El martes 1° de julio de 1993, Página/12 sellaba su despedida a María Gabriela Epumer ensayando un quirúrgico perfil suyo: “Le gustaban los Beatles, Genesis, Joni Mitchell, Stevie Wonder, Nina Simone, Ricki Lee Jones, Björk y Joao Gilberto […] Comía carne una vez por semana. Jugaba mal al paddle. Manejaba bien. Se vestía de manera extraña, pero muy personal. Era sexy en escena y tímida debajo. Era suave y coqueta. Amaba a sus padres, acostumbrados a mezclarse en sus cumpleaños con una fauna que debía parecerles estrambótica, pero querible. No tenía enemigos en la Tierra”. Esto último es lo que genera más desconcierto. Si todos la amaban, aún no se entiende por qué el Universo se ensañó con ella. A pesar de que ya pasaron 20 años, todavía cuesta aceptar la partida de “Mapu”, tal como ella solía llamarse a sí misma. Y más si se toma en cuenta la forma tan inexplicable en la que murió.
Si bien el periodismo tribunero de la época le quiso “plantar” a su acta de defunción “la sobredosis” como causa de su deceso, la realidad fue totalmente distinta. El lunes 30 de junio, la cantante y compositora, al borde no sólo de la angustia sino también de la muerte, estaba tratando de entender todavía lo que le pasaba. Lo que comenzó como “una secreción mucolítica”, se fue agravando con el correr de la semana. Ya llevaba nueve días en esa condición, a tal punto que tuvo que ser internada en el Hospital Francés, donde tuvo una falla cardíaca. Después de realizarle tareas de reanimación, no hubo caso: a “Señorita Corazón” le había fallado justamente eso que había convertido en bandera. Vaya absurdo... A los 39 años, Epumer falleció de un paro cardiorrespiratorio. Sin embargo, la autopsia determinó que venía sufriendo de un edema pulmonar. A partir de ese caos médico, los cuatro doctores que la atendieron en sus últimas horas fueron imputados.
Dos días más tarde, sus restos fueron inhumados en el Cementerio de la Chacarita. Horas antes, en su velatorio, se acercaron a darle el pésame a su hermano Lito los músicos con los que compartió escenario. Si bien esta semana se habló del estado de salud de Charly García, desde ese día él no volvió a ser igual. Hubo un quiebre en su vida. En su alma. Se le hizo un hueco en el escenario. De hecho, en 2017, el ídolo, que le cedía protagonismo a su guitarrista cada vez que tocaban “Ah, te vi entre las luces”, llegó a confesar: “Pienso mucho en vos, María Gabriela. Todavía en los shows me doy vuelta para buscar tu mirada cómplice. Ojalá tengan tocadiscos en el cielo. Random es mi humilde homenaje a la mejor guitarrista que existió”. Sólo cuando se trascienda hacia el otro lado se sabrá si existe el cielo, si hay tocadiscos o si el Olimpo es real. Lo cierto es que fue la mejor guitarrista que hubo. O una de las mejores, para no pecar de hiperbolistas.
De eso puede dar constancia el mismísimo Robert Fripp, uno de los guitarristas que llevó ese instrumento hacia los confines de lo imposible. Se conocieron en 1995, lo que derivó en que Mapu tomara un seminario con el líder de King Crimson. Mejoró su estilo de tal manera que se volvió su alumna predilecta. Para muestra está la invitación que le hizo el músico inglés, en 2003, para dicte un seminario en la cátedra Master Craft, creada por él, en los Estados Unidos. Eso la convirtió en la primera guitarrista argentina en tener semejante honor. Su relación con el instrumento se remonta a cuando tenía 9 o 10 años. “Mi hermano tocaba la guitarra y la casa estaba llena de guitarras”, recordó la artista para el libro Mina de rock, de Karim González. “Yo la agarraba y empezaba a copiar lo que él tocaba. No sé bien lo que pasó, pero empecé a estudiar guitarra clásica. Mi hermano le había dicho a mi mamá que yo tenía mucha facilidad y que sería bueno que estudie”.
Oriunda del barrio porteño de Villa Devoto, María Gabriela Epumer nació el 1° de agosto de 1963. Su madre se llamaba Dora Carballo (hermana de la cantautora Celeste Carballo) y su padre era Juan Carlos Epumer. Sus hermanos fueron Claudia y Lito. Él, exintegrante de los grupos Spinetta Jade y Madre Atómica, fue quien la introdujo no sólo a su amor por la guitarra sino también por el rock progresivo, desde Genesis hasta Emerson, Lake & Palmer. En el medio de uno y otro, mechaba las canciones de Aquelarre y Color Humano. Sin embargo, su gran ídolo fue Sandro, a quien comenzó a imitar los 5 años. Nunca ocultó el frenesí que le provocaba cada vez que escuchaba “Rosa, Rosa”. Tampoco negó su orgullo por su abolengo. Su bisabuelo fue lonko rankülche Epumer, al que Lucio V. Mansilla consideró como el indio más temido de La Pampa. De ahí viene el autobombo de su apodo, Mapu (por mapuche).
Aunque por sus venas corría más sangre ranquel, rindió tributo a los pueblos originarios en 1995 a través del disco Montecarlos Jazz Ensamble. Ahí unió jazz y rap (demostrando una vez más su afinidad con la vanguardia musical, pues eran tiempos de diálogos interestilístico), inspirado en el álbum Red Hot + Cool, Stolen Moments. Pero además juntó fuerzas con Fernando Samalea, el otro orquestador del proyecto, y reunió a músicos argentinos de ambas escenas (Illya Kuriaky, Geo Ramma, A-Tirador Láser, Willy Crook, Laura Casarino). Reeditadas en vinilo en 2020, esas 10 canciones alzan sus voces contra el atropello que todavía padecen los indígenas en la Argentina. “Incorporamos grabaciones de tobas, araucanos, mapuches o wichís, así sea por medio de samples o rapeos en esos idiomas”, explicó en su momento. “Inti Huamaní, un mapuche que hace política indígena, nos orientó un poquito”.
Los '90 fueron su época más productiva, lo que testimonia su discografía. En esos años, se estrenó como guitarrista de Charly, puso su instrumento al servicio de Luis Alberto Spinetta y tocó con Fito Páez. Y lo más importante: se atrevió estrenarse como solista, legando dos discos fantásticos (Señorita corazón, de 1998, y Perfume, de 2000). Pero su idilio con el público había sucedido en los '80, cuando fue parte de Viudas e Hijas de Roque Enroll. El cuarteto estableció un hito en la historia del rock argentino, no sólo por su estética y sus canciones sino por haber sido la primera banda conformada por mujeres que se clavó hondo en el imaginario nacional. Amén de que fueron las primeras músicas locales en llenar un Luna Park (convocaron a 12 mil personas). A propósito de eso, y antes de que la suerte la sorprendiera, Epumer deslizó: “Me interesaría que me recuerden como ‘la mina que pudo hacer las cosas que quería'. Y eso no es poco”.