La tragedia que causó la implosión de Titán, el sumergible que trasladaba a cinco personas que querían observar en detalle los restos del emblemático Titanic, removió el entusiasmo por una actividad que arrastra siglos de historia: la búsqueda de tesoros perdidos. Relatos descabellados e hipótesis mejor hilvanadas guían a los equipos de exploradores que año a año persiguen --con mezcla de sigilo y tesón-- fortunas incalculables de otros tiempos. Los que se hallaron de manera reciente y los que aún esperan en el fondo marino; los que fueron escondidos en tierra y los que están a punto de ser localizados; los que suponen explicaciones racionales y los que están atravesados por mitos sobrenaturales: todos fueron y son perseguidos por una variopinta madeja de buscadores. Piratas, compañías privadas, grupos científicos, curiosos y oportunistas se anotan en la cacería.
La cultura está plagada de historias de tesoros perdidos y luego encontrados. Una de las más conocidas es la de Nuestra Señora de las Maravillas; nombre con el que fue bautizada la embarcación española que, hacia 1656 y desbordada de tesoros extraídos de América, se orientaba rumbo al Viejo Continente que, por aquel entonces, exhibía una llamativa prosperidad a costa de los saqueos. Por las inclemencias del mal tiempo, o bien, como resultado de un accidente no registrado, el barco se sumergió en el Océano Atlántico y nunca más vio la luz. Aunque fueron muchas las misiones que intentaron dar con el botín, recién en 1972, el arqueólogo marino Bob Marx junto a un equipo experimentado en el Canal de las Bahamas, cumplieron el objetivo. En la actualidad, las piezas halladas (valuadas en más de cinco millones de dólares) pueden verse en el Museo Marítimo de las Bahamas.
En mayo de 2023 un nadador se encontraba realizando su escapada de rutina a 200 metros de la costa cuando observó un paisaje que le llamó la atención. Enseguida se comunicó con un grupo de arqueólogos que confirmó la sospecha e informaron el hallazgo de 40 toneladas de tesoro oculto en el norte de Tel Aviv, Israel. Se trata de varias columnas de mármol que fueron moldeadas hace dos milenios y corresponden a una embarcación que, según se presume, se dirigía a Roma desde Grecia o Turquía. De acuerdo a la Autoridad de Antigüedades de Israel, el organismo a cargo de estudiar, clasificar y administrar el cargamento hallado, se trata del “tesoro más antiguo de su clase que se ha encontrado en el mar Mediterráneo”.
Los que aún no tienen dueño
Si bien hay tesoros que fueron hallados, la mayoría corrió una peor suerte y persisten en las sombras. Entre otras historias, una muy atractiva es la que protagoniza el galeón San José, un barco al mando de José Fernández de Santillán que, hacia comienzos del siglo XVIII, constituyó una de las tantas expediciones de saqueo que la corona española planificó en América y jamás llegó a destino. Desde Cartagena de Indias hacia la Península Ibérica, se cree que el buque tenía un cargamento de oro y plata equivalente a 5 mil millones de dólares. Un sinfín de versiones alimenta la leyenda sobre las causas que impidieron el viaje a destino, pero lo cierto es que en el presente constituye una de las embarcaciones más buscadas en el Mar Caribe, a más de 200 metros de profundidad.
En 2019 recorrió el mundo la noticia de que habían hallado un barco hundido en 1840. Según la hipótesis, la embarcación se dirigía a Carolina del Sur y fue derribada por el impacto de otra nave. Aunque a la vista parecía un barco sin demasiado lujo, se trataba de una misiva del gobierno estadounidense que transportaba una importante suma económica equivalente a 15 millones de dólares en la actualidad. Desde los 90, la empresa Marex intenta extraer parte del tesoro, aunque a la fecha solo ha conseguido recuperar una carga de monedas de oro en buen estado de conservación (que equivalen a 650 mil dólares). Ante la presencia del botín y la dificultad para la extracción, de manera reciente, la compañía Blue Waters Ventures se sumó a la caza.
También se destaca la búsqueda del tesoro del último emperador azteca: Moctezuma. Cuando los españoles conquistaron Tenochtitlán se hicieron con sus riquezas, pero no se llevaron todo. Según se cree, una porción importante podría estar sumergida en el medio del Océano Atlántico. Por otra parte, están los marinos que aún sueñan con hallar mayores detalles de las civilizaciones ocultas bajo el agua. Las ruinas de Alejandría (Egipto), o bien, de Yonaguni (ciudad japonesa sumergida con más de 10 mil años de antigüedad) constituyen dos de los tesoros culturales más anhelados.
