Para toda una generación de espectadores, el rostro de Sam Neill es inseparable de la imagen del doctor Alan Grant en Jurassic Park (1993), el especialista en dinosaurios que observa estupefacto como los huesos que ha estudiado desde siempre cobran vida delante de sus ojos. Los más jóvenes tal vez lo hayan visto por primera vez como el inspector irlandés de la serie Peaky Blinders, papel que volvió a reencontrarlo con el acento de su país natal, que abandonó junto a su familia a los siete años para instalarse definitivamente en Nueva Zelanda. Los cinéfilos veteranos no podrán sino relacionarlo con uno de los grandes éxitos de la nueva ola australiana, Mi brillante carrera (1979), de Gillian Armstrong, con el papel coprotagónico junto a Isabelle Adjani en Una mujer poseída (1981), el clásico alucinado del polaco Andrzej Zulawski rodado en la Berlín separada por el Muro, o bien por su participación en La lección de piano, de Jane Campion. Tal vez, incluso, por su actuación en películas de terror como la obra maestra En la boca del miedo (1994), de John Carpenter, o la tercera parte de la saga La profecía, en la cual supo encarnar al mismísimo hijo de Lucifer, el Damien adulto. Apenas un puñado de títulos tomados de la filmografía extensa y diversa de un verdadero trabajador de la actuación, nacido en 1947 en Omagh, Irlanda del Norte, como Nigel John Dermot Neill. Gracia que fue cambiada por la mucho más sencilla “Sam” en tiempos tempranos, mucho antes de su primera aparición en la gran pantalla, influenciado por la exposición infanto-juvenil a decenas de westerns.
Sam Neill, que además de una famosa carrera actoral disfruta de las bondades de la vinicultura en su propia bodega, famosa por la producción de vinos pinot noir, acaba de publicar sus memorias en idioma inglés, escritas velozmente en 2022 ante una inesperada y muy mala noticia: el diagnóstico de un linfoma angioinmunoblástico de células T, un tipo de cáncer poco frecuente que de inmediato lo obligó a comenzar un tratamiento de quimioterapia, entre otras estrategias clínicas. “Lo cierto es que no estoy bien”, escribe en el prólogo de Did I Ever Tell You This? A Memoir, cuyo título juega con la idea de que en esas páginas habrá recuerdos y anécdotas que, tal vez, el autor nunca había públicas previamente. “Posiblemente me esté muriendo. Tal vez deba acelerar esto. De pronto, por primera vez en mi vida, tengo tiempo para quemar y tiempo para pensar. Y escribir, anotando pensamientos y recuerdos. Un bálsamo, que distrae mi mente de las cosas”. Entrevistado por el periódico británico The Guardian, el actor confesó que nunca había tenido la intención de escribir un libro, pero que “a medida que escribía me daba cuenta de que me daba una razón para vivir, para irme a la cama pensando en qué iba a escribir al día siguiente”.
“Cuando mi hija menor, Elena, era pequeña y cursaba en una nueva escuela de algún tipo (ninguna me gustaba demasiado), la maestra le preguntó al círculo de niños a su alrededor de qué trabajaban sus papás y mamás. Las manos se alzaron en el aire y las respuestas fueron veloces. Mi mamá es abogada. Mi papá es contador. Mi mamá construye casas. Etcétera. Cuando le tocó el turno a Elena, la respuesta fue perspicaz y completamente precisa: ‘Mi papá se sienta en caravanas’. Sí, es verdad. Eso es lo que he hecho durante gran parte de mi vida: sentarme en caravanas, o tráilers como les dicen en los Estados Unidos. Sentado, esperando que alguien me diga qué hacer, siempre en algún lugar cerca de un set de filmación”. La introducción al libro no podría ser menos espectacular. En el buen sentido. Varios capítulos después, Sam Neill le quita a su profesión todo el glamour y sofisticación que suele adjudicársele. “La gente habla de las 'opciones' que tienen los actores. La más pura verdad es que muy pocos actores, tal vez media docena en el mundo, pueden elegir lo que quieren, cuando quieren. El resto tenemos carreras que simplemente giran alrededor de aceptar una oferta para hacer algo. Hay muchas razones para ir a trabajar, pero quizás la más convincente, sin duda en mi caso, es que tienes bocas que alimentar. Es un trabajo. Y por cada trabajo debes estar agradecido. A veces es una buena idea recordarles a esas bocas que alimentaste que lo hiciste por ellas. A fin de cuentas, eres un actor que trabaja. Nada especial”.
