“La crueldad siempre requiere de un dispositivo sociocultural que sostenga el accionar de los crueles, así en plural, porque la crueldad necesita la complicidad impune de otros. El eje de ese dispositivo cruel es la mentira. Aunque ésta no necesariamente desemboca en una producción cruel, puede sostenerse --con fundamentos psicoanalíticos--que la crueldad siempre está comprometida con una mentira establecida en los primeros tiempos del sujeto. Una mentira que se va estableciendo como un saber fetichista recusador de la verdad”, escribía a fines de los 90 el psicoanalista y pensador Fernando Ulloa, uno de cuyos temas de interés y profundización fue precisamente la crueldad.
Su concepto de “encerrona trágica” aplica a Jujuy hoy: es “paradigmática del desamparo cruel; una situación de dos lugares, sin tercero de apelación, sin ley, donde la víctima, para dejar de sufrir o no morir, depende de alguien a quien rechaza totalmente y por quien es totalmente rechazado”. Eso es Jujuy hoy, Jujuy en su encerrona trágica es esa profusión de actos crueles en los que el poder político y policial no tiene un tercero que mira y hable, porque el poder judicial provincial no es imparcial sino un clon vertebral del dispositivo de crueldad. Y en ese sentido, Jujuy es también la Argentina a merced de un falso accionar judicial.
El párrafo de Ulloa viene a cuento de este escenario escalofriante en el que se ha convertido Jujuy. En la puesta en escena explícita de la crueldad. En la violación del Nunca Más. En la repetición de camionetas de empresas constructoras cedidas para chupar opositores. Al modo Blaquier, pero cedidas por empresas constructoras. Las mismas que fueron durante la vida de la Tupac Amaru su principal enemigo: las viviendas sociales de la organización barrial eran mucho más baratas que las que hacían ellas.
La crueldad: dos mujeres policías sujetando a una bailarina mientras el policía varón le metía la mano en la vagina durante un allanamiento ilegal. La cacería de madrugada, rompiendo puertas, con patotas de caras con barbijos pegando patadas, apuntando con armas largas y dándoles palizas a los manifestantes o detenidos que después hablaron con los medios y contaron que los habían torturado en el penal de Alto Comedero. Las patotas haciendo desnudar a los detenidos delante de sus familias, niños incluidos. Los golpes en la cabeza a un adolescente autista. La infantería entrando a las escuelas para amenazar a menores de edad.
La saña, la inquina, la brutalidad con la que tratan a Milagro, empujándola a la muerte. Buscando máquinas de contar billetes en la casa de una presa política a la que hace unos meses se le murió un hijo y cuyo marido agonizaba en esa casa allanada. Con Raúl descompensándose y poniendo obstáculos para su internación.
Con Rivarola, el jefe político de los peronistas que votaron esta reforma ilegal de la constitución provincial, que la pone en contradicción con la Constitución Nacional, yendo a las PASO por UP. Con esta soledad y esta desesperación de los jujeños, con esta sensación de que no hay mecanismos que funcionen para parar este desquicio. Con un pueblo evidentemente sometido a una nueva oleada de terrorismo de Estado.
Pero si hablamos de la crueldad y de sus circunstancias, y si además es obvio que Morales hace su campaña electoral con este circo romano en el que los jujeños son cristianos o esclavos arrojados a los leones para alimentar las bajas pasiones del público, uno se pregunta: ¿quién es el público? ¿Quién goza con esto? ¿Quién se decidirá a votar por la satisfacción de ver padecer a otros? Son muchos y son los de siempre.
Lo que escribió Ulloa me hacía acordar al juicio del nazi Eichmann en Jerusalem. A ese relato que hizo el jefe de las SS ante el tribunal que lo juzgó y lo condenó a la horca. Eichmann dijo que no creyó que estaba haciendo algo tan malo, porque la sociedad alemana lo apoyaba. De ese testimonio sale la noción de “banalidad del mal” de Arendt. Esa es la retroalimentación de la crueldad, y por eso no tiene límite hasta que algo o alguien se lo ponga. Por sí misma la crueldad es espiralada, algo así como que la sangre llama a la sangre.
Estos años de propalación política de odio, malparieron a esa parte de la sociedad que no es pueblo y es audiencia. ¿Cómo hubiese sido posible que un candidato ofrezca como promesa de campaña la eliminación “para siempre” de un espacio político? ¿O que otro candidato elija posicionarse prometiendo que el Estado no debe gastar un peso en los discapacitados y que eliminará la ESI porque los niños pueden aprender lo necesario mirando pornografía? ¿O que otro apueste a reforzar su imagen buscando la agonía de su presa política y llenando su provincia de grupos de tareas?
No digo que no es democrático porque sería risible y llorable al mismo tiempo. Entre otras cosas, porque la verdadera síntesis del campo nacional y popular ha sido proscripta por la mafia, y en lugar de dirigir nuestra ira contra los que lo hicieron, muchos la dirigen a las internas. También está tendida esa trampa de la que hay que salir lo más rápido posible, porque la fragmentación del enemigo es el recurso cantado del poder autoritario.
Esto no es una democracia, con JxC, los medios y el partido judicial riéndosenos en la cara, no lo es. La 9 mm que esta semana encontró Martínez de Giorgi en el allanamiento a una integrante de Revolución Federal es la reconfirmación de que Capuchetti no solo no juzga sino que encubre.
Hacemos como que es, para llegar a octubre. Y si hay una prioridad para retomar absolutamente todo lo que queremos aunque no pensemos lo mismo, es recuperar el Estado de Derecho. De eso depende también y sobre todo la redistribución de la riqueza. Porque la ultraderecha lo que quiere eliminar “para siempre” ahora se llama kirchnerismo pero puede tener el nombre de cualquiera con chances de llegar al poder político para ponerle coto a la concentración, para cortar la mentalidad colonial que tallan sus miles de voceros, para eliminar “para siempre” la aspiración de que los últimos sean los primeros.