Entré a su casa y dejé la mochila sobre un sillón. Él giró su cabeza y me sonrió. Era de noche y yo había trabajado 10 horas; me sentía cansado y mi cabeza pesaba como un tanque de agua. Mi papá tenía el televisor encendido y estaba puesto en el canal TN. En el horno hay algo rico para vos, me dijo. Lo mire con ternura porque a él no le gusta cocinar. Sin embargo el aroma del romero y el ajo flotaba delante de mí, como una caricia al paladar. Antes me voy a dar una ducha, le dije. Y mientras me descambiaba en la habitación lo escuche decir que él lo había visto, "a este pibe hoy lo crucé por la calle", repitió. Volví al comedor y me quedé parado delante del televisor. Hablaban de Santiago Maldonado, desaparecido hace 6 días. Lo miré a mi papá, incrédulo. Fue de esas veces que uno intenta comunicar con sus ojos, para no increpar al otro. De verdad, me dice, ahora mirándome fijo. Lo crucé ahí por 14 de Febrero, enfrente de la estación de servicio. Es difícil eso, le contesto: está desaparecido. Si estuviera dando vueltas por Villa no estaría desaparecido, agregué. Pero también lo vieron en Entre Ríos, siguió diciendo, como si mi refutación lo hubiera movido a encontrar otros argumentos que fortalezcan su percepción.
Mientras me bañaba pensaba, no podía dejar de pensar. El agua de la ducha golpeaba con fuerza sobre mi cabeza y las ideas que tenía chocaban contra esa película de agua que bajaba y se quedaban encerradas dentro de mí. Cuando las ideas se quedan encerradas uno se puede enfermar. Sentía mi voz golpear contra las fronteras de mi mente. Entonces supe que tenía que llamarlo, invocarlo, convocar su presencia. Henry, estás ahí, pregunté. Henry, si, Henry Miller, estás ahí, pregunté de nuevo. Del vapor que circundaba todo el baño escuché venir una voz, trémula y distante, pero oíble. Estoy dando vueltas por tu ciudad, querido lector, me dijo la voz. Y no lo encuentro, agregó al final. Es mentira lo que dice tu padre, y sin embargo es difícil desmentirlo. Necesito preguntarte algo, Henry, le dije. Y él asintió. Vos escribiste que aquello que no estaba en medio de la calle era falso, inventado. Se lo atribuiste a la literatura. Y yo creí entender que en la calle estaban las cosas verdaderas, lo que no engaña, lo que es cierto. Mi padre se está volviendo loco, le pregunté. Se escuchó un largo suspiro y el vapor que me envolvía se hizo más nítido, dotado de transparencia. Delante del espejo intuí su figura. Cuando escribí aquel epígrafe, aquello era cierto, dijo él, pero ya no. Tú estás viviendo un tiempo muy difícil, querido lector, siguió diciendo. Y la diferencia entre lo que vez y lo que se te indica que debes ver es muy sutil. Diría que muy frágil, agregó el espectro de Henry Miller. Los medios de comunicación van a estar todo el tiempo creando expertos y la mayoría creerán que tienen algo que decir. Tú sabes cómo funciona; ya no debes guardarte nada, todo es opinable, gratuitamente. La percepción se ve inducida a creer en aquello que nos muestran y la televisión de hoy te hará alucinar. Te darás cuenta que delirar ya no es un asunto de tu psiquis singular, sino el efecto de una operación. Porque la creencia en el delirio destierra lo más dramático de este hecho. Si tú eliges creer que Santiago anda por ahí eso implica que niegas el hecho de su desaparición y en eso radica la construcción de ese delirio.
Mientras me sacaba y cambiaba dentro del baño pensaba en qué decirle a mi padre. En cómo hablar con él y tratar de explicarle que estaba siendo manipulado por la realidad. Porque la televisión es la realidad. Decirle que considerar aquello que él creyó ver no es más que una sumisión involuntaria a los medios de comunicación. Que debe hacer un esfuerzo. Que no es la primera vez que alguien se cruza con un desaparecido que a las pocas semanas aparece asesinado. Que mientras él siga creyendo que Santiago Maldonado anda dando vueltas por ahí los índices de desempleo seguirán creciendo, la pobreza y la inflación disparadas, los bancos gastando millones para retener la suba del dólar y encima el domingo tuvimos que votar.
Cuando salí del baño mi padre ya no estaba. El televisor continuaba encendido e iluminaba toda la casa.