Según Bruno Stagnaro, alma mater de Un Gallo para Esculapio, en el inicio de esta ficción hay dos historias por contar. Una es la del joven del interior que llega a la capital “en plan de autodescubrimiento”. Y por la vía contraria, se aprecia “el ocaso de un capomafia” que no tiene intenciones de ceder su trono. Esas trayectorias de ida y vuelta se tornarán explícitas en una notable introducción rodada en una autopista nocturna de Acceso Oeste. Por un lado va Nelson (Peter Lanzani) en un micro que lo depositará en Liniers. Por el otro tramo asoma Chelo Esculapio (Luis Brandoni) que junto con su banda de piratas del asfalto van a cargarse a un camión con pallets de televisores. “Me parecía importante que quedara bien claro desde el comienzo que sus recorridos iban a converger”, declara el realizador a PáginaI12. El primero de los nueve episodios de esta producción es doble y se podrá ver mañana a las 22 por TNT dentro de un desembarco múltiple que incluye la TV de aire y on demand (ver aparte).
Todos los elementos que desplegará la entrega están condensados en esos primeros minutos: el policial en el contexto del conurbano, la ilegalidad omnipresente, un humor cruento y la dupla protagónica que carga con sus mochilas. La del veinteañero oriundo de Misiones es real. Su única compañía es un gallo de riña que esconde en un bolso marinero junto con un embutido y unos pocos pesos. Como su hermano Roque no lo recoge por la estación, Nelson tendrá que arreglárselas solo, en esa confín del oeste donde está el agite. Desconoce las calles de Morón, su jerga y códigos, excepto uno. “La riña de gallos es el único lugar donde se siente en casa, y es un pibe que no está en casa, se abraza a eso”, apunta Peter Lanzani. El gallo Van Dan, más pronto que tarde, se hará un nombre en ese ámbito de polvareda y sangre animal. El homenaje al luchador y actor belga, por otra parte, funciona como uno de los momentos más cómicos del primer episodio. Los rebusques humorísticos en el lenguaje de trifulca y bajofondo son permanentes. “No sé si es como alivio o seña de identidad pero si recorrés los suburbios, te vas a dar cuenta que el humor está muy presente”, aporta Stagnaro.
El caso de Chelo es el opuesto al de Nelson. Un pesado al que le basta una mirada para indicarle a un camionero que perdió. A su vez, no deja de observar azorado su contexto. Y, un dato no menor, es el organizador de las peleas de gallos de la zona. “Creo que es la primera vez que hago un canalla así. Es un villano con matices. Había hecho esta clase de tipos pero en la comedia, y por eso me atrajo tanto este papel. El último que recuerdo así es de una película que hice muchos años atrás llamada Paño Verde. Era un policial sobre unos criminales de poca monta. Pero éste lleva a cabo una organización criminal de envergadura con conexiones por todas partes”, anticipa Brandoni sobre su nueva encarnación.
Durante el primer episodio, Nelson dará golpes, Van Dan picotazos, habrá noches en pensiones y alguna que otra ayuda; Chelo, por su parte, mandará a Yiyo (Luis Luque) y al resto de su banda a “averiguar” por un robo de garrafas en el barrio. Julieta Ortega –la esposa del capo–, Eleonora Wexler –interpretando a la cuñada de Nelson–, Diego Cremonesi –como el evaporado Roque–, Cecilia Rossetto –en el papel de una fiscal– y Andrea Rincón –nexo amoroso entre ambos– completan un elenco donde no faltan rostros solo rastreables en ese salvaje oeste. Un universo al que, según sus creadores, no fue nada fácil acceder.
