Los ecos de la cultura y la barbarie resuenan en los ladrillos del Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces, ubicado entre las calles Alsina, Moreno, Bolívar y Perú. En este espacio, una de las edificaciones más antiguas de la Ciudad de Buenos Aires, los jesuitas diseñaron su residencia, la Iglesia y el Colegio de San Ignacio, que fueron construidas por indígenas y afrodescendientes esclavizados. Cuando se expulsó a la orden religiosa, las autoridades del Virreinato del Río de La Plata gestionaron el lugar.
Gran parte de la historia argentina sucedió entre estas paredes, donde funcionó la Junta de Temporalidades (1767), el Tribunal del Protomedicato (1780), la Imprenta de Niños Expósitos (1783), la Universidad de Buenos Aires (de 1821 a 1971), la Academia de Medicina (1822), el Departamento de Ciencias Exactas (1865) y la Academia de Jurisprudencia (1865). También fue sede de la Biblioteca Nacional, del primer teatro, el primer museo y el primer banco de la ciudad. Para revertir el estado de abandono y deterioro, el Ministerio de Cultura de la Nación inició en 2021 la restauración y puesta en valor de este edificio que es Museo Nacional con una inversión inicial de tres millones y medio de dólares.
Los andamios ya no están rodeando a la Manzana de las Luces, nombre con el que fue bautizada en 1821 por las instituciones que funcionaban en este espacio. La fachada externa ahora pintada de blanco, el color original, parece brillar más. Quizá sea el sol de la tarde que le da una intensidad diferente a esa blancura a la que se llegó, según cuentan los especialistas que acompañan a un grupo de periodistas en una visita guiada por la primera parte finalizada de la obra, después de un minucioso proceso que consistió en raspar las capas de pintura añadidas durante cuatro siglos de historia. No es un tema menor las múltiples intervenciones que implicaron demoliciones, ampliaciones, modificaciones y sustituciones como resultado de cambios de dominio, decisiones políticas y adaptaciones funcionales que alteraron su fisonomía.
El color verde de los marcos de las ventanas se alcanzó también a través del mismo procedimiento, un trabajo de afuera hacia adentro, de lo externo hasta las entrañas primigenias. Entre los criterios generales de la puesta en valor buscaron conservar la mayor cantidad de materiales y técnicas originales utilizadas. Se restauraron cornisas, carpinterías de madera y se reemplazaron vidrios. En una de las puertas de ingreso, en Perú 222, se recuperó el cincelado de la palabra “Universidad”, que había sido borrada para extirpar de la memoria la Noche de los Bastones Largos, como recuerda el antropólogo e investigador del Conicet Gustavo Blázquez, director del Complejo Histórico Manzana de las Luces desde 2020.
“La Manzana, con su historia en forma de capas de ladrillos y revoque, es un gran conglomerado de temporalidades, una pieza arqueológica a cielo abierto”, la define Blázquez, acompañado por el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer; la directora Nacional de Museos, Marisa Baldasarre; la secretaria de Patrimonio Cultural del Ministerio, Valeria González; la arquitecta a cargo de la restauración y asesora de la Dirección General de Infraestructura del Ministerio, Patricia Cárcova; y la arqueóloga que coordinó la excavación, Sandra Guillermo. En el área de las Ex Casas Redituantes -que fueron construidas por pedido del virrey Vértiz para alquilarlas y que se utilizaron como calabozos para encarcelar a los sublevados de Oruro en 1786- hubo hallazgos arqueológicos en uno de los patios, donde se estaba reemplazando el piso para abrir una rejilla perimetral de desagüe de aguas de lluvia. Se encontraron una cisterna, un pozo ciego y una bóveda adonde iba el agua. En la excavación, además, recuperaron platos hechos a “impresión por transferencia”, vasijas y tazas pintadas a mano, entre otros pequeñas piezas que datan del siglo XIX. La idea, confirma Guillermo, es “hacer un sitio arqueológico al aire libre”.
La Manzana ha sido uno de los edificios “peor tratados”. Blázquez repasa la historia reciente y precisa que después de que la UBA dejó la Manzana en 1971 se tiró abajo la antigua Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y el despacho del Museo de Historia Natural, donde dieron clases científicos como Hermann Burmeister y Florentino Ameghino. Entonces se recreó el estilo colonial de la ex Procuraduría –una construcción de ladrillo de dos plantas, con bóvedas de cañón corrido y revestimiento de cal, que fue la sede administrativa del comercio generado por las misiones jesuíticas- y se borró la huella universitaria, los 150 años de historia de la universidad en este espacio. La otra cara de la Manzana, una suerte de lado B, incluye presencias fantasmagóricas, como una mujer vestida de rojo que suele aparecer o el niño que se suicidó, hijo de un casero del lugar. Tal vez la más espeluznante y reciente, en plena pandemia, es la de un piano de cola que sonaba solo.
El director de la Manzana dice a Página/12 que esta restauración permite mirar la historia en un espejo. “Este lugar es hermoso; pero como todo documento de cultura es un documento de barbarie", plantea parafraseando a Walter Benjamin. "Acá también pasaron cosas tremendas. La posibilidad de recuperar esa complejidad de la historia y vernos como argentinos en lo que fue esto, en el desastre, en el abandono, en el mal uso, y que las cosas se pueden hacer de un modo diferente, es un desafío que implica construir un hermoso lugar donde podamos mirarnos; restaurar esa belleza del espacio para reconocerte en lo lindo y en lo feo”.
La primera barbarie, en términos de Benjamin, es que fue construido por poblaciones esclavizadas. “Los jesuitas no fueron los primeros expulsados de acá, los primeros fueron las poblaciones indígenas”, aclara el antropólogo y suma una de las barbaries más recientes, la Noche de los Bastones Largos, cuando las fuerzas policiales de la dictadura de Onganía entraron por Perú 222 y reprimieron a estudiantes, docentes y científicos. La tercera barbarie que ocurrió en este edificio fue el asesinato de Manuel Vicente Maza la noche del 27 de junio de 1839.
“Restaurar es como lustrar un espejo”, reflexiona Blázquez. “El espejo está sucio, empañado, y no te ves bien. Cuando el espejo está limpio, bien iluminado y cuidado, ves todo lo lindo, pero también los granos, las imperfecciones, las arrugas... El espejo no miente porque es lugar donde nos vemos”.