Hay un recorrido de ánimo circunspecto, de poética un poco desesperada. Un poco. Porque una luz aparece, se desea, anda por allí. La música, hilvanada en forma de canciones, abre un panorama a habitar. Un mundo tan cierto como inmaterial sobrevuela el lúcido Canciones para Fantasmas, nuevo y tercer disco de Jimmy Club que el grupo rosarino presentará mañana a las 21 en Galpón de la Música (Estévez Boero 980), con las presencias invitadas de Bifes con Ensalada y Matienelinstante.

“Así como en Bestiario, el disco anterior, acá hay una búsqueda conceptual, pero la llevé a otro punto, a otro extremo. Hay referencias musicales pero también otras, cinematográficas; y tuvo que ver con lo que estaba atravesando en ese momento. Canciones para Fantasmas fue compuesto, grabado y producido, en pandemia. No fue fácil atravesarla, y por eso el disco está embebido de ese contexto tan difícil, es casi un diario de pandemia. En esos días, el mundo del cine fue un refugio para mí, además de los discos y los libros, cosas que me gustan y para las que vivo; en esos años me metí de lleno en el mundo de las películas, un universo que no tenía tan explorado”, comenta el cantante y compositor Martín Míguez a Rosario/12.

“En cuanto a lo musical, hay una referencia bastante clara y es el disco To Pimp a Butterfly, de Kendrick Lamar, en donde él canta a capela y va completando un poema a medida que pasan los temas. Acá está esta misma idea, repartida por ejemplo en las dos partes de ‘Crónica de un niño solo’, pero también con ‘La ciénaga’. Ésa es la referencia más clara del disco, pero la llevé a mi propio universo y a mi propia música, tal vez más cercana al mundo de canciones de los Doors”, continúa Míguez, cuya voz y guitarra integra Jimmy Club junto con Lucio Sánchez en teclados y sintetizadores; Matías Bolzan en bajo; Gabriel Rosignoli en batería, programaciones y percusiones; y Francisco Álvarez Di Franco en guitarras eléctricas.

-De acuerdo con la lírica que propone el disco, ¿cómo es tu proceso de composición?

-Normalmente, lo que suelo hacer primero es la música y luego la letra. Generalmente me cuesta mucho poner música a un texto que ya tengo. Yo escribo poesía y tengo un libro publicado (¿Cuánto vale una canción?), pero me cuesta ponerle música a una letra, porque las melodías se me ocurren de manera individual. A raíz de esa música que surge, con la guitarra o en el piano, me pongo a trabajar en las letras y en la cuestión del concepto. La narrativa que tiene el álbum estaba premeditada y buscada, así que no fue sencillo encontrar las palabras justas.

-En el recorrido hay un dolor latente, a veces más evidente; algo si se quiere paradójico en relación al primer tema, “Primavera”, y que encuentra un cierre cíclico con el tema final, “Un monstruo en mi habitación”, donde el arte (de Lucía Feroglio) dibuja al protagonista mirándose en un espejo roto.

-Por eso, a la primera canción le puse “Primavera (Lo que vendrá)”, para pensar que la primavera todavía no llegó pero quizás, en algún momento, lo haga. Siento que hay un cierto optimismo en algunas de las letras, a pesar de que pueda parecer que no, y tiene que ver con el momento que estábamos viviendo, en el que se habló mucho de cómo íbamos a salir, de qué nos iba a deparar el futuro, cómo lo íbamos a encarar; inclusive en términos musicales, sobre si íbamos a seguir consumiendo música de la misma forma, y qué íbamos a hacer cuando ya le habíamos vendido el alma a Spotify. Hay muchas preguntas que me hice y me hago, fueron años complicados, y esos interrogantes aparecen en el disco. Cuando se llega a “Un monstruo en mi habitación”, el personaje le canta al monstruo y lo invita a formar parte de esa noche de terror, como si fuese una idea de amigarse, quizás, con los monstruos y demonios que tenemos todos. El disco es un exorcismo de esos fantasmas.

-La tarea de los músicos, por lo que pretendías, se revela fundamental.

-Ellos supieron leer desde su lugar y energía el planteo del disco; incluso cuando hubo momentos donde, en medio de la vorágine, yo tenía una idea fija de lo que quería pero me costaba llevarla a la luz. No fue sencillo. Ahí estuvo también la paciencia del productor, Fermín Sagarduy, porque desde el minuto cero estuvo detrás de la idea, con una predisposición que nunca acusó de flaquear. Supo guiarnos desde su lugar, y tuvo un feedback muy enriquecedor con nosotros. Es un disco que llevó tres años y él fue muy generoso, confiando en que el proceso final iba a estar logrado.