Did I Ever Tell You This? está escrito en un tono confesional sin ampulosidades, concreto y directo. Ya sea que hable de sus recuerdos de infancia, las mudanzas en Irlanda y, luego, el viaje a Nueva Zelanda, o acerca de su encuentro con Barbra Streisand en una de las anécdotas más simpáticas del volumen, el protagonista de Terror a bordo (1989), donde compartió pantalla por única vez con una joven Nicole Kidman, recorre toda su vida y obra con inteligencia y humildad. Debajo de una foto suya durante una sesión de quimio, escribe que “pase lo que pase, no creo en la vida después de la muerte; ciertamente menos aún con ángeles y harpas. Creo, lo sé, que uno se convierte nuevamente en una parte del universo. Literalmente. Cada átomo de mi cuerpo, cada parte de mi esencia, es tan vieja como el mismo universo. Es imperecedera, y aunque no será reensamblada con un vestido blanco sobre una nube, estaré dando vueltas hasta el final de los tiempos”. Alternando recuerdos del pasado remoto y reciente con apreciaciones sobre su condición médica actual, que parece haber mejorado ostensiblemente desde la publicación del libro gracias a un tratamiento experimental, Neill reconstruye su vida, habla de los padres, rememora los primeros trabajos luego de terminar la escuela secundaria, describe los viñedos y recuerda la primera relación de pareja estable en tiempos de juventud. “A veces me preguntan si siempre quise ser actor”, escribe en el capítulo titulado “Un trabajo de verdad”. “La respuesta es que no. Nunca se me había ocurrido. Soy de una ciudad pequeña en un país pequeño, profundamente aislado del resto del mundo, en el sur del Océano Pacífico. La idea de que podía convertirme en actor, un actor de cine, era algo tan lejano en el horizonte que nunca lo pensé demasiado”.
Durante un tiempo, poco después de cumplir veinte años, Neill recorrió su país adoptivo, el país de sus padres, junto a una compañía de teatro, interpretando obras de Shakespeare y otros clásicos y obras modernas, como la polémica Marat/Sade. Esos tours por las ciudades de Nueva Zelanda lo hicieron conocer en detalle las distintas geografías y sus gentes. “Fue algo realmente educativo, ya que me permitió recorrer mi país de Kaitaia a Bluff, ofreciéndome una oportunidad de conocerlo de una manera que no hubiera sido posible en otras circunstancias”. Más tarde, describe su acceso a un puesto en la National Film Unit, famosa productora estatal de documentales y noticieros cinematográficos de Nueva Zelanda como “fraudulenta”. Necesitaba un trabajo, afirma, y un viejo amigo que trabajaba en la institución le dio una mano. Con el tiempo, el futuro actor terminaría trabajando como montajista –de imágenes y bandas sonoras–, eventualmente dirigiendo algunos cortometrajes en 16mm. Y luego llegaría una oferta para participar como actor en un corto amateur, Ashes, que poco tiempo después sería visto por el joven cineasta australiano Roger Donaldson. El comienzo del resto de la vida de Sam Neill.