Stagnaro y el guionista Ariel Staltari repiten como en un mantra que la historia de Un Gallo para Esculapio data de hace mucho tiempo. El germen fue un proyecto inconcluso de largometraje hacia 2005. A las charlas que tuvieron juntos en medio de viajes a Necochea, se le añade otro componente: el título de la serie. “Iba mucho a escribir al bar que estaba en Uriarte y Costa Rica. Me llamaba mucho la atención su nombre, y así di con la historia de la muerte de Sócrates; casi como un juego, hice el ejercicio de hacer el camino inverso al usual. Busqué dar con una historia a partir del nombre. Hasta que hace dos años decidimos mezclar las dos historias, la de los piratas del asfalto y la del viaje iniciático con el gallo de riña de por medio”, cuenta Stagnaro. “Se juega con el ida y vuelta de esta frase emblemática, muy irónica y sutil. Y esta serie también está llena de detalles y sutilezas. Esculapio era el dios de la medicina para los griegos y el rito era que se le llevase un gallo. Acá finalmente está Nelson llevándole un gallo a Esculapio”, resalta Staltari. El guionista, a su vez, en la serie interpreta al “hijo no querido de Chelo”. La presencia de Staltari, quien fue parte de Okupas, hila el recuerdo con aquel programa de 2000. “Okupas fue un fenómeno que trascendió el mero hecho artístico. Invadió otros sectores de la cultura y de la sociedad, es de culto y le abrió la puerta a muchos proyectos que hoy están en la línea de Un Gallo para Esculapio. Los puntos de contacto están en el sello y la mirada de su director, está empapada de algo stagnaresco, por así decirlo. Eran historias que no habían sido contadas hasta ese momento. Y acá pasa lo mismo. Es una organización criminal de piratas del asfalto, cómo opera esa banda, cuáles son sus engranajes y también cómo está ligado al mundo de las riñas de gallos y para qué sirven, no es un mero capricho que estén ahí”, explica su coguionista. Stagnaro remarca que otra diferencia central entre ambas ficciones. “La narrativa acá funciona por el cruce entre Nelson y Chelo. Esta serie va al punto del policial, hay una progresión muy concreta sobre el lugar al que queremos llegar. Okupas por ahí era más lírico, construida con menos presión sobre la trama y más sobre los vínculos de los personajes. Más allá de los puntos en común de la búsqueda estética y del lenguaje callejero”, aclara.
–El personaje principal parece atrapado en un laberinto donde el zumbido de las autopistas es permanente. ¿Cómo fue la construcción de la puesta en escena?
Bruno Stagnaro: –Visualmente teníamos tres universos. Uno es Camino de Cintura con su atmósfera de chatarra y óxido, objetos de un pasado opulento. Es como la trastienda del sistema donde funciona este western. Por otro lado tenés las rutas, donde suceden los golpes de estos tipos, las charlas que tienen, las estaciones de servicio. El descubrimiento final fue Liniers, que es el lugar al que llega Nelson. Es una Babel con gente de distintas comunidades, africanos, bolivianos, peruanos, y es muy potente. Ahí se completó la tríada. El cruce de General Paz es un nodo de la historia. Por eso hay tanto desarrollo cuando el personaje cruza al Conurbano, es como que atraviesa un portal.
–¿Qué le interesó del mundo de los galleros? ¿Algo visual o temático? No es algo muy tratado, salvo el antecedente de Leonardo Favio con El Romance del Aniceto y la Francisca...
B.S.: –Surgió en esa primera etapa de escritura, y no tenía la menor idea de que eso existía contemporáneamente. Pensé que era del pasado. Luego, investigando, vimos que estaba muy instalado en los suburbios e interior del país. Es casi una industria e involucra a un montón de gente: de las apuestas, obviamente, y de lo clandestino. No hay muchos tratamientos, es cierto. Incluso en el caso de Favio es retratado de un modo bastante tangencial, casi un condimento. Es un universo que no estaba explorado y me parecía bueno hacerlo. De todas maneras, me costó un montón entrarle. Como es ilegal, más allá de las notas periodísticas no veía cómo llegar. Ariel fue un mandado, y sin él no lo hubiera logrado: conoció a alguien que aceptó llevarnos a una riña. Lo que sentimos en esa visita es lo que está plasmado en ese primer capítulo. Esa ebullición y efervescencia más allá de lo que puedas juzgar sobre lo que estos tipos están haciendo.
–¿Es una serie que aborda lo que está sobre los márgenes más que sobre la marginalidad?
Ariel Staltari: –Sí, totalmente. No posa la mirada sobre lo específicamente marginal. Eso ya está contado en varias ocasiones y de diferentes modos. Hay, incluso, un especial acento en que el jefe de esta organización tiene un especial interés en cuidar las maneras de hablar, en la manera de ser y pensar, que van a contramano del clisé marginal. Hay un choque cultural para este pibe que viene de una paz increíble a un infierno literal.
B.S.: –A mí el universo marginal en sí mismo nunca me interesó. Sí me interesa la marginalidad desde un punto de vista del individuo. La más manifiesta es la de la cuestión socioeconómica. En Pizza, Birra, Faso era más claro porque los pibes vivían en la calle. En Okupas también. Acá es el individuo en contraposición de la cultura en su conjunto, un poco como en Crimen y Castigo de Dostoievski. Es una marginalidad que finalmente está en la psicología del personaje. Aunque, sí claro, tiene un correlato con el exterior porque son tipos desplazados del entramado social.