La significativa merma en la cosecha producto de una sequía histórica que azotó al sector agropecuario, representa un golpe de proporciones mayúsculas para una economía de por sí ya muy vapuleada. Según algunas estimaciones sectoriales, la cosecha de soja 22/23 podría caer hasta un 40 por ciento respecto de la campaña anterior. Todo esto, en el marco de un año de elecciones y con una inflación por encima del 100 por ciento interanual, socava seriamente las posibilidades del oficialismo para alcanzar un triunfo.
La próxima gestión recibirá una pesada herencia y es la misma que recibió este gobierno: el FMI. "Lo mejor que hicimos fue dejarles al Fondo Monetario Internacional" decía el ex ministro Nicolás Dujovne allá por el 2021. Lo cual, desde la perspectiva de Juntos por el Cambio y el espacio de poder allí representado, es absolutamente cierto, ya que el FMI limita drásticamente la libertad de acción para la gestión, inhibiendo cualquier proceso de desarrollo económico o de redistribución progresiva del ingreso que pudiera impulsarse.
El objetivo del fondo no es simplemente ganar plata con el cobro de intereses, sino doblegar las posibilidades de progreso de aquellos países subdesarrollados que, llegado el caso, pudieran competir en algún aspecto frente a las potencias globales. El FMI procura justamente evitar esa posibilidad. Lo que quiere el FMI es que le deban plata, para de ese modo imponer condiciones que garantizan la reproducción de la dependencia del país deudor.
Es por ello que la atadura al Fondo implica enormes dificultades para el despliegue de un proceso de desarrollo autónomo e inclusivo, dado que el organismo es socio de una alianza de clases vinculada a ventajas comparativas estáticas y/o conglomerados industriales y financieros transnacionalizados. Por consiguiente, su accionar satisface tanto la voluntad de países centrales, al sostener la presente división internacional del trabajo, como la de las clases domésticas también beneficiadas de tal orden.
La trampa del FMI
Pero la gran virtud de la trampa que conforma el FMI es que no solo es condenatorio seguir sus imposiciones, sino que también lo es romper con el organismo. Defaultear con el FMI no es un escenario deseable, porque eso agravaría la ya difícil situación financiera del país a partir de una mayor presión sobre el tipo de cambio y dificultando todavía más las posibilidades de financiamiento del soberano, así como también, el de las empresas locales.
En igual sentido, ceder a las presiones del FMI y repetir las tradicionales recetas de ajuste como propone una muy significativa parte del arco político, condenaría los intereses de la mayoría de los argentinos no solo en lo inmediato, sino fundamentalmente en el mediano y largo plazo. El macrismo eligió ese camino cuando recurrió al endeudamiento con el Fondo monetario Internacional en el año 2018. Pero esta dinámica no resulta novedosa en absoluto para los argentinos, ya que el lastre del FMI ha marcado durante décadas la historia nacional.
En el mejor de los casos, el actual oficialismo podía aspirar en el corto plazo a mejorar el nivel de actividad, aumentar el empleo y a partir de ello mejorar levemente el poder de compra del salario. Pero penosamente era absolutamente imposible retornar a los niveles de 2015. Muchas de las herramientas utilizadas por el kirchnerismo para impulsar el consumo y la actividad ya no se encontraban disponibles. Negar esa imposibilidad es ignorar la trampa histórica y geopolítica que el FMI constituye.
La actividad y el empleo lograron recuperarse notablemente, pero los salarios no. Una pandemia, una guerra en Europa que disparó la inflación en el mundo y finalmente una sequía histórica impidieron alcanzar ese objetivo e hicieron imposible que el Frente de Todos pudiera administrar la tensión que la trampa del FMI representa.
Qué hacer con el acuerdo
La oposición tiene posibilidades ciertas de regresar al poder, lo cual, sumado a la férrea tutela del FMI sólo garantiza mayores penurias para la gran mayoría de los argentinos. Frente a este complejo escenario, que lamentablemente durará varios años, la única salida posible es con más y mejor política, dejando de lado la mezquindad y las aspiraciones personales.
Para de esa forma abordar una planificación de largo plazo, apuntalando la inversión en educación, infraestructura, ciencia y tecnología, que nos permita construir una matriz exportadora diversificada y más sofisticada, que agregue mayor valor industrial e impulse a nuevos sectores, a fin de superar la restricción externa, derivada de la estructura productiva desequilibrada que caracteriza hace décadas a nuestra economía, y que ahora se ve agravada por el alto nivel de endeudamiento registrado en moneda extranjera.
La unidad del peronismo de poco servirá si la misma solo atiende al armado de listas o a la distribución de cargos. La unidad debe desplegarse en favor de un objetivo de gestión y de desarrollo económico que permita que las exportaciones puedan lubricar el mercado interno, respaldando la expansión del consumo y el crecimiento de la actividad productiva.
El tránsito de lo que se avecina no estará libre de dificultades. Las relaciones históricas de países periféricos con el Fondo se caracterizan por la firma de acuerdos, la imposibilidad de sostenerlos y la renegociación de los mismos. De cara a los difíciles momentos que se avecinan, la mejor forma de afrontar este proceso que será largo y sinuoso, es amalgamando las voluntades políticas nacionales detrás del objetivo común de defender un Estado vigoroso y planificador, pero también innovador, dinámico y eficiente.
En medio de la tormenta, algunos pesimistas se quejarán del viento; otros optimistas esperan a que cambie; pero aquellos que quieran transformar la realidad, deberán reajustar las velas.
* Economista UBA. @caramelo_pablo