Evolución 6 puntos
Evolúció; Hungría/Alemania, 2021
Dirección: Kornél Mundruczó.
Guion: Kata Wéber.
Duración: 97 minutos.
Intérpretes: Lili Monori, Annamária Láng, Goya Rego, Padmé Hamdemir, Jule Böwe.
Estreno en MUBI.
El regreso al terruño del experimentado realizador húngaro Kornél Mundruczó luego de su primera obra en idioma inglés (Fragmentos de una mujer, disponible en Netflix) lo encuentra al frente de una película de tesis. O, mejor dicho, de hipótesis. El planteo es expuesto de manera clara y directa en la sinopsis oficial del catálogo del Festival de Cannes, donde se presentó en la sección Première hace dos años: tres relatos en diferentes momentos históricos, tres miembros de una misma familia marcada por la pérdida y la supervivencia en un campo de exterminio. En otras palabras, una breve historia del antisemitismo europeo, que el director de White God y Johanna despliega a la manera de un tríptico de relatos independientes aunque unidos por los lazos sanguíneos y un mismo trauma. Con guion de la usual colaboradora de Mundruczó, su pareja Kata Wéber, basado a su vez en una pieza teatral llevada a los escenarios por ambos autores, Evolución comienza por el principio, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial.
En “Eva”, el primero de los relatos, una habitación oscura recibe la visita de un trío de hombres armados con elementos de limpieza. El misterio del lugar es revelado casi de inmediato: se trata de una cámara de gas diseñada para el crimen en masa. Los hombres arrojan agua jabonosa y comienzan a barrer las paredes y pisos. Incrustado en una pequeña grieta en la pared, un pequeño mechón de pelo humano es retirado con delicadeza y horror. A partir de ese momento, la aparición de cuerdas de cabello cada vez más extensas y gruesas permite que la historia transite al mismo tiempo los senderos de la realidad y lo simbólico, emplazándose visualmente en el terreno del realismo alucinado. El tono es reforzado desde la puesta en escena gracias al uso del plano secuencia (real o “suturado” digitalmente, poco importa), recurso formal que Evolución sostendrá hasta el final de los casi cien minutos de metraje.
La Eva del título del primer segmento (Lili Monori, actriz de amplia trayectoria en Hungría) es una sobreviviente de ese mismo campo. Décadas más tarde, ya anciana, recibe la visita de su hija Lena, quien vive en Berlín desde hace un tiempo. “Lena” es el descripción de ese reencuentro familiar, no exento de reproches, en el más teatral de los tres capítulos del film, por prepotencia de los diálogos, por transcurrir en un único espacio: el departamento de Eva. Mundruczó lo registra todo sin cortes, gracias a una cámara movediza, mientras Lena intenta convencer a la madre de buscar algunos papeles que demuestren el origen judío de su hijo. El problema, responde Eva, es que sus propios padres pasaron años intentando ocultar su verdadera identidad, por lo que cualquier pasaporte o partida de nacimiento posee la cualidad innata de la falsificación. El tema de fondo, más allá de la coyuntura, es la negativa de Eva a adoptar el rol de víctima “oficial”, a entregarse a lo que ella llama la burocracia del resarcimiento económico (y también por temor a que el horror vuelva a repetirse).
Antes del comienzo del tercer relato, “Lena” abandona el verismo psicológico para avanzar sin frenos en las pistas de la alegoría hiperbólica, uno de los momentos más impactantes de la película y, al mismo tiempo, de los cinematográficamente más discutibles. “Jonas” transcurre en el presente y está protagonizada por el hijo de Lena, un adolescente algo tímido, fanático del maquillaje gore, que sufre del bullying en el colegio y entabla una relación de amistad con una compañera de origen árabe. Nuevamente en una aparente toma única –aunque la historia ocupa un par de días en la vida del joven–, la Berlín contemporánea ofrece claros rasgos de antisemitismo y xenofobia, pero habilita también la oportunidad de superarlas. El final esperanzado de Evolución, film de hipótesis y ejercicio de estilo, es la marca de un deseo, un retrato coral que analiza el trauma a través de las generaciones y no ofrece respuestas sencillas sobre la siempre espinosa cuestión de la identidad.