La designación del arzobispo platense Víctor “Tucho” Fernández como nuevo Prefecto de la importantísima y estratégica Congregación para la Doctrina de la Fe permite varias lecturas acerca de la política que viene llevando adelante Jorge Bergoglio en su condición de máximo conductor de la Iglesia Católica a nivel mundial. La primera es que pese a las resistencias internas y a las críticas que recibe desde adentro y afuera de la Iglesia y que provienen particularmente de los sectores conservadores, Francisco no está dispuesto a modificar el rumbo de cambios adoptado desde hace diez años cuando asumió el papado. Y una forma de hacerlo es asegurar que los puestos claves como el que ahora estaba en juego estén en manos de personas de su confianza directa y que van a garantizar la línea teológica, eclesiológica y pastoral que viene impulsando. En otro nivel –incomparable con el que ahora se considera- pero con la misma lógica debe entenderse el reciente nombramiento del obispo Jorge García Cuerva como arzobispo de Buenos Aires.
Tucho Fernández no es solo un teólogo reconocido, con capacidad para hacer frente a las arremetidas conservadoras y para recrear, renovar e introducir nuevos aires –tal como se lo pidió expresamente Francisco- en el diálogo entre la fe católica y la cultura, la sociedad y las cuestiones sociales. Para eso se le da la función en el ex Santo Oficio. Es también un obispo con mirada social, que ha reiterado su visión latinoamericanista y de opción por los pobres. Al igual que el Papa, Tucho es un hombre que viene “desde el Sur” del mundo y desde allí mira y entiende la vida y la historia. En la curia romana el arzobispo Fernández puede introducir miradas y debates, enriquecer la agenda más allá de su función específica. Y, por la confianza mutua que tiene con Bergoglio, crecerá en un rol que ya tenía: ser un asesor y colaborador directo del pontífice.
Se podrían hacer muchas otras consideraciones en torno al nombramiento del nuevo Prefecto. Pero bastaría con decir que Francisco llamó a Roma a uno de los suyos, con quien se entiende a la perfección, que es cercano y confiable, a quien puede encargar todo tipo de tareas y responsabilidades en una etapa crítica y difícil porque el propio Papa sabe que se acerca –por razones obvias- el final de su pontificado y en la que, por ese mismo motivo, tiene que consolidar lo hecho y garantizar cambios para que éstos, así como el proceso iniciado, sean irreversibles.