ¿El amor nos fija más en nuestra personalidad o es un agente que nos transforma? ¿Por amor cedemos a formas nuevas o el amor nos confirma más nuestros principios? ¿Es posible ser permeable a transformarse y hasta dónde? ¿Y con quién? ¿Y para qué? Estas preguntas contienen, como los agujeros negros, un amplio espectro de otras preguntas que se harían, de formularlas, interminables. Solo para terminar esta idea, es posible que si suscribimos que no nos bañamos dos veces en el mismo río, es posible que convengamos que cómo vamos a salir inalterables de la aventura del amor. La cuestión principal parece ser cómo salimos. Para Peri Rossi salimos del amor como de una catástrofe aérea, sin ropa, sin papeles, sin dientes y sin noción del tiempo.
Nora Ephron, al final de Se acabó el pastel -sobre cómo su esposo la engañó con una conocida durante casi todo su embarazo- sostiene que cuenta la historia para poder dominarla; para poder hacer reír; porque si lo hace, no le duele tanto; porque si la cuenta, puede soportarla. Si bien la novela de Ephron y Velocidad de escape no tienen nada que ver, Tot también cuenta esa parte de su historia y al contarla parece poder procesarla un poco mejor, nos hace reír un poquito más y nos duele menos todo a ella y a todas. Tot se la cuenta a Carmen, y por momentos a la pareja de Carmen, Marta -Andreu, productora de la película- que le da los consejos que puede, entre pésimos y sabios, pero que está ahí con su piyama cerca de Tot.
Es reconfortante que la actual pareja de su ex novia/ahora amiga intente consolarla, aunque a Tot no le entren las balas. Es muy lindo también el camino emocional que Carmen captura en las charlas con Tot, que si bien la pasa mal, separa la maleza y avanza soportando cómo van las cosas, trabajando el matiz, intentando atrapar la realidad como es. Una vez leí que un poeta de hace dos siglos quiso escribir un poema vengativo sobre su mujer, pero era demasiado inteligente como para saber que eso no era posible. Las historias buenas, las que salen más o menos o las directamente fallidas, se suelen armar de a dos. Tot es ese poeta, pero sin haber tenido la intención de querer escribir ningún poema de venganza. Una forma de la inteligencia es, posiblemente, intentar comprender sin abandonar los matices. Un buen poeta es el que maneja el matiz. Un buen poeta casi lo único que soporta es el matiz.
Chicas, amigas, fantasmas
Dije antes que Velocidad de escape es también una historia en la que se desenvuelve una cierta forma de permanencia. Para empezar, la película está dedicada “a las chicas”, a la banda. Las chicas son las amigas, la familia inventada. Dice David Foster Wallace que toda historia de amor es una historia de fantasmas, con lo cual lo primero que me hace pensar es que, en una relación entre dos, nunca hay sólo dos, somos dos más las otras personas que cada cual trae.
Efectivamente, toda relación de amor es poliamor. En este bendito y -a veces, también maldito mundo lésbico- los fantasmas siempre están más cerca, son más endogámicos. A veces, esos fantasmas se transforman en amigas; a veces, son amigas sin haber sido fantasmas. La amistad en el lesbianismo tiene una historia y una forma muy particular: es la familia inventada. Es el lugar donde se pueden hablar y decir cosas que en ningún otro lado; es el rescate y la contención, y es, muchas veces, el amor después del amor.
Entre las grandes amigas, siempre hay una ex metida. Lo que no significa que siempre pase, a veces se termina mal y es lo que corresponde, lo que tiene que ser. Sin embargo, este registro fílmico de Carmen Torres, la directora, es un homenaje al amor que tiene por Tot, y que su pareja, Marta, comparte. Hay algo conmovedor en cómo Marta y Carmen escuchan a Tot, se quedan cerca aunque no haya mucho para decir.
En el lesbianismo la amistad es hacer pie en un mundo, todavía, claro que sí, con bastantes piedras disfrazadas de complicidad. La historia de la amistad lésbica es también la historia de una larga e interminable conversación. Conversamos sobre cómo estamos, qué nos pasa, qué queremos, qué nos duele, y a veces hacemos silencio y simplemente se está. A veces, incluso, una ex novia escribe un libro muchos años después sobre nuestra historia y una entiende que la otra persona siguió conversando con nosotras, pero a solas. Y a veces no conversamos nada, a veces jugamos al fútbol o vemos un partido y nada más. La amistad lesbiana toma la forma de la casa posible luego de la errancia; es llegar, finalmente, a un lugar cómodo y seguro.
Dos de las primeras preguntas que me hice cuando me di cuenta de que me gustaban las chicas -a los 12, 13 años- fueron: ¿Cómo consigo una novia? Y ¿cómo conozco amigas que sean como yo? La necesidad de afectarme sentimentalmente -más concretamente, de darle un beso en la boca a una mujer- y la necesidad de conseguir amigas siempre fueron de la mano. La amistad lésbica es todo lo contrario a una opción de segunda mano o a una sala de espera para conseguir un noviazgo.
Mientras tanto, ahí en la pantalla aparecen más amigas de Tot: Flor, Luz, Paulita. Se ríen, toman y le ponen puntaje a su actual situación personal. Juegan al fútbol, aparece una foto de Cabrera, el equipo de fútbol en el que jugábamos todas y donde muchas hicimos crecer la amistad. Es una película conmovedora: es una breve historia de Tot, pero al mismo tiempo es un poco una parte de la historia de todas.
Velocidad de escape es una película que no estaba destinada a serlo. Carmen fue grabando estas imágenes y conversaciones durante 2019 con la idea de que fuera una fase en la investigación para una película que finalmente no hizo. Al llegar la pandemia, estaba viviendo en Barcelona y al extrañar muchísimo a Tot empezó a ver el material y construyó esta película. Hay algo muy curioso y es que por la forma en que está montada es fácil incurrir en la idea de que es una ficción, sin embargo es una película documental que rastrea un camino emocional de una persona en tiempo real. Una oda al amor transformado, una oda a esa otra forma que toma el amor que es la conversación, y una oda a todas nosotras y a todas ustedes y a todas ellas.
Se proyecta este sábado 1 de julio a las 21 en Casa Brandon, Luis María Drago 236.