¿Desde dónde se empieza a narrar la vida de Morena Rial? ¿Desde que nació en el Hospital Naval, el 8 de febrero de 1999 y la pareja de Silvia D´Auro y Jorge Rial la inscribió como propia? Una vida pública para una niña siempre puede ser un peso difícil de cargar (recordar el "vos no entendés lo que es basta" de Juana Viale), maxime si el padre es el macho alfa de los programas de chimentos de la televisión de un país con próceres en la materia. 

Pero hay muchos puntos ceros en esta biografía. Pocos años despues de nacer, empezaron las apariciones públicas en programas como el de Susana Giménez y los padres hablaban alegremente de ella y su hermana, de su vida en familia sin lazos biológicos pero mucho amor. Otra línea de largada podría ser ese lapso de tiempo en que se estaba ocupando de su cuerpo, y se sometió a un by pass gástrico que le valió ser la silueta más investigada de la historia argentina, o el momento en que la madre pegó un portazo y dejó una estela en el aire de basta de estas pibas, adoptar es terrible y mis hijas me roban.  

Después siguieron pasando cosas: nació su hijo Francesco, denunció a su pareja por violencia doméstica, se fue a vivir a Córdoba, volvió a Buenos Aires, se tomó un avión a Colombia para ver a su padre moribundo...  ¿Y cuando la acusaron de ladrona y macumbera por casi incendiar un hotel? ¿Y cuando fue internada en un hospital psiquiátrico y Rial se fue a Disney con una novia nueva? ¿Y hace poco, que apareció en escena su madre biológica y expuso todo su sufrimiento porque no pudo acariciarla y tuvo que volverse a Tucumán apenas después de haberla entregado en adopción?

Morena forma parte de las conversaciones públicas de la Argentina de los últimos años y no siempre es para acompañar su vida, como sugiere ese metamensaje en forma de epígrafe de algunas revistas del corazón que muestran las casas de los famosos. En general, se sospecha de ella, se la mira con recelo, se intuye que algo anda mal con esta chica que insiste en agarrar el guante de los señalamientos, como un llamado de atención permanenente pero siempre desubicado, a destiempo. 

Hace pocas semanas, uno de los programas que le dedica horas de energía vital, mostró su casa de la infancia, esa que no se puede vender desde que la pareja D´Auro-Rial se separó y en la que retumbaban los gritos de los mapapis de esta historia sin final feliz. Se peleaban mucho, cuenta Morena, también la mami enojada y harta las empujaba a las nenas, les tiraba del pelo, las pellizcaba, y una vez le rompió la ingle a la rebelde Morena, en una escena de película de terror en el baño del caserón de country del que todavía cuelga el cartel de Se vende.   

A Morena ya la abandonaron varias veces, y esa trama se vuelve figurita tan repetida que a nadie le importa, hay un exprimir su voluntad hasta donde genere rating, likes, unlikes, empatía, odio o pena. Hay una interrupción permanenente de su paso, como si su vida fuera una carrera de postas de noteros hambrientos por una declaración suya, por un nuevo meme. Su nombre está vinculado con otros nombres, que en ese lugar de la desobediencia y la incorrección terminaron dando la vida, como Natacha Jaitt. En ese caleidoscopio que va cambiando todos los días de color, aparece una madre con la que no se habla en Punta del Este, un padre que se recupera de diez minutos sin latidos cardíacos y voz de El Padrino, una hermana que le pone una cautelar para que no la nombre y un ex, el padre de su hijo, que pretende (tal vez) aliarse con el abuelo para sacarle la tenencia del niño Francesco, porque a ninguno de los dos "les cierra" Morena.

¿Quién se anima a decir que Morena no va a volver a ser descuidada, maltratada, señalada? Porque si quiere vivir la buena vida, es loca y vaga pero si quiere trabajar en un supermercado, es una ridícula, una payasa, una incurable provocadora. Hace unos días pesaba tomates en una verdulería para mostrar que ella puede hacerlo todo, y un poco antes decía que nadie la crió para trabajar de cualquier cosa. Nada se dice de ese modo pero se sugiere, como el graph de la tarde, "Otra vez Morena", o esa investigación con cámaras de seguridad en camarines que la dejó involucrada en un caso de robo a las angelitas de la tele. Ellas, que tan bien la trataron y hasta querían darle trabajo, a ellas les mordió el brazo y les sacó el número de la plástica para comprarse boludeces. 

Hay algo que sabemos quienes seguimos sus pasos con mirada de rayo láser: Morena no le tiene miedo a su papá. Ella ya lo dijo, y se nota. Y probablemente que ella cuente algo de lo que sabe lo complicaría gravemente. Pero resulta que Morena habla, sube la apuesta, cuenta cosas cada vez más grandilocuentes y asquerosas, y a nadie le parece suficiente el dolor, la pena, el sufrimiento o el asco que tuvo que atravesar, porque Morena se muestra distante, divertida, con las uñas artificiales y lejos de su hijito, el colmo de lo imperdonable.

Morena es un gran "mal si me quedo, mal si me voy", es ella misma la incorrección política: ahora sale con su abogado, quien consiguió que se haga justicia con un caso de abuso por parte del chófer de Rial. El verdadero punto cero de esta novela se está narrando todo el tiempo, y tiene las etiquetas de la misoginia, la gordofobia, el racismo y la impunidad de un modus operandi mediático que exprime hasta donde da y después deshecha, buscando las víctimas por las que nadie se pregunta si van a salir vivas de la contienda.