La primera imagen es una lúgubre vía del tren, por donde camina un cuerpo de espaldas. La sigue un campo vacío, con algunas sillas puestas como si estuvieran esperando que alguien se siente en ellas. La tercera parece un puente, podemos ver el tren ahora en movimiento, pero la copia de la película que está en Youtube (la única que existe) está deteriorada, y no se alcanza a distinguir mucho más que eso. Mientras hacemos un esfuerzo por tratar de dilucidar las imágenes, una voz en off se toma su tiempo para introducirlas, y afirma: "ahora se lo ve tranquilo, olvidado". Suponemos que el pronombre refiere al territorio. E inmediatamente, se proponen preguntas, y una respuesta: "¿Quién piensa en Sarandí? ¿Quién piensa en estos barrios? Pero mi barrio tiene una historia". 

Lo que se describe es el principio del cortometraje Soy de aquí, película filmada en 1965 por Mabel Itzcovich, una de las primeras mujeres argentinas en ejercer la crítica cinematográfica, pero cuyas producciones fílmicas parecen tan olvidadas como su pregunta sobre el barrio de Sarandí, a pesar de haber acompañado el nacimiento del Nuevo Cine Argentino de la década del 60.

Nacida en 1927 en Rosario, frecuentó el ambiente cinéfilo de principios de la década de 1950, lo que le permitió ir a estudiar cine a París. En el viaje conoció a Simón Feldman, también cineasta y crítico, que se convertiría en su esposo. Itzcovich cofundó el Seminario de Cine de Buenos Aires, que se inspiró en el programa de estudios francés, y escribió para Cuadernos de Cine, Cinecrítica y Tiempo de Cine. Además, en 1964 coguionó la película El ojo que espía, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, que ganó el Premio a mejor guión en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Fue militante del Partido Comunista. En 1976, Laura Isabel Feldman, una de las dos hijas que Itzcovich tuvo con Simón, fue secuestrada y permaneció desaparecida hasta 2009, cuando sus restos fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense. Durante el período dictatorial, Mabel se exilió a Italia, y a su regreso ejerció la crítica teatral en medios periodísticos como Sur, Clarín y Página 12.

Esos son la mayoría de los datos biográficos que pueden encontrarse de Itzcovich, además de algunos de sus textos, sobre cine polaco, muy influyente en la época, y sobre las películas de Michelangelo Antonioni. Si se escribe sobre ella, se la reconoce como dentro de la camada de críticos cinematográficos que acompañaron al Nuevo Cine Argentino de los 60, aunque de ella no se aclara, como si de los otros, que también dirigía. En general, se retoma su cortometraje anterior, que lleva por título "De los abandonados", un corto documental sobre los métodos terapéuticos usados en los hospitales pediátricos de Buenos Aires. En cambio, sobre "Soy de aquí", ese pequeño retrato del barrio de Avellaneda, se conoce poco y nada. 

Mabel se interesó por el territorio de Sarandí por mirarlo en sus viajes en el tren que la dejaba en La Plata. "Quizás no ser de allí le permita acercarse a ese lugar como para investigarlo desde un lugar de la pregunta", afirma Lucila Podestá, cineasta, docente de la ENERC y guionista. Ella fue la única persona que votó por alguna película de Itzcovich en la última Encuesta de Cine Argentino, de 546 personas del rubro (críticos, periodistas, programadores, directores, guionistas, actores, entre otras profesiones) consultadas para construir la encuesta. De su ausencia puede haber muchas razones, algunas conocidas y la mayoría no tanto. 

"A mí me pasa algo que es que yo la leo y siento que está viva, que podría estar escribiendo y filmando hoy. Sobre todo si pensamos que a veces los realizadores o los artistas parecen como algo muy alejado de la gente, como quienes están en otro lugar y eso también viéndolo con cierta crítica", afirma Lucila sobre Mabel. 

El cortometraje sigue a un grupo de jóvenes del barrio de Sarandí en los años sesenta, trabajadores y estudiantes, mientras reflexionan sobre la política, la economía y la vida en los suburbios. Si bien en el corto el trabajo y la ocupación aparecen casi como definiciones de las personas que son entrevistadas, "Yo soy Luis, trabajo en la panadería de mi papá", la imagen acompaña siempre momentos de ocio: ellos jugando las cartas en el bar, bailando, escuchando un partido de fútbol, como si la película fuese una oda a los momentos muertos de un barrio, y a esos momentos de amigos, de compañeros. "Lo que ella está eligiendo retratar no es el trabajo, sino momentos que son como fugas de comunidad, donde se arma vínculo, donde se arma un nosotros. Se construye una polifonía, como si el punto de vista estuviese ligado directamente a lo comunitario", afirma Lucila. 