Buscar tesoros, es decir, objetos que dan cuenta de un pasado que alguna vez fue presente, no solo es cosa de grandes compañías ni de grupos organizados. Todos los años, en la costa argentina puede observarse a personas que, con paciencia quirúrgica, se pasan las tardes ejerciendo su oficio de “detectoristas”. No caminan en busca de civilizaciones perdidas, pero localizan monedas, llaves, aritos, colgantes, pulseras, anillos y metales de todo tipo. Basta con que suene el pitido seco y característico para que la pala inicie su trabajo y la emoción se abra paso.
Ladrones que… ¿hacen patria?
De los que se tiene menos registro es de los piratas, grupos conformados por marginales que durante los siglos XVI, XVII y XVIII desarrollaron maestría en el arte de capturar tesoros ajenos. Los primeros fueron franceses, pero luego se sumaron los ingleses, holandeses y daneses. En total, fueron entre doscientos y trescientos años los que concentraron el esplendor de estas figuras que, por aquella época, cuando España era súper potencia, buscaban incomodar a la corona y asaltar sus embarcaciones, que se paseaban por los océanos.
Gracias a la historia, pero sobre todo a Hollywood, el mundo conoce de su existencia. Lo que tal vez es menos conocido es que lograron su esplendor gracias a una modificación clave en la ley marítima; una norma que habilitaba a las naciones que estaban en guerra a declarar como “corsarios” a los capitanes de los navíos. En la práctica, los dotó de una patente de corso que les permitía atacar a un barco enemigo y quedarse con sus bienes.
En efecto, cuando hoy se afirma que los piratas van en busca de “tesoros perdidos”, se debe saber que los tesoros no estaban perdidos sino que correspondían a alguna nación. Tras asaltar “de manera oficial” al barco rival, asesinaban a algunos, tomaban prisioneros a otros y se llevaban sus pertenencias. La letra chica también estipulaba que aquello que saqueaban debían distribuirlo con la corona para la cual trabajaban. Ladrones a sueldo que cometían crímenes en nombre de la patria.
Nazis, mitología pagana y otras reliquias
Aunque el mar tiene su encanto, los recursos y bienes también se buscan en tierra. Uno de los más anhelados en la actualidad es el tesoro nazi. Enterrado por soldados alemanes en el pueblo neerlandés de Ommeren durante la Segunda Guerra Mundial, se trata de cuatro cajas repletas de joyas y monedas. El botín había sido extraído del Banco Robaver durante 1944. Si bien la búsqueda lleva varias décadas, en enero de este año los esfuerzos se reavivaron luego de que el Archivo Nacional de Países Bajos revelara un mapa que aparentemente indica el lugar donde se encuentran. Hasta el momento ni el Estado holandés ni los grupos privados que se lanzaron a la aventura dieron con algún resultado.
Otro de los casos más resonantes durante el último tiempo se vincula con el legendario Tesoro de Lemminkaien, a 20 kilómetros de Helsinki (Finlandia), que data del siglo X. Perseguido desde hace más de tres décadas por un equipo conformado por personas de Rusia, Australia, Estados Unidos, Suecia, Noruega, Alemania y los Países Bajos, la recompensa es prometedora: se calcula la existencia de 50 mil piedras preciosas, artefactos milenarios y estatuas de oro. El interés proviene desde mediados de los 80, cuando el terrateniente Ior Bock señaló que su familia descendía de Lemminkäinen, una figura sobrenatural de la mitología pagana finlandesa que, según el mito, contaba con la posibilidad de transformar la arena en perlas a través del canto. A la fecha, de manera oficial, ya se contabilizan más de 100 expediciones, pero aún la suerte es esquiva.
Completan la lista --arbitraria, como toda lista-- el Santo Grial (copa utilizada por Cristo durante la última cena), la Tumba de Nefertiti (faraona de la Dinastía XVIII en Egipto, momificada y desaparecida) y la piedra angular de la Casa Blanca (se cree que fue la primera sobre la que se construyó el edificio, buscada por sucesivos mandatarios de EE.UU).
Como siempre, lo más importante son las personas: sin buscadores, los tesoros no existen.