Independiente y Huracán jugaron un partido de terror. Porque eso fue lo que sintieron los dos equipos ante la posibilidad de que una derrota les empeorara su vulnerable situación en la tabla anual. Ganó el Rojo 1 a 0 y al final, su gente estalló en las tribunas como si se hubiera ganado un título. Toda una señal de hasta qué punto han cambiado los tiempos en esa zona de Avellaneda. Después de tantos años de desencantos y frustraciones, el hincha de Independiente ha puesto muy bajo el listón de sus expectativas. Antes, sólo lo conformaba ganar jugando bien. Y una victoria como esta, sin poder pasarse la pelota con criterio durante casi toda la tarde, hubiera desatado una oleada de silbidos y recriminaciones.

Ahora, ya no se exige más nada, sólo ganar. Aunque sea este tipo de triunfos que se explican desde la mayor de las obviedades: el gol que Martín Cauteruccio señaló a los 40 minutos del primer tiempo luego de un buen pase que Sarrafiore puso a las espaldas de Tobio y que el delantero uruguayo definió llegando antes que la salida del arquero Chaves. En principio, el tanto había sido anulado por offside. Pero el VAR esta vez hizo justicia y comprobó que Cauteruccio estaba habilitado. El grito que soltó la multitud roja fue el mejor alivio para tantas tensiones acumuladas. 

Si el gol lo hubiera anotado Huracán, tal vez la argumentación del partido sería la misma. Porque después no hubo grandes diferencias. Las carencias de los dos equipos volvieron a dejarlos expuestos. A ninguno le fluyó la imaginación, armar una jugada más o menos profunda resultó una misión de cumplimiento imposible y si un clima de extraña tensión recorrió hasta lo último el estadio de Avellaneda fue más por la inconsistencia que transmite el equipo de Ricardo Zielinski que por las complicaciones que pudo haberle causado este desanimado Huracán que apenas ganó un partido de los últimos 18 que jugó entre el campeonato y la Copa Sudamericana y que este lunes estrenará nuevo técnico (asumirá Diego Martínez, su tercer entrenador en lo que va del año).

En el segundo tiempo, luego de que se le anulara un gol a Ayrton Costa por offside claro del paraguayo Báez, Huracán tuvo un poco más la pelota, empujó con alguna convicción y llegó dos veces con un cabezazo bombeado de Cordero que se fue por arriba del travesaño y un derechazo también alto de Gauto. Cuarenta mil personas contuvieron la respiración como si el empate fuera inminente. Pero en verdad eso nunca sucedió.

Con un poco de solidez, otro poco de astucia y alguna pizquita de inteligencia y buen juego, Independiente hubiera ganado con holgura. Pero no lo pudo hacer. Y por eso el triunfo vino envuelto en angustia. Una angustia que recorrió las tribunas repletas sin haber tenido origen en el verde césped. Independiente ganó sufriendo porque acaso no puede hacerlo de otra manera. Huracán, ni siquiera eso. Los dos jugaron muy mal. Acaso no podía esperarse un partido mejor.