Sleeping Dogs (1977), ópera prima de Donaldson y el primer papel protagónico de Neill (“¿Cómo demonios iba a ser el protagonista de un largometraje un joven sin experiencia ni entrenamiento? ¿Y quién podía decir que iba a poder hacerlo? Ciertamente, yo no”) inició oficialmente su carrera actoral a la no tan tierna edad de treinta años. A partir de ese momento, las ofertas comenzaron a llegar de manera regular, pero fue su participación en Mi brillante carrera, invitada a participar en el Festival de Cannes, la que encendió finalmente el fuego del profesionalismo. “Para mi sorpresa, el teléfono sonó dos días más tarde para decirme que querían que interpretara el papel central”. Así describe el actor uno de esos momentos fundamentales de su vida, instancias que suele describir como cambios de rieles de un tren en movimiento. “Estaba aturdido. Me dijeron que necesitaba un agente, fuera eso lo que fuere, y me recomendaron uno”. El recuerdo de otra actriz casi debutante como él, la australiana Judy Davis, su compañera de reparto, resulta revelador: “Judy era interesante. Más que interesante: era bella, muy talentosa e inteligente. También parecía profundamente infeliz. (…) Nada parecía hacer feliz a Judy. Eso era algo que me dejaba perplejo; para mí era evidente, incluso antes de comenzar el rodaje, que la película la transformaría en una estrella. Pero todo el proceso le parecía una agonía, y solía hablar con nostalgia sobre su trabajo en los escenarios, lo que para ella era la verdadera actuación”. Respecto de Una mujer poseída, a la que llama “uno de los mejores films en los que tuve la suerte de participar”, los recuerdos de un rodaje intenso parecen chocar con la sensibilidad contemporánea, donde cada aspecto de la integridad física y psicológica de los actores debe protegerse a toda costa. “El director era un loco y peligroso genio polaco, Andrzej Zulawski. Un director apuesto, carismático y salvaje. No me gustaba mucho, y su manera de dirigir estaba cerca del bullying. Pero tenía una visión; era un verdadero cineasta. Y esos suelen ser raros. (…) Hay una escena en la cocina en la cual Mark (yo) le da un fuerte sopapo a Anna (Isabelle) en la cara. Debo decir que nunca le levanté la mano, por rabia u otra razón, a otro ser humano en mi vida. En las películas esas cosas se simulan. Pero no: Zulawski quería que fuese real. (…) No puedo detallar lo angustiado que me puso la situación, y me negué. Pero Isabelle se acercó y me dijo ‘Sam, debes hacerlo’”.
La obsesión de Neill por los movimientos del sistema intestinal, ya sea que incluyan elementos sólidos o gaseosos, toman la forma de varias anécdotas detalladas en el libro. Ya sea el recuerdo de cómo su pequeño hijo se tiró varios pedos durante una función de Jurassic Park sentado junto a la Reina de Inglaterra, o bien el doloroso proceso de expulsión de materia fecal endurecida, corolario del tratamiento contra el cáncer, a la cual llama La Peor Constipación en la Historia de la Humanidad. “Esas inmensas bestias, que habían estado gestándose durante una semana, me abandonaron con extrema reticencia”. Respecto de la que, para muchos, es su película más famosa (ciertamente es la más popular), por la cual cientos de niños suelen señalarlo en la calle, llamándolo El Señor de los Dinosaurios, Sam Neill recuerda la experiencia con enorme cariño. “De pronto, me encontré como protagonista de un enorme blockbuster dirigido por nada menos que Steven Spielberg. De todas las idas y vueltas de una carrera improbable, ese giro fue el más improbable de todos. ¿Por qué yo? Sin duda no soy un héroe de acción”. Respecto de Spielberg, el actor coincide con el comentario de alguien cercano, que lo definió como una “mezcla de niño maravillado y magnate despiadado de Hollywood”. Más tarde el texto describe el desastre que asoló el rodaje de Jurassic World: Dominio, filmada en plena pandemia de covid-19 en 2020: un huracán de categoría 4 que destruyó una parte de la isla en la cual estaban trabajando, además de la totalidad de los sets, y que acabó con la vida de seis habitantes. “Casi morimos en las primeras semanas de filmación en Kauai, en el archipiélago hawaiano”. Hay muchas más sorpresas y comentarios cándidos en el libro, entre otros un recuerdo indirecto de Michael Jackson y los hijos de Meryl Streep que debe leerse para ser creído, y otro en el cual John Gielgud, eminencia de la actuación británica, le pregunta a Neill durante el rodaje de Plenty si su legendaria ubicuidad fornicadora era real. También el recuerdo de la peor película en la cual participó (sic), United Passions (2014), una producción de la FIFA con una gruesa billetera para los cachés. Pero más allá de los casos y cosas de toda una carrera, lo que permanece con fuerza luego de la lectura es la imagen de un hombre común y corriente que, por esas cosas de la vida, terminó siendo un actor de cine de raza. Ese carácter cercano, con el cual siempre resulta sencillo empatizar, que Sam Neill suele transmitir en todas y cada una de sus creaciones en pantalla.