No. No es la canción de Silvio. No es una canción de amor contrariado que pide loas y sufrimientos desgarrados de ansiedad y pasión y necesidad de olvido. Este ojalá es más parecido al segundo movimiento del Réquiem, de Mozart, que golpea los timbales mientras pasa el tren arrancando pésames y puteadas a modo de tozudo y necesario ejercicio de memoria.

Pésames, puteadas y preguntas. ¿habremos merecido el sacrificio?

Hace veintiún años y cuatro días, la vida -una vez más en nuestra historia- valió nada frente a las Itakas calibre 12-70 que dispararon los policías contra dos argentinos de veinte años que se habían separado de la columna de una protesta justa. Hoy se convirtieron en una estación por la que pasa el tren, de ida y de vuelta. Como la historia. Como la que vino luego de los crímenes. Como la que vendrá después de este mismo momento.

Hay quien dice que el amor vence al odio. Pero el odio nos mata y los muertos -el cuerpo rígido sobre la baldosa helada, la piel cetrina, los ojos semi abiertos y sin brillo ninguno, la boca seca para siempre jamás- no vencen: fueron vencidos por las balas del odio.

Habrá quien diga “nunca murieron”, “siguen vivos”, y otras convicciones tan ciertas y profundas como místicas, pero el odio mata y la realidad física es que hay uno menos, o dos, o mil, o treinta mil menos. Y muchos dirán “no nos vencieron” y muchos en verdad lo creemos resueltamente, porfiando sobre la lápida, golpeándola con el puño cerrado, pero a la luz de este andar nuestro, habrá que ver.

Esta vez el tren pasa en la dirección opuesta. Va y viene atravesando la estación que muy probablemente se convierta con el tiempo es un lugar de apellido compuesto, como Ortega y Gasset, o Gelli y Obes, quizá Olaguer y Feliú: Kosteki y Santillán. La falta de memoria hace esas cosas con los hombres, las mujeres y aun con los momentos épicos: acostumbrarnos a que el dato histórico forme parte del paisaje lejano y de a poco, ajeno, como un nido de hornero en el poste de luz, o un aljibe abandonado, o un cartel que aún sobrevive en una pared al costado de la ruta que reza “Cámpora-Solano Lima”. Cosas que los años y la velocidad dejaron ahí sin más memoria que el brochazo despintándose a la intemperie.

Kosteki y Santillán. Dos apellidos de dos hombres asesinados por el odio. Dos apellidos que hoy son una estación de trenes en Avellaneda. Ojalá que el tiempo no les haga eso. Ojalá honremos y merezcamos.

Ojalá.

Y no, no es una canción de amor.