En un gesto muy valioso, Hacerse la crítica recuperó un texto publicado por primera vez en revista Barrilete N° 7, en marzo/abril de 1964, donde Itzcovich revela el rodaje de la película, además de la búsqueda que lo originó.

“Yo quería hablar acerca de la juventud. Filmar un corto que indagara en las ideas, las actitudes, los objetivos de esa nueva generación con la que sólo tenía aproximaciones. Pero, claro, también quería a través de ellos hablar de mí misma, revisar un pasado político del que había tomado parte, obtener la oportunidad de repasar una lección rápida y mal digerida cuyos errores podían objetivarse a mi alrededor una y otra vez en todos estos años; cuyos errores yo necesitaba comenzar a asumir de una vez”, afirma Mabel sobre la intencionalidad de su película.

"Ellos sabían que yo quería hablar de ellos así tal cual eran, y ellos fueron así frente a la cámara. Repitieron algunas de sus actitudes cotidianas; y nos dieron con naturalidad su disponibilidad, su aburrimiento, su búsqueda de los sábados a la noche y nuevamente su aburrimiento y su disponibilidad", afirma Mabel. 

El corto varía constantemente entre lo histórico y lo personal, siempre con anclaje en el territorio. Casi al final, los jóvenes están sentados en una vereda del barrio mirando pasar la vida, cuando se escucha una sirena de bomberos cerca. Uno de ellos se levanta, los saluda y se va, retirándose a cumplir con su trabajo. Mientras corre poniéndose el traje, la voz en off que simula sus pensamientos dice: "¿tendré miedo? En cada incendio pienso si tendré miedo". Esa pregunta da lugar a un fluir de la conciencia sobre la dureza de su trabajo, de las ocho horas diarias que dedica a juntar dinero y las preocupaciones sobre su poca capacidad de ahorro. Mientras tanto, queda asentado por siempre el famoso incendio del sábado 11 de agosto de 1962 de la usina eléctrica del Dock Sud, que dejó sin luz ni agua a más de dos millones de habitantes del toda la zona sur del Gran Buenos Aires. 

El incendio quedó cifrado por siempre por la coyuntura política del gobierno militar que azotaba a la Argentina en aquel momento. Esa misma noche se enfrentaron los azules y los colorados, dos facciones de las Fuerzas Armadas argentinas. El puente Avellaneda estaba bloqueado por tropas del ejército, con orden de no permitir el paso de ningún vehículo. Cuando los Bomberos intentaron cruzar hacia Dock Sud para colaborar en el control del incendio, los soldados abrieron fuego hiriendo a varios bomberos y matando a uno de ellos, Pereyra, conductor de la autobomba.

Este episodio es narrado en el cortometraje por la radio, que escucha la novia del bombero que vimos yendo a combatir los incendios. Imágenes de la crudeza del fuego se interponen entre las de ella escuchando la radio, velando por su seguridad, y su esperado reencuentro. Pero cuando finalmente sucede, para el bombero solo es "una desgracia, ya pasó". Su novia lo observa separándose de ella y caminando con sus amigos, con los que se aleja, probablemente a ir a tomar algo después de un arduo día de trabajo. La voz en off sostiene: "Entonces yo supe que el barrio no termina en el club, en Mitre, en el terraplén o en la laguna. Entonces lo vi diferente el barrio. Entonces supe que el barrio tenía una historia". 

La propia Mabel encuentra sus propias razones por las cuales el corto sigue formando parte de los tesoros ocultos del cine nacional, bastardeados hasta en el momento de su estreno y exhibición. Según ella, fue calificado en categoría “B” no exportable, "que es lo mismo que decir: “A éste lo liquidamos un poco más que a los otros”. Porque los otros igual no se exhiben. Las razones, si puede hablarse de razones, siguen siendo las mismas de siempre: ceguera frente a la realidad, incapacidad para asumirla, insensibilidad para entenderla", concluye.