Aunque sabemos que la vida es rara, y que no nos consulta para hacer lo que quiere, me resulta increíble estar en esta mesa presentando un libro póstumo de Marcelo Ahumada. Lo conocí a comienzos de este siglo, en Catamarca, cuando yo estaba recopilando poemas para una antología que publicó hace 20 años el Fondo Nacional de las Artes; y recuerdo que me impresionó de entrada como un poeta de verdad, con una manera ya consolidada de escribir.
Marcelo no tenía todavía libro publicado, pero no era en absoluto un poeta primerizo. Sabía de sobra por qué escribía, qué estaba buscando, y ya estaba haciéndolo en la dirección de un estilo, eso que, como decía Stevenson, consiste en que todas las palabras de una página miren en la misma dirección.
En Historia argentina, el libro que hoy presentamos (que en realidad son tres, pero con una notable unidad) hay un entrecruzamiento de historia y mito. Está retratado, no sólo un país, sino una América trabajada desde esa perspectiva: una crónica presuntamente histórica para dar testimonio de una zona mítica. Se trata de la creación de una realidad, de hechos históricos recreados, interpretados, que están elegidos, no sólo para probar esos hechos, o esa historia, sino también, y sobre todo, la poesía. Porque lo que aquí aparece como probado es el trabajo poético, con un estilo de fusión entre una trama abierta, de gesto amplio, para que quepan muchas cosas, y a la vez precisa, con un parentesco muy cercano a aquellos poemas suyos que conocí en Catamarca y que incluí en aquella antología.
La visión de América que aparece en estos poemas es, a la vez, afectiva y devastadora: es el sitio en el que puede suceder tanto el prodigio como la crueldad; y me hizo recordar la idea que tenía Cervantes de esta tierra americana que, como se sabe, hubo de conocer; porque Cervantes pidió autorización para venir a América, como era obligatorio en su época, y le fue denegada por razones que ignoro. En una de sus novelas ejemplares, El celoso extremeño, Cervantes dejó plasmada la idea que predominaba en España sobre América: “refugio de los desamparados, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”. Como se ve, una tierra de la vasta posibilidad: la vasta posibilidad que recoge este libro; porque: con una rápida lectura aparecen de inmediato los trazos gruesos de una vida enérgica, áspera y a la vez intensa. En este libro, Marcelo Ahumada recibe opiniones de algunos personajes de la época de la conquista y de la colonia, y las integra a los poemas, por eso podría haber estado citado cómodamente Cervantes.
Hay dos cosas fuertes que aquí sobresalen y que me gusta encontrar en la poesía: primero, una cierta incomodidad (es decir, que no haya autosatisfacción); y segundo, un lenguaje adecuado a ese desasosiego. En estos poemas no hay ningún autoconformismo, sino casi lo contrario: más bien los poemas empiezan con un nudo en la garganta; y en cuanto al lenguaje, pareciera que también el lenguaje está incómodo, como un largo fluir de materia inflamable: un magma que tiene la misión de quemar.
Es un fluir que, lógicamente, tiene un orden, pero la posibilidad de lectura está abierta: es un libro (finalmente uno, aunque sean tres) que se mueve en varias direcciones, como si, a pesar de los distintos asuntos, se tratara de una sóla materia que empieza y termina en muchos sitios. Y si en esa apertura el lector siente en algún momento dificultad o complejidad en su lectura, se debe a que aquí los ingredientes arden, y lo hacen en todas las direcciones.
Viene a cuento una observación muy aguda de Virginia Woolf, expuesta en ese libro que es un hito de la historia del feminismo, Un cuarto propio. Ella se pregunta por qué la poesía clásica no le ofrece dificultades de lectura, mientras que la contemporánea sí; y la respuesta que se da es ésta: la poesía clásica celebra un sentimiento que ya conocemos, que solemos tener; mientras que los poetas contemporáneos expresan un sentimiento que se está gestando, que todavía no conocemos y al que a menudo, por alguna razón, tememos. “De ahí la dificultad de la poesía moderna”, concluye Virginia Woolf. Sentimientos ya conocidos y sentimientos en gestación: no se puede decir con más claridad, y brevedad, la diferencia y la dificultad. Y el sentimiento que preside los poemas de Marcelo Ahumada. se está gestando, es algo vivo, que trae noticias de algo que no conocíamos. Por eso los incluimos en la columna de las ganancias, lo que nos trae no está cerrado, ni gastado, sino en estado de inminencia, y toda inminencia tiene algo alarmante.
Esto significa una importante carga de futuro; por eso, al terminar de leer este libro, uno tiene la seguridad de volverá a leerlo: lo cerramos sabiendo que volveremos a él. Es uno de esos libros que tienen una convocatoria abierta e inagotable.