El mundo desde afuera. Una perspectiva útil para cantar –y también para escuchar– sin subordinarse a la trampa nominal de los géneros, al canto de sirena de las filiaciones estilísticas, a las afectaciones de establecido y otras tretas de lo mundano y sus apariencias. Desde ahí, liberada, Natacha M canta sus canciones. 

El mundo desde afuera es, además, el nombre del disco que la cantante –categoría que en este caso incluye a la poeta, la performer, la compositora y más– publicó hace algunas semanas para El club del disco y que presentará este sábado a partir de las las 20 en Circe - Fábrica de arte (Manuel Rodríguez 1559). Con ella estarán arriba del escenario Eugenia Guzmán en piano, Matías Spataro en batería y percusión, Ariel Rausch en clarinete y Nahum Recalde en voces y performance. También Guillo Espel, encargado además de los arreglos y la dirección musical, estará en guitarras.

Natacha M es una cantante poco común, una artista encendida por preguntas urgentes, acaso de improbable respuesta. Con trazo de artesana, ha elaborado experiencias musicales variadas de manera personal. Su arte es una deriva de los itinerarios formativos y las búsquedas expresivas propios de quien chapalea, ávida y curiosa, en un universo de cambios permanentes, donde sobre los restos de lo antiguo lo nuevo busca su espacio. 

Sus canciones son piezas atractivas que solapan melodías, gestos, historias y palabras en torno al afecto de una voz que sabe lo que va cantando, porque evidentemente lo va escuchando. Cuando intenta explicar sus canciones, Natacha comienza hablando de “una puesta en escena poética” y enseguida se remonta a la raíz del tema. “Yo creo que todos nuestros actos son, en mayor o menor medida, un reflejo de eso que somos. Pero definir qué somos es complejo, aunque sospecho que tiene que ver con lo que consumimos. Somos lo que escuchamos, lo que leemos, lo que nos ha impactado de jóvenes o niños, lo que nos conmueve y atesoramos como experiencias vitales, sensibles”, se explaya Natacha.

“A la hora de crear, estas huellas se conjugan de modos misteriosos”, reflexiona la cantante y continua: “Toda la formación que una tiene, el conservatorio, la escritura, la escuela de música popular, las lecturas teóricas, está allí al acecho. Lo académico, como concepto, me atrae y me repele por igual. Y está siempre latente, aunque esquivado. Así es como mi forma de cantar tiene rastros del canto clásico, aunque no lo es del todo, y también del gusto por la lengua extranjera como goce extraño y por la literatura. Especialmente la poesía y el teatro, están muy presentes”, continua.

“Universo en implosión”, “Origami”, “Scusatemi”, “Caracol”, “Me preguntas”, “Bicicletas”, “Renglones crueles”, “Las moradas”, “Ofelia” “Rigor mortis”, entre otros temas que integran el disco, son breves y poderosas muestras de una expresividad que se arma entre la canción francesa, el lied alemán, la irreverencia criolla y varios “ismos” de la modernidad. Lo íntimo es artístico en ese horizonte de canciones propias y apropiadas, que se completan en los arreglos sutiles y profundos de Espel. 

“Creo que lo que me atraviesa cuando compongo es la impresión de lo que no termina de develar su misterio; la sensación de algo que me sobrepasa en significado, en belleza; la sospecha de que el mundo es un lugar bellísimo y terrible”, dice la cantante.

-¿Cómo imaginaste el sonido para tus canciones y en este sentido qué le aportó Guillo Espel al disco?

-No sé si lo imaginaba. Soy muy mala imaginando. O soy mala decodificando lo que imagino. Sí tenía presente el sonido de las cuerdas; yo había planteado cuarteto en principio, Guillo sugirió el quinteto y un sutil trabajo de percusión y por supuesto, fue mejor. Y el resto de las canciones (las que no tienen cuerdas) fueron bastante trabajadas en el estudio a modo collage.

-Daría la impresión de que las canciones de “El mundo desde afuera” no terminan, sino que se completan en la canción siguiente articulando una forma mayor. ¿Cómo trabajaste esa idea?

-Te soy sincera: no tengo ni idea de cómo sucedió eso. Yo agarro ese corpus de diecisiete tracks que es el disco y primero pienso con qué tema quiero que empiece, qué es lo primero que yo quiero que golpee al oyente. Y el término que uso no es casual: quiero un golpe, una buena bofetada. Así me gusta escuchar la música a mí. Que me enamore pero a golpes de sensación. A partir de ahí, cierro los ojos, imagino el comienzo de otra y me pregunto ¿A qué canción me lleva este final? No tendría más razones para darte. En la performance en vivo las suelo ordenar de otra manera. Ahí sí, hay un pasaje de lo más luminoso a lo más extraño. Y hay también algunos toques de humor, porque si no todo se vuelve insoportable. Y yo no quiero un arte triste, aunque sé que la tristeza te puede alegrar el día, si está bien llevada.

-¿Pensabas en el disco cuando escribías estas canciones?

-En realidad varias de las canciones que lo integran fueron en realidad pensadas para ser representadas en vivo. Algunas formaron parte de una especie de obra de teatro que escribí hace bastante, en la que empezaba a bocetar esta cuestión de las continuidades entre lo dicho y lo cantado, además de la hibridación entre poesía y música, entre el habla y el canto. Eran otras versiones, sonaban un poco diferentes, pero es material, digamos, reciclado. Es decir que al momento de hacerlas yo ya estaba imaginando una escena hipotética. Es el caso de “Así”, de “Caracol”, de “Canción de amor”, por ejemplo. Como además de cantar tengo un pequeño affaire con la poesía, otras nacieron como poemas, que después pensé escénicamente: cómo voy a plantear este texto. Y cuando yo pienso en una escena, a mí me viene música. Siempre. No sé pensar en otros términos, es siempre lo sonoro lo que me golpea, es raro que “vea” algo. Más raro aun es que piense en “el sentido” de un texto. ¡Qué me importa a mí el sentido habiendo sonido!

-El sonido significa…

 

-El significado está sobrevalorado. Lo que a mí me interesa son las imágenes, el sonido como materia, el lenguaje como sonido. Es una lógica de trabajo un poco surrealista, si se quiere. Por ejemplo, planteo acciones o imágenes que tienen algo que ver con lo que se está cantando, que lo tocan de más cerca o más lejos, pero no intento explicar las cosas. ¡Porque ni yo misma las entiendo del todo! Pero ojo, no creo de ninguna manera en el arte “difícil”. La idea es que la gente salga estimulada, pero sin entender del todo qué pasó, ese sería el concepto. Las explicaciones a mí me exceden, no me interesan nunca, ni como artista ni como espectadora.