Novela-juego, novela-invención, novela-desafío, novela-periplo, novela-mundo, novela-poesía… Rayuela no deja de asombrar a cada lector/a que emprende su lectura, sí, emprende, como el héroe mítico emprendía su viaje en busca de un trofeo legendario o de su propia identidad, emprende como el joven o la joven que busca el amor y el sentido, o el poeta que busca eso que está vedado por las mismas palabras y que las palabras, paradójicamente, le develarán en un acto único e irrepetible, que es el acto poético.
Rayuela, la historia de Horacio Oliveira y la Maga, “del lado de allá”, de París; y la de Traveler y Talita, “del lado de acá” y la de tantos personajes en “de otros lados”… en una búsqueda en la que predomina lo espacial como composición, pero sin dejar a un lado la mirada sobre el deseo, la angustia, la derrota y la felicidad apenas entrevista en algunos instantes por los personajes.
La narratividad, la sintaxis narrativa, se dice en Rayuela desde el habla argentina, de una generación de argentinos, por eso hay elementos dialectales y cronolectos, juegos léxicos y fonéticos, neologismos, que evocan, por supuesto, al Ulises de Joyce y lógicamente marcan la demanda de un tipo de novela que exige una posición activa del lector/a, construyendo una verdadera teoría de la lectura.
Los hitos de la vida de Julio Cortázar son muy conocidos: su nacimiento en Bruselas, a causa de que en ese momento su padre, Julio José Cortázar, salteño, trabajaba en la Embajada Argentina en Bélgica; el retorno de la familia al país cuando él tenía solamente 4 años, la temprana afición a la lectura y a la escritura, su vida en Banfield, junto a su madre y a su única hermana, quienes lo sobrevivieron, ya que María Herminia Descotte de Cortázar falleció en 1991 y Ofelia Cortázar en 2000. Se crió y educó en el ámbito de una familia de clase media, descendiente de inmigrantes, con una ajustada economía, sostenida por el trabajo de Herminia, una mujer culta, que hablaba varios idiomas y daba clases particulares, y que de ese modo pudo superar el abandono de su marido.
La familia Cortázar era una familia pequeño burguesa, lo que puede leerse en su literatura y en sus declaraciones: clase media, Colegio Nacional, (como alude en Un tal Lucas), una tía soltera, la abuela, la hermana (“mundo de mujeres”), y siempre la tristeza y la soledad que tan bien se recrean en el cuento “Final del juego”. Como casi todos los niños argentinos de la época, Cortázar cursó los estudios primarios en una escuela pública de Banfield, el secundario en la Escuela de Profesores Mariano Acosta de Buenos Aires, donde se recibió de Maestro Normal y Profesor en Letras. Luego vino el ejercicio de la docencia primaria y secundaria en localidades de la provincia de Buenos Aires como Azul, Bolívar y Chivilcoy y posteriormente en la Universidad de Cuyo donde dictó literatura francesa. De este modo el hijo mayor de la familia Cortázar-Descotte se convirtió en el sostén principal de la casa, aun cuando se fue a Europa, ya que disponía de una parte importante de sus ingresos como traductor de la UNESCO para enviar a su madre y hermana.
Su primer libro de poemas con el pseudónimo Julio Denis, Presencia, en 1938 anuncia la elección por la literatura. Con ese pseudónimo prologó el libro Erques y cajas. Versos de un indio, de Domingo Zerpa, el poeta jujeño que fue su amigo en Chivilcoy. Aparecen los primeros cuentos: “Casa tomada”, publicado en 1946 con ilustraciones de Norah Borges en la revista Anales que dirigía Jorge Luis Borges y que luego formaría parte del libro Bestiario de 1951. Y los relatos inolvidables de Final del juego, Las armas secretas, la novela Los premios, Historias de cronopios y de famas, libros que se publicaron luego de que el escritor se fuera a vivir a Francia.
A principios de la década del 50 se trasladó a París, junto a su primera mujer, la traductora Aurora Bernárdez, “por no soportar al peronismo”, dijo alguna vez. Las traducciones, la vida en Europa, un período en Roma, los libros de cuentos, el éxito de Rayuela de 1963, su visita a Cuba y su apoyo a la revolución cubana, luego los reiterados viajes a la isla donde fue jurado del Premio Casa de las Américas, los nuevos libros, fragmentarios, revulsivos, transgresores, desafiantes del orden establecido, combates lúdicos, provocación a los lectores: Todos los fuegos el fuego, La vuelta al día en ochenta mundos, 62/Modelo para armar, Último round, El libro de Manuel, Un tal Lucas, Deshoras, Queremos tanto a Glenda, Pameos y Meopas (poesía), La prosa del observatorio (poesía), Octaedro, Salvo el crepúsculo (poesía), marcan una inflexión en su posición política y un vertiginoso e incansable camino en la escritura.
En París conoció a la lituana Ugné Karvelis, editora de Gallimard cuando se tradujo al francés Rayuela. La reencontró en La Habana y con ella formó pareja. Se separó de Aurora pero continuaron siendo amigos, inclusive hasta su muerte, en febrero de 1984. Aurora había colaborado con él en la traducción de Edgar Allan Poe, encargada por la universidad de Puerto Rico. Julio trabajó durante nueve meses en Roma y regresó con las más de 2000 páginas de la obra en prosa de Poe. Con esa traducción ganó unos tres mil dólares que le permitieron comprar un terreno en París donde construyó su casa. Aurora Bernárdez contribuyó a la literatura en lengua española con traducciones del inglés, francés e italiano. Tradujo a Faulkner, Nabokov, Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, François Mauriac, Ítalo Calvino y otros.
Los autonautas de la cosmopista, escrito con su segunda esposa, la escritora y fotógrafa norteamericana Carol Dunlop, merece especial atención ya que anuncia de alguna manera la enfermedad y la muerte de ella en 1982 y la de él, dos años después, en 1984, a los 69 años. Junto a Carol vivió años intensos en esa morada rural, especie de refugio que construyó en Saignon, una pequeña y bella aldea de la Provenza. La historia se cierra en 2014 cuando fallece Aurora Bernárdez y es cremada para poder ser depositada junto a Julio y Carol en la tumba del Cementerio de Montparnasse en París.
La poesía, el monólogo interior y el fluir de la conciencia, la pluralidad de voces conforman Rayuela. Leemos el célebre monólogo de la Maga, la voz femenina, quien le habla a su pequeño hijo Rocamadour:
Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o te abrigues…
Un texto pleno de lirismo, una construcción que acerca la narrativa, definitivamente a la poesía, como señala la crítica uruguaya Mercedes Rein en su libro Cortázar y Carpentier, de 1974.
*Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela, 1993.